POLÍTICA MONETARIA
¿Por qué emitir dinero es la peor idea del mundo?
El debate de la emisión monetaria cobra fuerza en varios países que atraviesan por problemas fiscales ante los estragos económicos que deja la pandemia. ¿Cuáles son los riesgos de emitir sin control?
El mundo atraviesa por una de las peores crisis económicas desde la Segunda Guerra Mundial, debido a las restricciones impuestas por la pandemia. Quiebras de empresas, desempleo y crisis sociales se han convertido en el común denominador en muchos países en los que los Gobiernos buscan soluciones para darle vuelta a la situación.
Tal y como ha sucedido en varios momentos de la historia, la emisión de dinero aparece como una opción atractiva y algunos sectores políticos han pedido a los bancos centrales que prendan la máquina para imprimir papel moneda.
En Colombia varios economistas y políticos ya la han planteado. Uno de ellos es el senador Gustavo Petro, quien además se perfila como uno de los candidatos presidenciales más fuertes, y que insiste en que hay que tomar decisiones audaces y dejar de lado la ortodoxia que caracteriza a la tecnocracia colombiana.
Para Petro, la mejor manera de llevar recursos a los hogares y a las pymes es que el Banco de la República emita y le dé un crédito directo al Gobierno de unos 15 billones mensuales, mientras haya la necesidad de mantener cerrado el aparato productivo. Argumenta que el Banco ya emitió una gran cantidad de dinero, pero que en vez de darlo a los hogares, estos recursos fueron canalizados a través de la banca privada. En pocas palabras, la emisión se convirtió en deuda para los hogares y empresas y en un activo para las instituciones financieras. Si bien es cierto que el Banco de la República aumentó la emisión monetaria durante el año pasado, el mecanismo utilizado es de una naturaleza muy distinta a la propuesta de Petro.
Tendencias
Lo que hizo la entidad fue emitir dinero para adquirir activos de las entidades financieras como, por ejemplo, los títulos de deuda. El objetivo: mantener la estabilidad del sistema financiero e impedir que ocurriera de nuevo una crisis como la que vivió el país en 1999.
Bajo esta perspectiva, no fue propiamente un regalo a los bancos porque el Banco de la República recibe activos a cambio de la emisión. En el caso del crédito directo al Gobierno, habría necesidad de hacer una emisión masiva de deuda pública, pero nadie puede garantizar, en ese caso, que el Ejecutivo honrará esa deuda. Así, se habrían ido dos principios fundamentales de la estabilidad económica al traste: la excepcionalidad de permitir una emisión como crédito al Gobierno y la cultura de pago del Estado colombiano, uno de nuestros principales activos.
El líder de la Colombia Humana argumenta que no hay que satanizar la emisión, porque Estados Unidos y la Unión Europea lo han hecho. Sin embargo, deja de lado que estos han utilizado los mismos mecanismos de expansión monetaria y que además el euro y el dólar son monedas fuertes que se utilizan de reserva en todo el mundo, lo que hace que el riesgo inflacionario sea menor y que el choque se “socialice” mundialmente. No se pueden comparar peras con manzanas.En el mundo, varios Gobiernos han visto en el pasado la emisión como la salida a la crisis. Pero ese experimento no ha salido nada bien. ¿Por qué?
En primer lugar, porque la riqueza de una economía no depende de la cantidad de dinero circulante, sino de su nivel de producción. Una economía solo es más rica en la medida en que produce más. Eso queda en evidencia en que el principal pasivo de un banco central es la base monetaria: eso significa que si se emite de más, ese nuevo dinero no expresará valor real de producción. Eso resulta inconveniente por lo que todos ya sabemos: si aumenta la demanda sin que aumente la oferta implica básicamente más inflación, ya que hay mucho dinero intentando comprar la misma cantidad de productos y servicios.
En un escenario generalizado de pérdida de poder adquisitivo, el ajuste recae sobre los pobres, que no tienen ninguna clase de activo distinto a su propio esfuerzo y el salario que les pagan por trabajar.
