Entrevista
“Quiero volver a abrazar a mi familia”: el dramático relato del ‘profe’ Montoya, 19 años después de quedar cuadripléjico
El 22 de diciembre de 2004, Luis Fernando Montoya fue víctima de un atentado que lo dejó cuadripléjico. Con mucho sacrificio y 19 años después, cumplió su sueño de convertirse en licenciado en Educación Física.
SEMANA: Se cumplirán 19 años de aquella triste fecha. ¿Qué decir de ese día y de la vida después de eso?
Luis Fernando Montoya: Va llegando esa fecha y llegan tantos recuerdos. Un día que nunca se borrará de mi mente. No nos podemos quedar con lo que pasó, eso nos va a atormentar mucho más. Pienso en lo que viene y en seguir avanzando. De las cosas que más le pedía a Dios cuando estaba en la clínica era que no me fuera a morir en diciembre, porque para mí esa fecha es alegría y satisfacción. Le pedí a Dios que me permitiera ver a mi hijo José Fernando graduarse y me han tocado todas las etapas, desde la guardería a la universidad. Le pido a Dios que no me vaya a llamar porque me voy a tener que esconder (risas).
SEMANA: En el momento en el que le dieron la noticia de que quedaba con cuadriplejía, ¿qué sintió?
L.M.: Yo trataba de mover un pie y no me daba. Las manos no me daban, me preguntaba: ¿qué pasó? El médico entró y me comentó lo de la cuadriplejía, yo ni sabía qué era eso. Empezó a explicar y cuando me dijo que quizá no volvería a mover ni las manos ni los pies derramé lágrimas. Tuve tiempos en que solo lloraba, no permitía bulla en mi habitación, televisión ni nada. Todo era silencio hasta que hubo un momento que dije: yo no puedo seguir así porque tengo que enseñarle a mi hijo que a pesar de los momentos difíciles los tenemos que superar. Porque en los momentos de alegría fui muy feliz. No era el momento de seguir llorando, no quería que me viera llorar, sino que viera el hombre que siempre lo motiva para salir adelante y para triunfar. De esas dificultades hay que aprender mucho.
SEMANA: Su hijo iba a cumplir tres años cuando pasó eso. ¿Cómo fue para él? ¿Cómo lo manejó?
L.M.: La etapa de José Fernando de dos años y medio era el momento cuando más necesitaba el acompañamiento de los padres. Mi esposa, Adriana, lo supo manejar muy bien. Nunca José Fernando se aisló de lo que me pasaba, antes me ayudaba a hacer terapias. Entendió y no tuvimos ningún problema. Nunca me hizo preguntas sobre lo que me pasó. De eso no se habló, me veía como un ser humano que tuvo una dificultad.
SEMANA: ¿Cuál fue la decisión más difícil que le tocó tomar en este proceso?
L.M.: Tuve un momento en el que no podía ni hablar por la ubicación de la cánula, la tenía atada a un ventilador. Le dije al médico que me la quitara y me dijo que no podía hacer eso por su ética. Yo le insistí tanto que le pedí que me pasara de la cama a la silla reclinomática y que si veía que me ponía morado me conectaba. Se demoraron en pasarme como 13 segundos y ahí supe que si me entrenaba era capaz de dejar el ventilador. En el día no lo uso, solo en la noche para estar un poco más tranquilo. Todo se calculó, siempre he sido así. No doy un paso sin estar seguro. Así pude avanzar.
SEMANA: Usted acaba de graduarse como licenciado de Educación Física. ¿Cómo lo logró?
L.M.: Yo era tecnólogo deportivo con especialización en fútbol. Pero faltaba profundizar un poco más sobre el ser humano, la etapa de la niñez, de nuestra sociedad, de los deportistas en la iniciación y los que no son aún profesionales. Quería explorar esa parte que muchos entrenadores ni logran comprender. Muchos niños que hoy son futbolistas han tenido una dificultad o carecen de algo. Quería entenderlo, llegarle más al jugador, así no esté como técnico. Estudié en la Uniminuto.
SEMANA: ¿Qué fue lo más duro de la carrera?
