EMERGENCIA EN EMERGENCIA
La caótica respuesta de las autoridades ante la tragedia del volcán plantea interrogantes sobre si el país está preparado para afrontar coyunturas de emergencia.
Dos semanas después de que se presentó, la tragedia ocasionada por la actividad del volcán Nevado del Ruiz está aún muy lejos de quedar atrás. No sólo el cráter Arenas continúa emitiendo gases y cenizas y representando un peligro potencial de nuevas catástrofes, sino que el drama de cerca de 100 mil damnificados aumenta a medida que pasan los días, se agravan los problemas y las soluciones se hacen más esquivas.
Es posible que el único aspecto del desastre que haya comenzado a resolverse la semana pasada sea el referente a la responsabilidad del gobierno y de las autoridades frente a lo sucedido. Las declaraciones del ministro francés de Desastres Naturales, el vulcanólogo Haround Tazieff, concedidas a la prensa el miércoles pasado antes de regresar a su país, parecieron otorgarle un respiro al gobierno del presidente Belisario Betancur, quien ya veía venirse sobre él un nuevo juicio de responsabilidades, no tan complejo, pero sí igualmente grave a aquel que la misma tragedia del volcán opacó y que tenía que ver con el caso de la batalla del Palacio de Justicia.
SEMANA pudo conversar largamente con el ministro Tazieff sobre distintos aspectos de la tragedia del volcán. La opinión de este experto quien en un principio había sido presentado como una de las personas que podría plantear los más serios cuestionamientos a la actuación de las autoridades, resultó mucho más prudente de lo que se esperaba. Para él, "solamente los escasos vulcanólogos que se han especializado en el estudio de los lahares o flujos de lodo, como el que arrasó a Armero, hubieran sido capaces de prevenir lo que sucedería. Y a pesar de que el volcán fue analizado por numerosos expertos, lo cierto es que ninguno de ellos es un especialista en lahares. Creo que de cualquier manera les faltó a esos científicos un poco de imaginación para darse cuenta de que éste no era un volcán cualquiera, sino que se trataba de un nevado, lo que implicaba glaciares y peligro de lahares".
Con estas palabras, Tazieff ayudó a lavar las manos del gobierno (con el cual, en su calidad de funcionario oficial francés, de todos modos no podía ponerse a pelear de frente), pero además contribuyo a arrojar luces importantes sobre el debate. En efecto, todo indica que la gran preocupación de los que estaban analizando el volcán antes de la tragedia era la de establecer la posibilidad de una erupción devastadora y por esa razón quizás, no otorgaron la importancia debida al riesgo de los flujos de lodo.
"En Costa Rica, en el 64, yo advertí al gobierno sobre el peligro de los lahares del volcán Irazú, cuyo poder devastador parecía capaz de causar grandes daños en la ciudad de Cartago. El gobierno tomó entonces algunas medidas que le recomendé, entre ellas la construcción de canales y muros para evitar que el lodo cubriera el valle de Cartago. Según recuerdo, en vez de 2 ó 3 mil muertos, que era lo que se preveía, hubo apenas uno", agregó el vulcanólogo francés.
La experiencia costarricense del 64, de la cual se aprendió muchísimo, permitió, además, comprobar que para salvar a la población no es siempre necesario acudir a la evacuación. "Incluso si no se hubiera tenido tiempo para construir los canales y muros en el Lagunilla, hubiera bastado con establecer piquetes de vigías en las cabeceras de los ríos, de tal manera que alertaran a las gentes de Armero sobre la formación del lahar. Si los vigías se colocaban a 4 mil metros de altura y anunciaban de inmediato cualquier peligro, las gentes de Armero tenían hasta 2 horas para buscar seguridad en las colinas y partes altas, con lo cual se habrían salvado muchas vidas, tal vez todas", afirma Tazieff.
