PERFILES COPA AMÉRICA
Santiago Arias, la gacela que dejó el atletismo por el fútbol
En el colegio, Santiago Arias no jugaba de lateral, sino de delantero. Le decían ‘la gacela’ porque en los partidos nadie podía alcanzarlo, por eso mismo se hizo famoso en las carreras de atletismo en las que siempre ganaba medallas.
Aunque tiene doce años y es apenas 2004, en la fotografía ya es evidente la mirada serena y artera del jugador de fútbol de sangre fría, característica del goleador de última raya o del defensa que no deja pasar ni un mal presagio. En la foto tiene el pelo corto y rubio, pero el pelo cambió con los años: estuvo tuso y con un copete largo y con una cresta. La mirada de determinación se mantuvo, y no como la actitud de un adolescente furioso: Santiago Arias aprendió de su padre Raúl Arias que si bien el talento es importante, la disciplina es crucial para convertirse en un futbolista profesional. Esos consejos los podría en práctica años después, cuando la muerte lo enlutó todo.
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No tuvo un apego especial con el balón. En los primeros años de la infancia sólo quería jugar a los carros con su amigo Jorge Andrés Arteaga, el amigo que perduró hasta la juventud, hasta la fama. Cada uno tenía un juguete especial, se trataba de dos carros tanque de plástico: Arteaga tenía uno rojo, de bomberos, y Arias uno blanco, repartidor de agua. Jugaban a los incendios interminables, a los accidentes de tránsito, pero nunca jugaban al fútbol, el fútbol no era más que un divertimento de adultos. A estos pequeños la redondez de la pelota les apetecía el sueño, la pereza. En la infancia primera Arias no quería más que estar con sus juguetes y vivir en el cariño de su madre, Mónica Naranjo, que lo educaba en el preescolar Arte y Conocer, de su propiedad, y donde a él y a su hermana Tatiana les enseñó lo necesario para entrar a la básica primaria. Para Santiago Arias la casa también fue el origen del conocimiento.
—Yo soy educadora, tuve una institución de educación infantil por 24 años, ahora estoy dedicada a otro tipo de educación distinta, más de manualidades. Ahora me dedico a contemplar a mi hija y, cuando es posible, visitamos a Santiago, a su esposa y a mi nieto.
Dice Mónica Naranjo en su apartamento que está ubicado muy cerca a la Unidad Deportiva Atanasio Girardot. El apartamento es así: primero está el comedor y al lado una pequeña sala con un balcón que mira al Cerro El Volador. Pasando un pasillo breve hay una pequeña sala de estar y ahí aparecen las huellas del milagro: fotos en la pared donde Santiago Arias carga trofeos, lleva medallas en el pecho, viste uniformes verdes, se ve congelado en medio de una carrera por el balón. Al lado izquierdo de esa pequeña sala está la habitación de Santiago: hay una cama y en la pared, en una especie de cuadrícula en escalera reposan guayos de diez taches y enmarcada en la pared está la camisa de la Selección Colombia Sub20, tiene el número quince y la firma de todos esos jugadores que en 2011 se coronaron campeones en el torneo Esperanzas de Toulon.
—Yo tenía un jardín infantil y tanto Santiago como Tatiana estuvieron conmigo hasta los cinco años. Santiago de ahí paso al colegio Calasanz. Él era un niño que no se interesaba por jugar con el balón, siempre jugaba con los carritos. Siempre ha sido muy organizado, entonces cuando jugaba los ponía en filita y los tumbaba el mismo, pero no los dañaba.
Mónica Naranjo lleva un vestido a rayas azules, blancas y negras. Su voz es suave, a veces casi un murmullo, y habla de su hijo sin épica, no le impregna a la voz el trueno del milagro, habla como una profesora que sabe que toda acción tiene su consecuencia. En la sala, sentada, abre un álbum donde guarda recortes de prensa, fotos tipo documento de cada uno de los carné que tuvo Santiago Arias: este es de la Pony Fútbol, este del Torneo Paisitas, la de más allá de la vez que se matriculó en la escuela de Alexis García. La madre se ha encargado de guardar, de hacer memoria.
Arias nació el 13 de enero de 1992 en Medellín. Cuando era niño no soñaba con jugar fútbol, sólo quería jugar con sus carritos. Su padre, Raúl Arias, hincha del Atlético Nacional y deportista aficionado, se encargó de que se enamorara de la pelota. Su madre Mónica Naranjo se dedicó a educarlo. Crédito: Archivo familiar.
