DEPORTES

Roger Federer y el arte de reinventarse

El tenista suizo, a sus 34 años, no sólo llegó a una nueva final de un Grand Slam sino que demostró cómo la edad no es impedimento para ser competitivo en un mundo de jóvenes estrellas.

14 de septiembre de 2015
Roger Federer | Foto: Archivo Particular

Novak Djokiovic acaba de ganar su décimo Gran Slam, el segundo US Open, pero todos los aplausos se los llevó el segundo, el perdedor. Muy pocas veces en la historia del tenis el campeón es abucheado por el público, mucho menos un deportista tan querible como el serbio, quien irradia simpatía en las canchas. La explicación de este raro fenómeno tiene un nombre: Roger Federer.

Los adjetivos para describir la calidad, la carrera o lo que el suizo le ha entregado al tenis durante 18 años en las canchas se quedan cortos. Y no es un simple lugar común. Federer hace rato dejó de ser un campeón más, para convertirse en una figura icónica en un mundo deportivo que adora crear y reciclar estrellas cada semana. Pero lo que hizo en el reciente US Open logró ponerlo en otro lugar de la historia.

Lejos de quedarse en la comodidad de la cima o en el trono de las leyendas, el suizo se remangó una vez más y cambió elementos fundamentales de su juego, para volver a ser competitivo en una era tenística plagada de tenistas con alto potencial. Federer no se resignó a ser una figura admirada que pasa por las canchas para recibir aplausos. Por el contrario, el mejor de todos los tiempos entrenó el doble para ser aún mejor.

El veterano tenista sorprendió al mundo tenístico con un nuevo elemento en su repertorio: el ataque de gacela, como lo bautizaron los periodistas expertos. Se trata de atacar los primeros saques de sus rivales casi a mitad de cancha, con el fin de contrarrestar la potencia en cuestión de segundos. Los rivales no podían creer el diseño de la nueva devolución, nadie estaba preparado para esta estrategia.

El suizo, a sus 34 años llegó a la final sin perder un set. Duró menos de 11 horas en la cancha antes de la final y ni siquiera resignó su saque hasta el último partido ante Djokcovic. Federer literalmente apabulló a rivales que no superan los 30 años. Los demolió con su reconocida consistencia y con la gracia de los bendecidos, esa gracia que caracterizó el mejor momento de su carrera.

Los medios y los analistas se rindieron ante el nuevo juego de Federer. El columnista argentino Marcelo Gantman escribió una correcta semblanza: “A los 34 años, otra vez número dos del mundo, decidió no ser una leyenda que flota sin preocupaciones por el circuito. Nada de eso. Detrás de esa imagen prolija, elegante y armónica, hay un competidor feroz que tiene como objetivo incomodar al rival de turno para ganarle y dejarlo afuera. Eso es todo lo que quiere”.

Son muy pocos deportistas en la historia que pueden decir que lo ganaron todo, Federer es uno de ellos. A lo largo de su carrera ganó 87 títulos, 45 finales, 24 Masters 1000 y 17 títulos de Grand Slam. Tiene medalla de oro y plata en olimpiadas y es el único jugador que también tiene en su palmarés la Copa Davis, sin embargo quiere más. Y se prepara para lograrlo.

La final de Nueva York entregó una postal valiosa: el perdedor fue más aplaudido que el campeón. Millones de fanáticos del tenis sintieron como propia la derrota de Federer, pero el suizo digno de su estirpe simplemente sonrió, agradeció y prometió que en 2016 estará otra vez en el US Open, otra vez compitiendo. Otra vez reinventándose.