Con respecto a la posibilidad de una erupción devastadora, el Ministro considera que, a nivel de prevención, es poco lo que se puede hacer. "De cada cien casos como el que se ha presentado en el Ruiz, o sea el de una actividad eruptiva moderada, sólo uno deriva en una erupción devastadora, razón por la cual cada siglo hay apenas unas 10 o 12 en todo el planeta. A la gente que habita hoy en día en las zonas que se verían afectadas por una erupción devastadora, es bueno decirles que siempre es mucho más probable que mueran en un accidente de tránsito que por culpa del volcán".
En fin, queda claro que es mucho lo que se necesita aprender sobre la prevención de este tipo de catástrofes. Y aunque en algunos casos esa prevención puede alcanzar altos costos, los expertos aseguran que por cada millón de pesos invertido en este campo, se pueden ahorrar cerca de mil millones en pérdidas.
DESPUES DEL CAOS, EL CAOS
Pero si bien las declaraciones del Ministro francés lograron bajar el tono de las críticas que se oían en contra del gobierno por la supuesta imprevisión de la catástrofe, en lo que las autoridades aparecían rajarse cada vez con una nota más baja era en lo referente a la organización y coordinación de las labores de rescate y de la emergencia en géneral.
Una vez más, como había sucedido dos años y medio antes en Popayán, al caos natural siguió el caos institucional. SEMANA consultó a los distintos grupos de rescate que han participado en la emergencia de Armero, Chinchiná y otras zonas afectadas, y todos los testimonios obtenidos señalan que la anarquía fue la regla de oro que se impuso.
En primer lugar -al igual que en el terremoto de Popayán- confluyeron al lugar, con la mejor de las voluntades, ríos de socorristas, soldados, policías, miembros de la Defensa Civil y estudiantes universitarios de medicina, enfermería, biología, veterinaria y hasta diseño industrial, quienes se enfrentaron, desde su arribo a la zona de desastre, con el problema de no saber qué era exactamente lo que debían hacer: órdenes y contraórdenes, arbitrariedades, más jefes de los necesarios y, sobre todo, una absoluta falta de claridad sobre los objetivos y prioridades que debían ser tenidos en cuenta.
Julio Ramos, miembro de la Defensa Civil, relató a SEMANA que cuando estaba en Guayabal con su grupo de salvamento, decidió escaparse de su superior y partir hacia Armero en compañía de socorristas de la Cruz Roja: "Me entró el desespero porque sabía que se necesitaba gente de mi grupo, especialmente entrenada en salvamento y organización de rescates, en la zona del desastre. Y en Guayabal no hacíamos más que mirar a la gente y descargar los auxilios que llegaban en los camiones. Esa labor la han debido hacer los estudiantes voluntarios y no quienes estábamos entrenados para algo más urgente, como era el salvamento de gente".
Por su parte, un estudiante llamado Alberto Camelo, aseguró que "los muchachos de la Defensa Civil no hacían nada. Su jefe no les impartía órdenes y algunos se tiraban al piso a descansar. Se necesitaba que por lo menos calmaran a la gente y la organizaran, pero sólo le gritaban y la asustaban más. Entretanto, nosotros que estamos preparados para ayudar a los heridos, éramos desperdiciados en medio del desorden más absoluto".
Otras críticas se dejaron oír en contra de los soldados: "Aunque sin duda contribuyeron a controlar los saqueos, lo cierto es que cuando una persona lleva colgando un pesado fusil, es poco lo que puede hacer en materia de ayudar a los heridos o de rescatar a los atrapados".
Jairo Mora, coordinador del grupo SAR (Search and Rescue) de la Cruz Roja, integrado por jóvenes voluntarios que llevaron a cabo la mayoría de los rescates en Armero, explica que "si bien existe una buena preparación a nivel del personal de las diferentes entidades involucradas en la emergencia, lo que no existe es organización ni coordinación entre las diferentes entidades para que, en el momento de la emergencia, se puedan hacer bien las cosas y se logren encauzar de manera efectiva los sentimientos de solidaridad".