Los que prendieron la máquina
No hay que ir muy lejos para ver los nefastos resultados del experimento de poner a funcionar la máquina de hacer ‘billete a la lata’. Solo basta con mirar el caso de un vecino: Venezuela.Desde 2014 y debido al desplome de los precios internacionales del petróleo, el enorme gasto público del régimen de Nicolás Maduro empezó a ser financiado por el Banco Central de Venezuela con emisión.Hoy, las consecuencias saltan a la vista. Venezuela completó 38 meses con una hiperinflación cercana al 10.000 por ciento. En la práctica, la moneda tiene un valor mínimo y está prácticamente en extinción. Tan solo algo más de 2 por ciento de las operaciones se hacen en efectivo.
Para comprar un artículo de la canasta básica son necesarios varios fajos o incluso bultos de billetes.
Para hacerse a la idea, un dólar estadounidense equivale a 1.801.477 bolívares, por lo que si se va a comprar algo de dos dólares se necesitan más de 70 billetes de la más alta denominación (50.000 bolívares). Por esto es habitual ver a los migrantes vendiendo sus billetes por cualquier moneda y hasta haciendo artesanías con ellos.
A finales del año pasado, el presidente Maduro anunció que empezarán a imprimir billetes de 100.000 bolívares y que harán una apuesta ambiciosa por la digitalización de la moneda. No obstante, para nadie es un secreto que, en la práctica, un número importante de operaciones ya se hacen en dólares (65 por ciento).
En el pasado, algunos países han solucionado el problema de los fajos agregándoles más ceros a los billetes. En Perú, a mediados de los ochenta, en el primer gobierno del fallecido Alan García se hizo popular la expresión “la maquinita”. García utilizó la emisión monetaria para impulsar un boom económico caracterizado por medidas populistas.
El resultado: una hiperinflación que llegó al 7.000 por ciento y generó un gran desabastecimiento. Las largas filas se convirtieron en el pan de cada día y el inti, la moneda de ese momento, se devaluó a tal punto que imprimieron billetes de uno y cinco millones de intis. Esta moneda fue reemplazada en 1991 por el nuevo sol.
Años después, en la antigua República Federal de Yugoslavia, entre 1993 y 1994, el sanguinario dictador Slobodan Milosevic financió la guerra con una emisión exagerada de dinero.
A medida que el dinero fue perdiendo valor, el Gobierno de Milosevic empezó a ponerles más ceros a sus billetes, a tal punto que emitieron un billete de 500.000 millones de dinares. Sin embargo poco fue su efecto, teniendo en cuenta que su inflación aumentaba 63 por ciento al día. Este ritmo hiperinflacionario se postergó por dos años hasta que el país entró en proceso de disolución.
En Argentina, la emisión también ha sido una herramienta habitual de los Gobiernos, pero tal vez su punto álgido fue durante el mandato del dictador Leopoldo Fortunato Galtieri, cuando en 1981 se emitió el billete de mayor denominación: un millón de pesos argentinos.
Pero la inflación no es un problema del pasado para Argentina: en 2020 esta cifra cerró en 36,1 por ciento, la segunda más alta de la región después de Venezuela. Los últimos Gobiernos de ese país han seguido abusando de la maquinita.
Más recientemente, Zimbabue también imprimió billetes con cifras astronómicas y, como respuesta, la hiperinflación llegó a 231 millones por ciento.
En 2009, este país, que algún día fue colonia británica, imprimió un billete de 100 billones de dólares. Parece increíble, pero este billete fue válido hasta 2015. Posteriormente, tuvieron que dolarizar su economía.
Estos son solo algunos ejemplos de los riesgos de la emisión monetaria. Como afirman algunos expertos, este debe ser un recurso de última instancia y a pesar de la crisis, Colombia aún cuenta con financiación internacional.
Desde el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, hasta el gerente del Banco de la República, Leonardo Villar, han descartado esta posibilidad y la Constitución solo permite un préstamo directo al Gobierno si la junta directiva vota unánimemente. Algo muy poco probable bajo las actuales circunstancias. Por eso, quizás habrá que buscar otra salida a la crisis fiscal.