CRISIS

Detroit, la ciudad que se quedó sin gasolina

La urbe de los gigantes automotrices sufre hoy una abultada deuda. Tendrá que vender hasta sus colecciones de arte para salir de la quiebra.

27 de julio de 2013, 3:00 a. m.
Uno de los edificios más emblemáticos de Detroit es la Estación Central que se encuentra en ruinas, al igual que la mayoría de las joyas arquitectónicas de la ciudad. | Foto: AFP

De ser la cuna de la otrora potente industria automotriz de Estados Unidos y símbolo de su prosperidad económica, Detroit pasó a los titulares de la prensa mundial por su bancarrota.
La ciudad afronta desde hace varias décadas una grave crisis financiera y acumula una asfixiante deuda de 18.500 millones de dólares. 

La situación se tornó tan crítica, que Kevyn Orr, designado por el estado de Michigan como el administrador de emergencia, solicitó la protección por quiebra bajo la Ley de Bancarrotas del país del norte. Aunque en los últimos tres años se han declarado en bancarrota  otras ciudades norteamericanas como Jefferson, San Bernardino y Central Falls, la de Detroit  no solo es la mayor quiebra municipal en la historia de esa nación  sino un golpe a su imagen. 

La Justicia deberá decidir si acepta o no la protección por quiebra, teniendo en cuenta sus inmensas repercusiones. En caso de ser aceptada, la ciudad tendría que vender todo aquello de valor que aún le queda, como unos pocos edificios emblemáticos que se resisten a caer, así como su valiosa colección de arte –el Instituto de las Arte de Detroit tiene una de las mayores colecciones de Estados Unidos con cerca de 65.000 obras entre las que sobresalen cuadros de Rembrandt, Rubens, Degas y Cézanne–.

 Además, es un golpe para sus acreedores, entre ellos los fondos de pensiones, que tendrían que darse un fuerte lapo –Orr propuso que pagaría  solo diez centavos por cada dólar que debían–. Los trabajadores públicos también están en alerta porque esta decisión implicaría el despido de personal. A esto se sumaría la disminución en el pago de pensiones así como el recorte de servicios básicos en una ciudad que  hoy no cuenta con alumbrado público, recolección de basura ni agua potable en grandes áreas. 

Aunque este desenlace se veía venir después del largo proceso de declive de las últimas décadas, la noticia causó un gran impacto en una economía que todavía no se repone de la crisis de Wall Street de 2008, que arrastró a muchas otras compañías, entre ellas las grandes de la industria automotriz. 

Detroit llegó a ser la cuarta urbe en importancia en Estados Unidos después de Nueva York, Los Ángeles y Chicago y fue el símbolo por excelencia del desarrollo industrial de esa nación, al ser la sede de las tres grandes compañías de la industria automotriz: General Motors, Chrylser y Ford. Hace unas décadas se decía que “como va GM así va el resto del país”, en una clara alusión a la enorme importancia que llegó a tener esta industria en la economía norteamericana.

La ciudad de Detroit alcanzó la cumbre en la década de 1950 cuando los principales fabricantes de autos no daban abasto para atender la alta demanda. Este auge atrajo a miles de personas, especialmente del sur de Estados Unidos, la mayoría de raza negra. La ciudad llegó a tener cerca de 2 millones de habitantes –más del 80 por ciento eran blancos– convirtiéndose en una de las más pobladas de Estados Unidos y ganándose el nombre de Motor City (Ciudad Motor). 

Pero así como la industria automotriz fue su gloria, también se convirtió en su tragedia. El sector comenzó a perder brillo ante la mayor competencia extranjera. Los grandes autos que se fabricaban comenzaron a ser reemplazados, a comienzos de la década de 1980, por carros más pequeños que consumían menos combustibles procedentes de Japón. Varias empresas decidieron trasladar sus plantas a otras ciudades o irse al exterior en busca de mano de obra más barata y sin restricciones sindicales, lo que elevó el desempleo. 

A la fuerte competencia extranjera y al descenso en las ventas se sumó la crisis de 2007, que llevó a que las principales compañías como GM quedaran al borde de la bancarrota. Lograron salir adelante gracias al salvavidas lanzado por el entonces presidente George W. Bush, que consistía en préstamos por 17.000 millones de dólares si cumplían estrictas condiciones. El plan de ayuda fue respaldado por el presidente Barack Obama, quien señaló que “el sector automotor como ningún otro es un emblema del espíritu estadounidense y un símbolo del éxito de Estados Unidos”. 

Pero, paradójicamente, mientras esta industria logró salir adelante, Detroit se hundía cada vez más porque no pudo superar otros problemas. En las últimas décadas, una parte de la población blanca comenzó a salir hacia los suburbios, ahuyentada por los altos impuestos, a medida que iba llegando población negra en busca de puestos de trabajo. 

Hoy tiene menos de 700.000 habitantes. Es decir, no solo perdió el 60 por ciento de la población sino que la proporción se invirtió y la gente afroamericana supera el 80 por ciento. Detroit no solo es una ciudad desolada sino que es la imagen del fracaso de la integración racial.

Este éxodo masivo tuvo consecuencias nefastas en los ingresos de la ciudad porque buena parte de la gente que salió era de clase media y alta. Sin esos impuestos, se dejaron de hacer inversiones en los sectores claves y se agudizó la decadencia. Los principales edificios y por los menos 35.000 viviendas fueron abandonados. 

A este drama se sumaron dos nuevos flagelos: la corrupción de los mandatarios locales y el incremento de la violencia. Hoy la ciudad es una de las más pobres de Estados Unidos, con más del 30 por ciento de sus habitantes en esta situación y un desempleo que supera el 20 por ciento.
 
El hundimiento de Detroit deja muchas lecciones: el peligro de depender de una sola industria o sector en materia económica, las malas políticas públicas de los gobiernos locales que no vieron venir el monstruo, la corrupción que carcome los pocos recursos disponibles y un gasto excesivo en obras faraónicas.
Ahora, con la declaratoria de bancarrota los habitantes ven una pequeña luz de esperanza ya que los reflectores del gobierno de Barack Obama están enfocados nuevamente en esta ciudad. Funcionarios del gobierno anunciaron la semana pasada que van a trabajar para recuperar y revitalizar el estatus que tenía como una de las grandes urbes de Estados Unidos. Pero será una tarea titánica revivir parte del esplendor que se perdió durante décadas de total abandono.