DESORDEN POR LO ALTO
Pero toda esta desorganización, toda esta falta de coordinación, no se limita a la zona de desastre. En las oficinas públicas en Bogotá e, incluso, en la propia Casa de Nariño, se evidencian los mismos síntomas. ¿Quién demonios está al frente de la situación? El solo hecho de que dos semanas después de la tragedia no exista una respuesta contundente a este interrogante, indica hasta qué punto la situación es crítica.
Lo que para muchos resulta imperdonable a este gobierno, es el hecho de que, después de la tragedia del terremoto de Popayán, nada se haya aprendido, nada se haya ganado en experiencia en cuanto a la forma como se deben organizar las cosas, después de un desastre natural. Pese a que tanto en Popayán como en el caso del volcán quedó claro que el país tiene, frente a un desastre natural, una gran capacidad de respuesta, lo cierto es que esa respuesta sigue siendo absolutamente caótica.
El ex alcalde de Popayán Alfredo Solarte, había dicho en marzo pasado durante un foro sobre "Manejo participativo de calamidades públicas", que, después del terremoto del Cauca, "hubo un permanente desplazamiento de misiones, especialmente de entidades oficiales, que se caracterizaron por una falta de coordinación ... y que... ocasionaron pérdidas de tiempo a las autoridades de la región... Muchos de los representantes de dichas entidades carecían de poder decisorio".
Pocas diferencias con estas afirmaciones tendría un análisis de la actuación de las entidades oficiales en el caso del volcán. En primer lugar, cabe preguntarse si resulta efectivo que se coloque al frente de la situación al secretario general de la Presidencia (en este caso Víctor G. Ricardo), cuando las labores a cumplir incluyen la coordinación de funciones de varios ministerios que, obviamente, no pueden quedar en manos de un funcionario de rango inferior al de cualquiera de los ministros. Como muestra clara del caos reinante en las altas esferas gubernamentales frente al volcán, está lo sucedido el sábado 16, cuando se dio la voz de alarma sobre la supuesta repetición del lahar en el Lagunilla y otros ríos. Las ordenes y contraórdenes sobre la necesidad de evacuar se hicieron públicas, sin que fuera consultado o sin que se tuviera en cuenta la opinión del secretario Ricardo. Idéntica situación se vivió el miércoles 20, cuando un simulacro promovido por un mando militar derivó en el desalojo de Mariquita en medio de un torrencial aguacero y sin que fueran informadas las autoridades centrales, que llegaron a creer, al igual que algunas cadenas radiales, que se trataba de una nueva erupción. Asi también, el ministro de Salud, Rafael de Zubiría, anunció 72 horas después de la tragedia que la zona sería declarada camposanto y que sería fumigada, creando una ola de reacción y de protesta que obligó al propio Presidente, quien al parecer no estaba informado a echar para atrás la decisión, lo cual permitió el hallazgo de algunos sobrevivientes más.
Los problemas de organización que plantea un desastre natural no son cosa que se pueda solucionar fácilmente. No de otra forma se puede explicar que un país como Francia haya optado por crear un ministerio para que se dedique exclusivamente a afrontar las catástrofes. Y es que son muchas las cosas que es necesario tener definidas de antemano para poder salir airoso de algo tan devastador como un terremoto, una inundación o una erupción volcánica. Es importante que las diferentes entidades que deben responder a los llamados de auxilio sepan exactamente cuál es la función que les corresponde desempeñar. Y es importante también que las autoridades militares, a las cuales se les entrega de inmediato el control de la situación, sepan cuáles son las funciones de cada grupo, para que las respeten y les ofrezcan colaboración, en vez de pasarse el tiempo pidiendo documentos y estableciendo retenes, como sucedió en el Tolima y Caldas después del miércoles 13.
