MACROECONOMÍA
¿Y si Estados Unidos entra en recesión?
Aunque los indicadores económicos del país del norte muestran un panorama positivo, ya comienzan a aparecer nubarrones. Algunos analistas creen que los síntomas de una desaceleración son inminentes.
No es por ser aguafiestas, pero cada día crecen las señales que indicarían que la economía de Estados Unidos, después de uno de los periodos más largos de crecimiento, estaría cerca de entrar en una recesión. Algunos piensan que podría suceder en 2020, pero otros la ubican incluso a finales de 2019. Si el crecimiento de la economía de Estados Unidos se mantiene hasta julio del próximo año, superaría el periodo de expansión más largo de su historia, registrado en la década de los noventa, cuando durante 120 meses reportó cifras positivas. Pero nadie ha inventado aún la bola de cristal que indique el momento exacto en que terminará la fiesta del crecimiento económico en la principal potencia del mundo.
Los fatídicos vaticinios han aumentado recientemente. Nouriel Roubini, el reconocido economista apodado Doctor Doom o Doctor Catástrofe, se hizo famoso hace más de una década por predecir la crisis hipotecaria en Estados Unidos. Pues bien, a mediados de septiembre señaló que aunque la economía seguirá creciendo el año próximo, para 2020 podría registrar una crisis financiera que daría origen a una nueva recesión mundial incluso más severa que la de 2008, según el diario El Mercurio.
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La semana pasada Martin Feldstein, un prestigioso profesor de la Universidad de Harvard, se sumó en una columna en The Wall Street Journal al grupo de quienes ven los primeros nubarrones. Aseguró que diez años después de la gran recesión viene “otra desaceleración profunda y prolongada que pronto podría afectar la economía de Estados Unidos”. También se acaba de conocer una encuesta publicada por la Asociación Nacional de Economía Empresarial de ese país que consultó a más de medio centenar de expertos y encontró que dos terceras partes de los entrevistados prevén una recesión para finales de 2020. Y como si fuera poco, bancos de inversión como JP Morgan Chase y Bridgewater Associates han encendido sus alarmas porque coinciden en que en máximo dos años la economía estadounidense estará en problemas.
El diagnóstico preocupa porque, como en el caso de las enfermedades, a las recesiones económicas las precede una serie de síntomas claves que ahora comienzan a aflorar. Entre ellos aparecen el fin del ciclo de dinero barato, que duró casi una década; el estrecho margen de maniobra fiscal luego de que a comienzos del año el gobierno redujo sustancialmente los impuestos; el aumento de los precios del petróleo y de otros commodities que presionan la inflación; y el escalamiento en la guerra comercial.
Pero, como en todo diagnóstico, hay segundas opiniones. Por un lado, el presidente de la Reserva Federal (FED), Jerome Powell, ha dicho que la economía se mantendrá robusta por un largo periodo y que la política de aumento de tasas ha ido acompañada de una revisión permanente de otros indicadores como el empleo y la inflación. También los economistas de Goldman Sachs, recientemente citados por Bloomberg, aseguran que son optimistas, que sus modelos muestran que la economía norteamericana seguirá sólida y que un eventual desbarajuste solo llegaría en caso de que la crisis golpeara otros bloques económicos fuertes. Por eso, se muestran optimistas frente a las perspectivas. ¿Qué tan cerca está una crisis en la principal potencia del mundo?
Una de las grandes preocupaciones apunta a la similitud entre lo que ocurre hoy con lo que pasó antes de la crisis de 2008. Feldstein asegura en The Wall Street Journal que el alto nivel de precios de los activos y el aumento en las tasas de interés se parecen mucho a lo que ocurría hace una década con los precios de la vivienda, que llegaron a niveles elevados tras un largo periodo de tasas de interés reales muy bajas promovidas por la FED. “Ahora que las tasas están subiendo, los precios de las acciones caerán, lo que reducirá la riqueza de los hogares, el gasto del consumidor y la actividad económica”, asegura este experto.