L.M.: El inglés (risas). Los profesores me llevaron de una forma impresionante. Yo me preocupaba mucho, llenaba la habitación de afiches y mi hijo me ayudaba. La Uniminuto tiene docentes extraordinarios. Les pedí que no se fijaran en mí por ser el profesor Montoya. Les dije: soy igual a cualquiera. Nada de tratos especiales, que me regañaran y exigieran como a cualquier otro alumno. Les quiero enseñar a los futbolistas que aspiren, que estudien, se preparen y amen lo que hacen. Me acordé cuando fui a Japón con el Once Caldas a una sala de prensa donde había 120 periodistas por lo menos. Me empezaron a preguntar en inglés, yo miraba a la intérprete, no entendía nada. Ahí me di cuenta de que tenía que estudiar. A mi hijo lo puse a estudiar inglés para que no sintiera la pena que yo sentí esa vez. No me sentía capaz, pero me arriesgué. Fue una experiencia hermosa, la graduación es de las cosas lindas que me han pasado, es un mensaje para los jóvenes para que se preparen y estudien. Ojalá esta generación estudie idiomas desde la guardería. Al inglés hay que cogerle amor para abrirse las puertas en el exterior. La graduación iba a ser en Bogotá, esa fue otra dificultad por la altura y porque a mí me baja mucho la presión en las mañanas.
SEMANA: ¿Cómo hizo para presentar trabajos y exámenes?
L.M.: Se dictaba la clase y ellos me hacían el examen o las preguntas. Casi todo fue virtual. Aquí estaba mi esposa, mi hijo, las enfermeras y terapeutas pendientes del computador porque si se me iba la señal hasta ahí llegaba. Si no funcionaba el micrófono o lo que fuera, empezaba a mirar para todos los lados a ver quién me tiraba el salvavidas. Yo tengo buena retentiva, conversaba mucho con los profes. No me pedían trabajos escritos, sino de selección múltiple.
SEMANA: ¿Cómo le fue con los compañeros?
L.M.: En cualquier momento teníamos charlas mediante la pantalla, yo compartía con los alumnos, les hablaba del logro de la Copa Libertadores. No había tantos trabajos en grupo. A veces nos llamábamos con los profes y nos poníamos a hablar de fútbol.
SEMANA: ¿Por qué les pidió a los profesores que lo trataran igual al resto?
L.M.: Yo soy un ser humano igual a todos. Recuerdo que una vez fui a un escenario deportivo, creo que era el Pony Fútbol, y cuando me vieron me dijeron que entrara por otro lado. Había un muchacho en silla de ruedas y dijo: “Claro, como es el profesor Montoya”. Entonces, lo invité a entrar conmigo y le pedí que no volviera a hacer eso. Le dije que él era igual a cualquiera, que todos tenemos las mismas posibilidades y que no se sintiera menos que nadie.
SEMANA: ¿Qué tal fue la graduación?
L.M.: Cuando me pusieron el traje, me sentía rarísimo. Me dieron la posibilidad de entrar de último, yo estaba supernervioso. Estaba ante más de 400 personas, no me sentía como en un partido de fútbol. No me sentí menos que ellos, pero sí estaba nervioso. Les dije que siguieran estudiando, preparándose. A mí me fue bien con el promedio, pero después me hicieron las pruebas Saber. Toda la noche anterior pensaba si lo lograría. Eso es muy largo, empecé a las siete de la mañana, vino una persona a ayudarme y terminamos como a las cuatro. La hice oral, estaba muy cansado. Aparte, se me cayó la página después del almuerzo. No sabíamos si habían quedado las respuestas, pero gracias a Dios sí. Todo en la vida son retos y siempre quiero superarlos.
SEMANA: ¿Su tesis fue un libro?
L.M.: Se habló con las directivas de la Uniminuto, porque ellos querían que les quedara algo. En el libro se habla de la capacidad de superar los momentos difíciles y del liderazgo. Se llama Liderazgo, crónica de vida. Como líder, lo que más les he dicho es que lo importante no es sentirse más que el otro. Hay que tener vocación de servicio para ayudar al otro.
SEMANA: ¿Estudió para volver a dirigir? ¿Cuál es su sueño?
L.M.: Le decía a mi esposa que, si volviera a caminar y a mover mis brazos y si algún equipo me llamara, yo no desentonaría en el fútbol, porque todo lo veo y escucho. Lo analizo y vivo pendiente de todo. De pronto me falta el vocabulario que hoy se usa. Pero sé del trabajo que el fútbol de hoy exige. Yo no he renunciado a esa idea en ningún momento. Esta es mi frase: voy a tratar de hacer todo lo posible y hago más de cinco horas de terapia, porque tengo un anhelo de volver a mover los brazos para abrazar a mi familia. Le digo a mi hijo que si lo logro la felicidad será inmensa. Si no, nunca me rendiría y daré lo mejor para caminar o correr. La gente debería valorar esas pequeñas cosas de la vida.