El fútbol inició para Santiago Arias en el colegio Calasanz en 1998 y nunca le había interesado pese a que su padre Raúl jugaba con equipos de Copacabana —un pequeño municipio en el norte del Valle de Aburrá, a veinte minutos de Medellín— y Santiago lo veía salir de la casa con uniforme y un pequeño morral donde guardaba los guayos y un termo con agua. Sin embargo, en el colegio tenía que tomar una actividad extracurricular y su padre le dijo que tenía que ser un deporte, nada de artes, nada de música, tenía que ser fútbol. El mismo Santiago dijo en una entrevista para la revista Bocas: “Antes de entrar (al colegio), el fútbol no me interesaba para nada. Mi papá, Raúl, siempre fue un gran aficionado y soñaba con que yo fuera un futbolista, pues él había sido futbolista frustrado. Él pensaba: ‘Yo quería un hijo futbolista, pero este muchacho no lo va a ser’. Pero cuando entré al colegio, viendo a los otros niños, me empezó a gustar. En el Calasanz teníamos que hacer alguna actividad deportiva. Yo estuve a punto de irme por el taekwondo, pues me gustaban mucho las películas de karatecas, pero al final elegí el fútbol. Desde entonces no he dejado de jugar. Ese es mi primer recuerdo”.
Su primer recuerdo del fútbol no es una vocación, es una casualidad, la consecuencia de estar en un colegio. Santiago Arias no tenía muchas opciones, además de que su papá jugara fútbol cada fin de semana, de que fuera un futbolista frustrado, Santiago estaba sometido a una tiranía repetida en muchas casas antioqueñas: escuchar comentaristas de fútbol en todos los momentos familiares, con el desayuno, con el almuerzo, con la cena: el radio como testigo de todo. Además, no faltaban a los partidos del Atlético Nacional en el Atanasio Girardot, esa otra religión tan importante como celebrar la eucaristía. Santiago creció para ser futbolista: su padre lo trajo al mundo para el azar le entregara un prodigio.
Fue rápido, recuerda su madre, de un momento a otro demostró gran talento, era el mejor en su categoría, era un goleador. El profesor Luis Fernando Zapata Sierra —conocido como Jimmy porque en su época de futbolista con el Atlético Nacional le crecía un afro importante como el del cantante Jimmy Salcedo— fue su primer técnico, el que vio en Santiago Arias la habilidad latente.
—Santiago Arias era un personaje desde chiquito, marcaba la diferencia, ahora está en un nivel espectacular. Lo tuvimos en el colegio, en la Pony Fútbol, y siempre fue delantero. Cuando llegó a la profesional lo ubicaron de defensa, lo que se convirtió en una virtud, porque como jugó de atacante, ya sabía cómo lo iban a atacar. Aquí le decíamos la gacela porque era muy rápido, incluso ahora que lo veo en el fútbol internacional, veo que hace piques, él también salía veloz jugando aquí y es algo que le potenciamos y que ahora conserva.
Todos cuentan la misma historia: que Santiago Arias corría como un atleta romano, como si huyera del mal. Mientras entrenaba fútbol, también entrenaba atletismo y ganaba medallas corriendo cien metros planos. Algunos dicen que hubo torneos en los que terminaba de jugar un partido y luego participaba en una carrera, retando el cansancio, retando al cuerpo.
—Al mismo tiempo que era futbolista entrenaba atletismo y se ganó el apodo de la gacela, a él le decían así, entonces en los intermedios de los partidos se iba a participar en las carreras de atletismo, ganaba más medallas en el atletismo que en el futbol. Pero llegó un momento en que tuvo que decidir cuál de los dos deportes iba a practicar en el futuro y escogió el futbol.
Su padre estuvo en esa decisión. Parecían almas gemelas, un raro siamés donde uno es padre y el otro hijo. Raúl Arias veía a su hijo desde las tribunas: lo veía entrenar y luego lo corregía, lo felicitaba con emoción. Y fue el primero que lo apoyó cuando a los catorce años sintió que el nivel educativo del colegio Calasanz lo estaba asfixiando. “Papá, ¿o juego fútbol o estudio?”. Y el papá entendió que debía cambiarlo de colegio, lo matriculó en la Institución Educativa Concejo de Medellín, un colegio público con buen puntaje pero donde la demanda académica era más flexible, por lo que Santiago pudo dedicarse con mayor soltura al fútbol.