Este año la FED empezó a subir las tasas de interés después de mantenerlas a niveles muy bajos. El 26 de septiembre la FED las elevó a 2,25 por ciento, la cifra más alta en una década y todo apunta a que de ahora a 2020 podría escalar hasta 3,4 por ciento. Si este aumento se combina con una inflación más alta, podría detonar la economía, pues elevaría el interés que tendrían que pagar los empresarios e incluso el gobierno a los inversionistas para garantizar la financiación de sus proyectos, en momentos en que la deuda de Estados Unidos alcanza 6 billones de dólares. Nadie desea ese escenario.
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Feldstein asegura, además, que las altas tasas de interés generan presión sobre los mercados de valores y una desaceleración en los precios de las acciones termina por reducir el gasto del consumidor “lo suficiente como para empujar la economía a la recesión”. Y calcula un escenario casi catastrófico: si cae 40 por ciento la relación de precio sobre ganancias en las acciones de las empresas que integran el Standard & Poor’s 500, desde el nivel actual, desaparecerían 10 billones de dólares en riqueza familiar
No son las únicas similitudes frente a la crisis de hace una década. El aumento que han registrado este año los precios del petróleo y de otros commodities también amenaza la economía norteamericana. Durante la reciente cumbre de Naciones Unidas, el presidente Donald Trump acusó a los productores de petróleo miembros de la Opep de “estafar al resto del mundo”. Esto no impidió que el barril de crudo siguiera subiendo y esta semana alcanzara un precio de 85 dólares por barril en la variedad Brent.
Felipe Campos, gerente de Estrategias de Inversión de Alianza Fiduciaria, asegura que “un petróleo fuerte es típico de fin de ciclo y, aunque para algunos países genera mayor crecimiento económico, también ahoga a las economías”. La razón principal es que la economía mundial depende en gran medida de los combustibles, y el alza en sus precios aviva la inflación y reduce la capacidad de compra de los hogares, lo que conduce a la desaceleración. Aunque los precios hoy están en niveles de 85 dólares el barril, en JP Morgan Chase prevén que podrían llegar a 95 dólares. Pese a que en estos niveles países como Colombia se benefician y obtienen ingresos importantes por un tiempo, generan mucha presión a la economía y terminan cayendo otra vez, para dar inicio a un nuevo ciclo. En otras palabras, el petróleo pasa de ser el mejor activo al final del ciclo de expansión a convertirse en el peor al comienzo del ciclo de recesión.
Jerome Powell, Presidente de la Fed, y Nouriel Roubini, Economista.
Las escaramuzas comerciales entre Estados Unidos y China, que lucen hoy como un abrebocas de una guerra comercial, son otro síntoma del enfriamiento. Aunque el presidente Trump asegura que las guerras comerciales son “fáciles de ganar”, lo cierto es que todo el mundo perderá.
¿Qué le puede ocurrir a Colombia en un escenario de desaceleración en Estados Unidos? Campos cree que en términos generales no tendrá un efecto grave por la fortaleza que exhibe la economía nacional frente al resto de los países de la región. Sin embargo, su resiliencia dependerá de los ahorros que haga durante la época de vacas gordas en materia petrolera, de la adopción de reformas que mejoren la competitividad del país y de una reforma tributaria que genere los recursos necesarios para estimular la inversión y garantizar el desarrollo. Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial, pues a ese país se dirigen el 30 por ciento de las exportaciones colombianas. También es el principal inversionista en Colombia: entre 2000 y el primer semestre de este año los inversionistas de Estados Unidos han colocado en el país recursos por 35.269 millones de dólares según Procolombia.
Si bien el país está bien posicionado frente al cambio de ciclo de la economía de Estados Unidos, no hay que confiarse. Colombia tendrá que manejar el complejo hecho de tener al petróleo como su ‘monedita de oro’ en este fin de ciclo, a sortear un activo ‘monedita de cuero’ al comienzo de otra recesión.