LABORAL
Pleno empleo en el campo: ¿realidad o ficción?
La tasa de desempleo en el sector rural se mantiene muy por debajo del promedio nacional. Para el trimestre de abril-junio de 2019 llegó a 5,9%, frente a 9,4% en todo el país. ¿Qué explica esa diferencia?
A pesar de que el mercado laboral ha venido registrando un deterioro en los últimos meses, con una tasa de 9,4%, en el campo colombiano la situación luce distinta. Allí, según la jerga de los economistas, hay una situación de pleno empleo, dado que solo 5,9% de su población está desocupada.
Esta afirmación hace referencia a una situación en la que el desempleo es tan bajo que todas las personas con deseo de tener un trabajo lo tienen y los pocos desocupados, lo están porque están cambiando de puesto o buscando uno nuevo. Este sería un desempleo transitorio que, por lo tanto, no contaría realmente dentro de la tasa de desocupación. Eso es lo que los economistas llaman desempleo friccional.
¿Pero qué tan cierta es la teoría económica frente a la realidad colombiana? Según Jorge Enrique Bedoya, presidente de la Asociación de Agricultores de Colombia (SAC) se deben tener en cuenta varios factores. Por una parte, es muy importante para un mejor entendimiento de las cifras del desempleo, advertir que el mercado laboral en el campo es prácticamente informal: si bien el desempleo en el campo es casi la mitad de la tasa a nivel nacional, la informalidad a nivel nacional ha estado en 46% a nivel nacional, mientras que para el campo asciende a más de 86% para el presente año. Esto explicaría, en parte, por qué hay una tasa de desempleo significativamente más baja en este sector frente al conglomerado del país.
Otro factor es la migración de los jóvenes del campo a las ciudades, en búsqueda de mejores condiciones, ocasionando un envejecimiento inevitable de la mano de obra. Esto lleva a fenómenos como el que sucedió en 2017 cuando los venezolanos terminaron cosechando los cultivos de panela y café, según Bedoya.
Y uno de los mayores justificantes, comenta, parte de la existencia de un régimen laboral que no está diseñado para la realidad del campo, limitando su empleabilidad, puesto que la dinámica es muy diferente al de la ciudad. En el campo se mueve mucho una empleabilidad por horas como la de los jornaleros, dependiendo de condiciones variables como las cosechas,estaciones de los cultivos, entre otra y esto no les permiten cotizar a salud ni a pensión.
De los ocupados en el campo, los trabajadores por cuenta propia y obrero, empleado particular (incluye jornalero o peón), representan 82,7% de la población ocupada en el país. Y un 73,2% de los ocupados en el sector rural, para el trimestre abril-junio de 2019. Haciendo aún más visible el punto que Bedoya expone.
Por supuesto que las cifras de empleo rurales en Colombia son positivas (positivas porque aumentaron ocupaciones como obrero, empleado particular con un crecimiento de 18,3% y empleado doméstico con 14,9%). En los datos no hay una mejora en términos del ‘oficio del campo‘, la rama que más contribuyó a la disminución de empleo fue la agricultura, ganadería, caza, silvicultura y pesca, con una caída de 6,9%. Lo que reflejan en realidad las cifras son mejoras en la empleabilidad en temas de transporte, almacenamiento y comunicaciones, con crecimientos de 17,6% frente al trimestre abril-junio de 2018.
Pero a la final, ocultan una realidad: la enorme informalidad y los problemas que tienen los trabajadores y los empresarios del campo para incorporar formalmente mano de obra. En este frente, nadie puede cantar victoria.