En el Colegio Calasanz, conocido por su alto nivel académico y por formar a sus alumnos en deportes o arte, Arias tuvo su primer acercamiento al fútbol, se coronó campeón en varios torneos y sus amigos lo llamaban ‘la gacela’ porque era muy veloz. Crédito: Archivo familiar.
La decisión tuvo sus frutos. Santiago Arias entró a jugar con el Club Alexis García en 2007, cuando tenía quince años, una de las canteras más importantes del fútbol paisa, donde se formó con miras a convertirse en un futbolista profesional. Ceferino García, coordinador deportivo del club y hermano de Alexis, quien por más de veinte años ha visto pasar prodigios por las canchas de Medellín, en una tarde de viernes, cuenta la historia de Santiago Arias y su padre, que parecen la historia una misma persona.
—Yo fui el supervisor del papá de Santiago en una empresa textil, ahí nos conocimos. Él me contó que tenía un hijo y que quería que le brindáramos la oportunidad porque él sabía que yo manejaba el club también. A los dos años, por coincidencia, yo empecé a trabajar en el Calasanz y allá estudiaba Santiago, entonces lo tuve de jugador. Ahí se cumplen unos ciclos y los muchachos salen a jugar a otras partes si tienen las habilidades, y Santiago las tenía. Era un muchacho monito, delgadito, muy rápido, le decían la gacela porque era demasiado rápido. Y la posición de él no era la misma de ahora, lateral derecho, sino delantero o volante por un costado, tenía muchas condiciones y cuando terminó el ciclo allá lo trajimos al Club.
El sueño del padre de Santiago Arias tomó vocación de realidad cuando su pequeño llegó al Club Alexis García, donde permaneció por dos años viajando, probándose, midiendo fuerzas en una liga mucho más competitiva, hasta que un día Ceferino habló con su hermano Alexis, que por entonces era técnico de La Equidad, le contó de ese muchacho rubio y rápido, serio y disciplinado, que le podía llenar un hueco en la defensa. Por esos días Santiago habló con su mamá, toda una profesora, y le dijo: “Mamá, esta es mi carrera, yo estoy estudiando para ser futbolista, si debo dejar el estudio, lo dejo”. Su papá, comprensivo, viendo en el hijo el espejo de su deseo trunco, lo apoyó y varias veces viajó a Bogotá para verlo jugar, para darle tranquilidad, porque Raúl no sólo fue padre, fue apoyo y guía. Era 2009 y Raúl García no vería jugar a su hijo como profesional.
—El mismo día del debut de Santiago murió el papá, eso fue en la mañana y el partido era en la noche; yo llamé a Alexis y le dije que teníamos ese caso, le dije que había que decirle al muchacho y claro que le dio muy duro porque eran muy cercanos, además era un gran papá, eran muy amigos. El decidió que se devolvía, entonces no jugó el partido y se vino al sepelio del papá —dice Ceferino García.
En la entrevista con la revista Bocas, Santiago Arias cuenta cómo murió su padre: “Salió a trotar y al regresar al jardín infantil de mi mamá unos hombres se le acercaron. Al parecer lo iban a atracar. Él estaba detrás de unas rejas y cuando se dio cuenta de que los tipos sacaban un arma, lanzó los niños al suelo para protegerlos. Enseguida le dispararon en la cabeza. Fue muy duro, sobre todo porque yo ya me había ido a vivir a Bogotá, y mi mamá y mi hermana quedaron solas en Medellín. Quería quedarme con ellas, pero tenía que devolverme. No tenía otra opción. Igual, yo sé que donde sea que esté, mi papá me está cuidando. Y siempre le agradezco su apoyo porque hubo momentos en que, como todo joven, uno no quiere madrugar, se cansa de entrenar, quiere renunciar… Era entonces cuando él aparecía para darme ánimo y enseñarme a ser más disciplinado”.
En 2009 se estrenó como jugador de fútbol profesional de la mano de Alexis García en La Equidad. Se destacó como un defensa veloz y disciplinado, lo que le valió su viaje al Sporting de Lisboa. Su llegada al profesionalismo se cruzó con la muerte de su padre. Crédito: Sergio Ríos Mena.
