EL NIÑO QUE NO VOLVIO

Indignación nacional por secuestro, tortura y asesinato a niño de 11 años

15 de julio de 1985


La mañana es fría y el cielo está nublado. Son las 6 y 40 minutos del 4 de junio, un día de semana como cualquier otro en el cual Juan Camilo Ruiz Casallas un niño de 11 años de edad, debe saiir temprano de su casa en la calle 145 N° 89-35, en el municipio anexado de Suba, y caminar 20 pasos hasta el lugar donde puede tomar el bus de servicio urbano que lo lleva al colegio, el Agustiniano Norte, en los alrededores del barrio Niza. Pero antes de que pueda hacerlo, un grupo de personas, al parecer conocidas para el menor, se lo llevan del lugar.

A las 7 y 15 minutos suena el teléfono en casa de la familia Ruiz Casallas. Doña Myriam, quien contesta, se entera de que su hijo ha sido secuestrado y de que los captores exigen dos millones de pesos como rescate.

Se pregunta entonces, en medio de la desesperación, cómo es posible que le exijan 2 millones de pesos a un modesto comerciante, don Luis Ruiz, que se dedica a comprar jabón en barra y en polvo en las fábricas y a venderlo a los tenderos de distintas zonas de la ciudad, y cuyas entradas difícilmente superan los 100 mil pesos mensuales, buena parte de los cuales debe dedicar a pagar las cuotas de dos camiones que compró para mejorar la distribución del jabón. Lo que no sabe doña Myriam es que el drama apenas está comenzando.

Los secuestradores no ofrecen un plazo de más de una hora y exigen que a la mayor brevedad, les sean entregados en un sitio llamado "La Cantera", a kilómetro y medio de la casa de los Ruiz, los 2 millones de pesos. Después de que se cumpla su exigencia, prometen, liberarán al niño.

La familia hizo algunos intentos vanos por conseguir el dinero y finalmente optó por acudir a las autoridades. El Departamento Administrativo de Seguridad, DAS, se hizo cargo del caso y comenzó por grabar las llamadas de los secuestradores, quienes habían ampliado el plazo, pero cada vez se mostraban más desesperados y amenazantes.

Los agentes del DAS pudieron establecer que las llamadas de los secuestradores se estaban haciendo desde un teléfono público ubicado en el centro de Bogotá. Pero las pesquisas no alcanzaron a llegar más lejos. El 9 de junio, 5 días después del secuestro, un campesino de una vereda de Suba, Pedro Pablo Peña, encontraba el cadáver de Juan Camilo, en una zanja de la finca "Cayambe".

Los agentes del DAS, que no habían podido evitar el crimen, optaron por lograr al menos la captura de los autores. Sus primeras investigaciones llevaron al Juez 80 de Instrucción Criminal a ordenar el allanamiento de la casa de la carrera 86 N° 142-50, cercana a la de la familia Ruiz. En ella habitaban doña Raimunda Barrera de Chacón, de 65 años de edad y sus hijos Ana María, Pedro, Benjamín, Agustín y Luis Alberto, así como Alvirina Carreño. Doña Raimunda había recomendado a la familia Ruiz a Adeyanira Abril como empleada del servicio doméstico. Todos ellos fueron detenidos pocas horas después, con base en una serie de indicios hallados por los agentes del DAS en casa de los acusados.

Estos indicios eran: dos libros, uno de geografía y uno de religión, marcados uno con el nombre de María del Pilar Ruiz, hermana de Juan Camilo, y el otro con el de la víctima. En el segundo piso se encontró además una cabuya blanca que habría servido para atar al niño. Sobre el piso de la habitación donde se supone los secuestradores mantuvieron a Juan Camilo, se observaron manchas de vómito color café, que estarían relacionadas con restos de chocolate hallados en el cadáver del menor. Además sobre la estufa de la cocina, los agentes hallaron una olla con restos de changua, que también podrían relacionarse con lo encontrado en la autopsia.

Según el DAS, los asesinos ya confesaron y explicaron que la muerte del niño se produjo después de que el menor, tras engañar a una de las hijas de doña Raimunda, intentó escapar y fue recapturado, golpeado y finalmente asesinado, después de vivir una última noche de horror y de haber gritado en varias ocasiones pidiendo auxilio.

El crimen atrajo la atención de todo el país, que volvió a ver en el secuestro uno de los aspectos más crudos de la violencia que lo sacude diariamente y que reconoció en este caso detalles que lo convertían en algo especialmente horroroso: no sólo se trataba de un niño de 11 años sino también de una familia de clase media que no contaba con los recursos para pagar el rescate.--