REVOLUCIÓN

Contaminación y condiciones laborales, los desafíos de la industria de la moda

Es la industria que más contamina después de la petrolera. Así está comenzando a enfrentar estos retos.

Carolina Urrutia*
25 de julio de 2017
La industria, desde la ´fast fashion´, hasta la alta costura, enfrenta riesgos considerables de no tomar serias medidas para ser más sostenible. | Foto: 123RF

La moda mueve más de 2 billones de dólares al año en el mundo. El crecimiento poblacional y la mejora en la situación económica de millones de personas que han superado la pobreza, se han sumado al apetito por la constante renovación en el guardarropa y han ayudado al crecimiento exponencial de este sector. Según cifras del Foro Económico Mundial, hoy se producen más de 150 mil millones de prendas al año en el planeta.

La competencia ha resultado no solamente en precios cada vez más bajos sino también en condiciones de producción más precarias, en el consumo desmedido de materias primas y en la inundación de prendas en los basureros y botaderos. La industria, desde la fast fashion (moda desechable o moda rápida), hasta la alta costura, enfrenta riesgos considerables de no tomar serias medidas para ser más sostenible.

Dudosa reputación

Sin duda, el más importante de los riesgos es la percepción del consumidor. La moda vende mucho más que productos: su negocio es el de las aspiraciones, percepciones y sueños. Así lo describe Francois Henri Pinault, el CEO de Kering, uno de los conglomerados de lujo que lidera la transformación de la industria. Es decir, los riesgos que para otros sectores pueden ser solo reputacionales, para el negocio de la moda son esenciales. La ropa, los zapatos y hasta los cosméticos, tienen valor por la forma en que nos hacen sentir; si la manera en que se fabrican conduce a la culpa, su valor se reduce.

El colapso de la fábrica de Rana en Nepal, en 2014, puso de manifiesto la complejidad del problema de la producción de la moda desechable: la búsqueda de mano de obra cada vez más barata lleva a condiciones de trabajo similares a la esclavitud. Por fortuna no todo el mundo está dispuesto a comprar prendas que hayan sido producidas de esa manera. Un estudio global realizado por Nielsen en 2015 indica que 66 por ciento de las personas entre 15 y 20 años están dispuestas a pagar más por productos y servicios de empresas comprometidas ambiental y socialmente.

Además de la presión del consumidor, los grandes conglomerados enfrentan la vigilancia de sus accionistas e inversionistas, quienes quieren evitar escándalos como el que amenazó a Nike en los noventa por el uso de trabajo infantil en su cadena de producción. Por su parte, los activistas sociales y ambientales, se han dado cuenta del enorme poder que les da usar sus recursos para adquirir acciones de las empresas. Así logran hacer presencia desde la asamblea de propietarios.
Sustancias químicas

El uso de productos químicos perfluorados, que se emplean con frecuencia en la producción textil, son causa de preocupación por su impacto en la salud humana y ambiental. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde) insiste en que tienen impacto sobre los procesos reproductivos y de desarrollo de los animales y las personas. Varias empresas de la industria se han comprometido con alternativas al uso de químicos persistentes antes de 2050.

El uso del agua

Los cambios en las condiciones climáticas amenazan a varios de los insumos de la industria, empezando por el agua. Al ser cada vez más agudas y frecuentes, las inundaciones y sequías van a modificar la disponibilidad y calidad del agua. Además, la demanda por el vital recurso continuará creciendo: un estudio de McKinsey and Company estima que de continuar con los patrones actuales de consumo, para 2030 la demanda de agua va a ser 40 por ciento superior a la oferta. La moda pagará el precio: WWF calcula que para fabricar unos jeans y una camiseta se requieren cerca de 20.000 litros de agua (70 por ciento de estos se usan en la producción de algodón).

Luz al final de la pasarela

Por su carácter transnacional, la industria de la moda es difícil de regular; se dice que los grandes conglomerados del sector se convierten, en algunos países, en los principales promotores de la flexibilización de estándares laborales. Sin embargo, la preocupación por la reputación y el costo de los medios de producción, está generando una autorregulación que, aunque más lenta de lo esperado, ya tiene consecuencias sobre los modelos de negocio.

Las colecciones que se producen con mayores estándares ambientales y sociales son una primera consecuencia de esta autorregulación. Aunque el fenómeno es más común en la alta costura, empresas como H&M y varias de las principales marcas deportivas del mundo están ofreciendo a los consumidores productos orgánicos, reciclados y de comercio justo. También están multiplicándose las iniciativas para usar la materia prima ya no de manera lineal (desde la producción hasta el desecho) sino de forma circular, procurando incluir la mayor proporción posible de la materia prima original una y otra vez.

*Directora de Semana Sostenible.