Santiago aplicó lo que su papá le repitió por muchos años: la disciplina y la meta eran lo único que sostenía a un futbolista. Cuando quiso regresar a Medellín para no dejar solas a su madre y a su hermana, que eran lo único que le quedaba en el mundo, quizá recordó las palabras de su papá que los sábados en las noches le decía que era mejor no salir de fiesta porque al otro día tenía partido de la Pony Fútbol y mucho estaba en juego; o habrá recordado cuando Raúl le escondía los cables del Play Station para que no perdiera tiempo y se concentrara en descansar, en estudiar táctica; o quizá lloró recordando los días de alegría cuando su padre lo abrazaba y le decía cuan orgulloso estaba porque su hijo, su gacela veloz, se encaminaba definitivo hacia el triunfo, a jugar con el verdolaga y luego —cómo no, si era tan talentoso—, con la Selección Colombia. Santiago sacó ese animal extraño que llevan pocos adentro: la determinación ciega, el talento kamikaze.
—Fue muy difícil esa época porque pasamos de ser cuatro a ser tres y justo Santiago se va para Bogotá y Raúl muere a los pocos meses, pasamos a ser solo mi hija y yo, entonces Santiago fue como el pilar donde nos apoyamos. El mismo día del entierro del papá Ceferino García le dio la noticia de que ya no podía quedarse en Medellín porque lo habían escogido para integrar la Selección Colombia sub 17, que entonces solamente podía quedarse dos días con la familia y tenía que presentarse porque iban para el Mundial en Nigeria.
Como el héroe griego que sigue, sin saberlo, la ruta que los dioses le remiten, presa su voluntad de una voluntad superior, Santiago así siguió su camino futbolístico, como guiado por la voluntad ajena. Su paso por La Equidad fue efímero, duró dos años en los que se destacó como lateral derecho, veloz y de pase certero, jugando al borde de la raya como un funambulista que cruza con precisión la cuerda para no caer en el abismo hondo. A mediados de 2011 el Sporting de Lisboa se lo llevó a Europa, pero tuvo poca participación en la primera categoría, por lo que jugó con el equipo de segunda; sin embargo brilló en el torneo Esperanzas de Toulon, donde la Selección Colombia Sub 20 fue campeona, y luego se destacó en el Mundial Sub-20. En ese corto tiempo el agente Jorge Mendes —que ya representaba a Falcao García— detectó sus habilidades y logró que el equipo holandés PSV Eindhoven lo comprara por 1,6 millones de euros. El debut en los países bajos fue el 13 de agosto de 2013, cuando Arias apenas tenía 21 años. Un año después el PSV se coronó campeón de la liga local tras ocho años de intentarlo sin éxito, la prensa holandesa calificó al defensa como uno de los pilares del equipo.
—En el caso de Santiago la disciplina fue fundamental. Él siempre fue muy entregado, asiduo a los entrenamientos. Disciplinado como persona y tuvo una buena familia, la mamá fue educadora y eso contribuyó. El padre no lo desamparaba La crianza que le dieron fue fundamental. Él no era una persona con un físico impresionante, para decir que fue por físico, no, él era incluso delgado, pero era tan veloz que lo compensaba. Pero siempre estuvo la disciplina —dice Ceferino García.
En 2017 el PSV quedó campeón de la liga Holandesa y Santiago Arias fue elegido el mejor jugador del torneo, su puntaje fue de 89,3 por ciento de rendimiento. Fue medido en los disparos al arco, en lo certero de sus pases, en la posesión del balón, en su capacidad de ataque y en su fuerza defensiva, lo que le dio un puntaje casi perfecto. Luego le llegó a Santiago la Copa Mundo Rusia 2018, donde su juego fue bien valorado por la prensa internacional, lo que le valió que el Atlético de Madrid lo fichara para cinco temporadas por una cifra cercana a los 11 millones de euros. Estos meses no han sido fáciles, pues Arias ha tenido que pelear por la titularidad en el equipo con un Simeone que ya tiene a sus favoritos, algunos creen que la historia puede terminar en Italia, donde el Inter de Milan se ha referido al juego de Arias. Termine como termine todo, los que conocen al defensa saben que lo suyo es más que talento: es la disciplina bruta, la terquedad ciega.