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¡Se acabó la fiesta!

La economía puede hacerle pasar una mala jugada al gobierno. Los colombianos comienzan a sentir el guayabo de los años de bonanza.

21 de junio de 2008

Hasta para los más rumberos las fiestas se acaban. Y eso es lo que está pasando con la economía. Atrás quedaron la euforia de los trencitos, los brindis por la baja inflación y los abrazos por el excelente crecimiento. Desafortunadamente, llegó el momento de encender la luz y arreglar la casa.

Como suele suceder, la fiesta se acaba cuando está en su mejor momento y ahora viene la resaca de todo lo gozado. Caída vertiginosa del dólar, aumento de los precios, desaceleración, desempleo y fuerte alza en las tasas de interés. La nueva realidad económica tiene muy preocupado al gobierno y con dolor de cabeza a los empresarios. Un ambiente de desconcierto se ha apoderado de todos. La última encuesta de Fedesarrollo revela una caída en la confianza de los consumidores y una mayor incertidumbre por parte de los empresarios.

La verdad es que nadie se puede quejar -y mucho menos el gobierno- al ver la bonanza de los últimos cuatro años y las excelentes cifras de crecimiento. El presidente Álvaro Uribe ha gobernado con un delicioso viento a su favor. Le tocó el mejor contexto internacional en una generación, altos precios de las materias primas, una economía mundial sin sobresaltos, mayores ingresos tributarios y un auge exportador y de la inversión. La buena estrella no le ha faltado. Hasta la revolución bolivariana del presidente Hugo Chávez, que terminó destruyendo el aparato productivo de Venezuela, ha jugado a favor de la economía colombiana, al estimular un crecimiento sorprendente de las exportaciones hacia ese mercado.

En este boom económico mundial, el Presidente, desde un principio, tomó las decisiones correctas: mejoró sustancialmente el clima de inversión por la vía de la política de seguridad democrática, todo apoyado en un modelo de estímulos tributarios para atraer la inversión (zonas francas especiales, contratos de estabilidad jurídica y deducción por reinversión de utilidades).

No se puede olvidar, como dice el director de Fedesarrollo, Mauricio Cárdenas Santamaría, que con mayor seguridad, Colombia pasó de crecer del 3 al 5 por ciento, pero gracias al ambiente externo tan favorable llegó al 7,5 por ciento, una cifra que no se veía en 30 años. Pero, como en los festejos memorables, el cuarto de hora se acabó.

En primer lugar, llegaron los nubarrones en el escenario internacional. La crisis hipotecaria en Estados Unidos desató una profunda desaceleración en la mayor economía del mundo y el principal socio comercial de Colombia. Gracias a los nuevos tigres en ascenso, China e India, los coletazos sobre la economía mundial no han sido peores.

A lo anterior hay que sumarle que, en el último año, se han disparado los precios del petróleo, lo que tiene muy preocupados a los líderes del mundo. El precio del barril de crudo costaba hace 10 años 10 dólares y su crecimiento era paulatino. Entre 2003 y 2007 el barril pasó de 40 a 90 dólares, pero en solo seis meses de este año se trepó de 100 dólares a casi 140. Todo el planeta está sintiendo el impacto. Países ricos, pobres, hombres de a pie, altos ejecutivos, empresas, etcétera. Las razones de este vertiginoso aumento tienen que ver, en parte, con el crecimiento de países como China e India, que están absorbiendo enormes cantidades de materias primas y combustibles para sostener un crecimiento de niveles del 9 por ciento. Otro problema es que, frente a la creciente demanda de crudo, el mundo no está encontrando suficiente petróleo y ya se empiezan a plantear dudas sobre lo que ocurrirá en el futuro. Hay analistas que creen que el precio del petróleo subirá a los 200 dólares en los próximos dos años. Si ya hoy los altos precios tienen a los camioneros del mundo -incluida Colombia- protestando y bloqueando las carreteras, y a las aerolíneas en bancarrota, cómo será el cuadro con el petróleo a 200. Esto ha llevado a que se busquen nuevas fuentes de energía. Y lo único que se ha encontrado, hasta ahora, son los célebres biocombustibles que, a su vez, ha desencadenado otro gran problema en la economía mundial: el aumento en los precios de los alimentos.

La producción de biocombustibles como fuente alterna de energía está desviando alimentos hacia ese sector y generando escasez y altos precios en unas materias primas que son la comida de la humanidad. Muchos alimentos como el trigo, el maíz y el azúcar se están yendo a generar energía y no a alimentar al hombre. Y claro, hay que sumarle a esto el efecto que tiene el calentamiento global y su impacto sobre la producción de alimentos.

