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Detrás de las cámaras

Margarita Martínez cuenta cómo realizó el famoso documental 'La Sierra', que será presentado por Caracol el 2 de octubre a las 10 de la noche.

2 de octubre de 2005

Los muchachos llevaban camuflado, pasamontañas, fusiles y caminaban con un aire marcial por las lomas de La Sierra, un barrio del centrooccidente de Medellín. Muchos eran imberbes y el mayor no tenía más de 22 años. Ellos no se acordaban, pero era el mismo espectáculo que habían montado unos meses atrás, cuando hice un artículo sobre la entrada de los paramilitares del Bloque Metro, para la Associated Press.

Estábamos en la última frontera. Desde allí se ve Medellín abajo, esparcida entre las lomas. Al terminar de posar y de hablar de la presencia de su fuerza paramilitar en las rendijas de los barrios pobres, ellos querían irse y también que nos fuéramos. Pero les dijimos que queríamos volver al día siguiente. Se miraron en silencio, resignados. No podían negarse porque teníamos el permiso de 'Doblecero', el comandante del Bloque Metro.

Era enero de 2003. Con Scott Dalton, ex fotógrafo de la AP, nos metimos en un mundo que ni siquiera en mis sueños imaginé. Jóvenes que son autoridad y mujeres de 14 años que escogen la maternidad como único modelo femenino heroico.

Desde el inicio seguimos a 'La Muñeca' o Edison, jefe del bloque en este barrio. Él nos escogió a nosotros y nosotros a él. Desde entonces, se convirtió en el protagonista y, después de 100 horas de grabación, también en un amigo. Edison Flórez tenía 22 años. Amaba la cámara y era encantador. Yo era 'Márgara'. Scott era 'Escot'. Quería que conociéramos su vida, que la hiciéramos inmortal. Tenía una visión fatalista: sentía a cada momento que vivía su último día. De su mano empezamos a documentar sus guerras con las bandas de los barrios vecinos y a sus mujeres y a sus hijos, que eran seis bebés. Para ser justos, hay que decir que las muchachas lo acosaban, se le entregaban. Él era el comandante del barrio y tenía el afrodisíaco que dan el poder, las armas y la moto. Él era el juez, el vigilante de las obras civiles y el que recibía los 'aportes' de los buses y las pequeñas tiendas. También, en la visión del barrio, era quien comandaba la defensa del territorio. Es decir, luchaba contra las bandas de otros barrios que querían hacerse con el control de La Sierra y que, como ellos, también estaban afiliadas a un grupo ilegal nacional, como el ELN, en el caso del barrio vecino.

Edison era diferente: tenía papá. don Jairo. Un ser especial y generoso que había sido un delincuente, pero luego de una conversión en la cárcel, era un católico convencido y un hombre que inspiraba respeto. Era sacristán de la iglesia y tenía una familia de cinco hijos donde reinaba la armonía. Los otros jóvenes no tenían padre. Habían caído como víctimas o victimarios en alguna de las guerras que ha sufrido Medellín. En este barrio casi no hay hombres entre los 30 y los 45 años, y los jóvenes han crecido sin modelos masculinos. Las mujeres apenas habían terminado primaria. Antes de cumplir los 18 años ya eran madres. Muchas se dedicaban a la prostitución para dar de comer a sus hijos.

El sueño de Edison era ser ingeniero civil. Como lo dijo en mi escena favorita: él quería volver al barrio no a "dar bala", sino a edificar centros de salud. Pero eso sería después. Cuando lo conocí, lo suyo era la guerra. Un día, recién llegados al barrio, nos confesó que "había tenido que matar a alguien". El asesinado era un señor del oriente antioqueño que había llegado al barrio huyendo de una masacre paramilitar y había tenido una disputa con un vecino. Edison le exigió que le abriera la puerta y, cuando iba a entrar, el hombre sacó el machete y Edison disparó su pistola. Edison era una amalgama de bellezas y oscuridades. Un líder nato atravesado por la violencia del país. Su abuelo había sido asesinado a piedra en ese mismo barrio.

El final para los jóvenes que seguimos con la cámara era el predecible. Un día entró el Ejército a La Sierra y mató a Edison junto a otro paramilitar. En las noticias de esa noche aparecieron como milicianos del ELN.

Terminamos de filmar en diciembre de 2003. En abril de este año, volvimos al barrio a mostrar el documental. La iglesia se llenó de gente, durante hora y media, lloraron y se rieron de su propia vida.

Contamos una historia de la guerra urbana, la contamos desde adentro, desde la piel de sus protagonistas. Desde el dolor, desde la muerte, pero también desde el amor, desde los celos, desde la vida. "Estamos en manos de muchachos armados, ese es todo el problema", dice un tendero al principio. Eso pensamos nosotros también. Aunque ese no es todo el problema.