Ante la evidencia del caos, al cierre de esta edición el gobierno parecía haber barajado algunos nombres de personajes que podian ser encargados de la coordinación general de la emergencia. Fueron mencionados Pedro Gómez Barrero, Fabio Echeverri y Luis Carlos Sarmiento, pero ninguna decisión al respecto habia sido tomada a fines de la semana pasada. Aunque es evidente que designar a una persona de talla nacional e, incluso, con rango de ministro sin cartera, sería un paso positivo para intentar recuperar el terreno perdido, la verdad es que su labor sólo podría tener éxito si con anterioridad a la tragedia hubieran existido los instrumentos y mecanismos administrativos adecuados para hacer viable y eficiente el manejo de una coyuntura de emergencia.
Es un hecho también que la imprevisión y el desorden que impiden una correcta administración de los recursos humanos y administrativos, perjudican considerablemente el manejo de los recursos financieros y de las ayudas en especie. Muchas historias sobre dinero, drogas, carpas, ropa y medicinas robadas, se escucharon en Popayán en el 83 y se volvieron a oír la semana pasada en Armero, Chinchiná y otras poblaciones. De nuevo, las organizaciones internacionales se preguntaban al llegar al país con toneladas de ayuda, a quién debían entregarlas. Se tomaron medidas para evitar el saqueo en la zona de desastre. Pero este saqueo, que implica el robo de uno que otro electrodoméstico, es mucho menos grave que la desaparición de 5 millones de pesos, que fue reportada apenas cinco días después de la tragedia, o que las irregularidades que pueden presentarse a la hora de la inversión de gigantescas sumas en la etapa de reconstrucción.
UN POCO DE SICOLOGIA
Y más allá de la administración de la catástrofe, hace falta comprender que la ayuda a los damnificados no puede limitarse al plano material. Desde hace años, los "desastrólogos" son conscientes de que los efectos sicológicos que se derivan de una catástrofe no pueden subvalorarse. Es necesario recuperar para una vida normal y productiva a los sobrevivientes. SEMANA consultó a este respecto al jefe del departamento de sicología de la Universidad de los Andes, Miguel Salas, quien explicó algunas de las alteraciones que suelen manifestarse entre los sobrevivientes, como "sentimientos de ansiedad generalizada y depresión, recuerdos y sueños compulsivos sobre el desastre, desesperanza, alteraciones sicosomáticas, conductas agresivas, tendencia al aislamiento social, problemas maritales y hasta abuso del alcohol".
Pero los sobrevivientes no son los únicos afectados. Los periodistas, así como los socorristas, se enfrentan en pocas horas a escenas de horror y muerte que también los golpean y que pueden derivar en problemas síquicos. Olvidar estos aspectos es también una forma de no estar preparados para una catástrofe.
En fin, una vez más y con unos alcances nunca vistos en la historia de Colombia, un desastre natural parece haber colocado al país, a sus instituciones y a sus mecanismos administrativos, frente a la evidencia de su propia incapacidad para hacer frente a una emergencia.
EL PRECIO DEL DEBER
Durante los últimos días y, como es obvio, aparte del volcán mismo, uno de los temas favoritos de conversación entre los colombianos ha sido la forma como la prensa, la radio y la televisión llevaron a cabo el cubrimiento de la catástrofe del Tolima y de Caldas. Difícilmente se puede encontrar en el pasado un desempeño de tareas periodísticas que haya acumulado tantos méritos y tantos aspectos cuestionables. Y no es para menos. Ni la mejor facultad de comunicación social, ni la experiencia de años y años frente a un micrófono o una máquina de escribir, pueden ser suficientes para preparar a un periodista a enfrentarse con algo como lo sucedido en Armero y Chinchiná en los últimos días.
Los periodistas hicieron de todo, aparte de cubrir con lujo de detalles lo que pasaba. Descubrieron sobrevivientes en medio del lodo, movilizaron a la comunidad para hacer más efectiva y rápida la ayuda, pero también fueron promotores y víctimas del alarmismo y exigieron de los testigos de la tragedia testimonios que violaban abiertamente lo que bien podría llamarse "la intimidad del dolor", como sucedió con algunos reportajes de televisión, que llegaron incluso a poner a cantar a una de las niñas rescatadas de los escombros.
LAS FOTOS DEL LLANTO
Entre los aspectos a destacar, tiene particular valor el testimonio gráfico obtenido por el fotógrafo Jorge Parga, de El Tiempo, quien logró una excelente serie a todo color sobre el hallazgo y posterior rescate de Guillermo Páez, de sólo 4 años, quien dormía sobre el lodo cuando fue descubierto por el lente de Parga desde un helicóptero. En el momento del rescate, él y sus compañeros de vuelo lloraron de emoción, como sin duda lo hicieron muchos lectores al apreciar la serie de fotos. Dos días antes, el viernes 15, Parga y su colega Angel Vargas, se habían encontrado en la zona de desastre, después de caminar 6 horas cada uno por su lado, en medio del horror y de la muerte. Al hallarse frente a frente, cubiertos de lodo, se abrazaron y lloraron como nunca antes en sus vidas.
Otro periodista de El Tiempo, Germán Santamaría, vivió entretanto su propio drama. Oriundo de Líbano, una de las poblaciones más cercanas al corazón de la tragedia, llegó a revelar en una de sus crónicas que se sentía como una hiena escribiendo sobre el dolor de sus paisanos. Santamaría viajaba todas las mañanas en helicóptero hasta Armero y se regresaba al caer la noche a escribir. El caso de Omayra Sánchez, una niña de 12 años que se encontraba atrapada en el lodo, se convirtió en una verdadera novela en dos partes: en la primera, Santamaría pedía una motobomba urgentemente; en la segunda y pese a haber conseguido ese equipo, el periodista relataba la muerte de la menor.
COMPETENCIA ENTRE RUINAS
Pero sin duda, quienes afrontaban los momentos más duros eran los reporteros de la radio. RCN y Caracol, que por boca de sus directores de noticias, Juan Gossaín y Yamid Amat, no se cansaron de repetir que no era éste el momento de competir por la sintonía, se trenzaron de todos modos en una lucha sin cuartel, que llegó a incluir mensajes cifrados e indirectas al aire en los cuales el uno criticaba al otro. Sin embargo, nunca antes habían sido ellos relegados del papel de estrellas como en esta oportunidad. En efecto, las estrellas fueron reporteros como Francisco Tulande de RCN, quien en compañía de Alberto Uribe de El Espacio, fue el primer periodista en llegar a Armero, o Antonio José Caballero, de la misma cadena, quien debió dejar atrás su rutina de los corredores de la Casa de Nariño, para reemplazarla por el angustioso trabajo en la región de la tragedia. También se destacaron Mónica Rodríguez, José Domingo Bernal, Héctor Mario Rodríguez y Carlos Ruiz, de Caracol. La primera llegó el jueves 14 a las 9 y 30 de la mañana, en un avión militar a Mariquita, para luego ser trasladada por un grupo de soldados hasta Armero: "Lloré a moco tendido y después de realizar tres reportajes con la grabadora y el radioteléfono, me convertí en voluntaria y tuve la clara sensación de impotencia ante la falta de elementos para el rescate" relató la periodista a SEMANA, después de pasar dos días en cama por recomendación de su médico.
Pero más allá de estos aspectos a destacar, ha generado polémicas de toda indole la forma como las dos grandes cadenas radiales han buscado cumplir un papel protatónico en los eventos que se han programado para recaudar fondos con destino a los damnificados. Son muchas las programadoras de televisión que se han quejado de lo que algunos han denominado "el monopolio de la ayuda". Nadie discute la utilidad de estas campañas, pero muchos cuestionan su utilización para salir airosos en una pelea de ratings.