Con esta alza en los alimentos, el mundo ha entrado en alerta por el retorno de la inflación a la mayoría de países y porque esta situación ya está causando gigantescos problemas de hambre en muchas regiones como África, América Latina y Asia.

Para Colombia, estas podrían no ser tan malas noticias porque el país se precia de ser una gran despensa alimentaria y es una nación exportadora de petróleo. Sin embargo, la realidad es otra. Los precios de los alimentos han subido 10 por ciento en lo que va corrido de año. El precio de la papa, componente esencial en la dieta de los colombianos, ha aumentado 137 por ciento. Los alimentos tienen en jaque la inflación, que ya se salió de madre y, por segundo año consecutivo, no se cumplirá la meta prevista por el Banco de la República, algo delicado para su credibilidad.

En materia petrolera, los aumentos en los precios del barril tienen una doble cara para Colombia. De un lado, engordan las finanzas de Ecopetrol, que son en última instancia ingresos para la Nación, pero de otro, impactan a los consumidores, que mes tras mes sufren el alza en la gasolina.

El alza del combustible se ha vuelto también otro elemento importante que presiona la inflación: sube el pasaje de bus, se encarece el transporte de los alimentos y se incrementan los costos de los fertilizantes. Las aerolíneas, por ejemplo, acaban de anunciar que tienen que aumentar en 20 por ciento el valor de los tiquetes para poder sostener el negocio ante los elevados precios de los combustibles, que representan el 35 por ciento de sus costos. Los transportadores que pararon la semana pasada advierten que el negocio está que revienta, los floricultores pagan avisos en la prensa para invitar a las 'exequias' del sector y muchos agricultores ya anuncias marchas.

Como se ven las cosas, tienen razón el gobierno y el Banco de la República en estar preocupados con el aumento en los precios, aunque debería estarlo todo el país. La inflación diezma la capacidad de compra de la gente. El ingreso de los trabajadores se deteriora y lo más crítico es que se van generando expectativas de ajuste en todos los precios de la economía. Eso es grave porque finalmente llegan a los contratos laborales y, en plata blanca, significa aumento en los costos para las empresas y, muy seguramente, despidos.

Aquí no paran las malas noticias para Colombia. La revaluación se ha agudizado y terminó por complicar el panorama. El dólar ha caído este año más de 300 pesos y rompió todas las barreras sicológicas posibles. La semana pasada en sólo dos días cayó 50 pesos. Tanto, que el peso es la moneda más revaluada del mundo. Si bien una moneda fuerte es sinónimo de una economía boyante y de un país que despierta confianza en la comunidad internacional, la verdad es que la revaluación también hace estragos en muchos sectores.

Las alarmas están encendidas en los exportadores que estiman en más de 30.000 los empleos que se han perdido. Los confeccionistas y los textileros calculan que han tenido que despedir unas 15.000 personas, y los floricultores cerca de 18.000. Todos los sectores hacen sus propias cuentas del impacto del dólar barato. Los productores de cacao aseguran que dejaron de recibir alrededor de 166.000 millones de pesos en la cosecha de 2007, y los cafeteros dicen que la revaluación es la tercera peste después de la roya y de la broca y que, por su culpa, han dejado de recibir ingresos, en los últimos tres años, por 1,5 billones de pesos.

La revaluación tiene una cara amarga para todos aquellos que reciben ingresos en dólares. Los cerca de cuatro millones de colombianos que reciben remesas han puesto el grito en el cielo porque cada día el giro que les envían sus familiares del exterior es más pequeño. Hasta los ejecutivos de multinacionales están sudando la gota fría cuando reciben cada mes sus salarios, pactados en dólares, pero liquidados en pesos (ver siguiente artículo).

Todas estas variables (revaluación, petróleo, alimentos) se presentan en un momento crítico para Colombia: cuando la economía se está desacelerando. Aunque la situación no es para sentarse a llorar -el país baja en crecimiento del PIB del 7,5 por ciento a probablemente un 4 ,5 por ciento-, la verdad es que si no se toman cartas en el asunto, la situación se puede empeorar.

Una cosa es clara. A estas alturas del problema, nadie tiene la fórmula mágica para arreglar este desorden que quedó de la fiesta y que se complicó con el panorama internacional. El reto no es poco para las autoridades económicas, que tendrán que demostrar que el desafío no les quedó grande. Pero nada peor que tomar medidas en medio del desespero. Y si la cabeza fría se necesita en momentos de turbulencia como los actuales, hace falta que todos se muevan en la misma dirección. Pero ni lo uno ni lo otro está sucediendo.

Para tratar de controlar la caída del dólar se han tomado medidas que, según los analistas, traerán peores consecuencias. El control que fijó el gobierno a las inversiones de portafolio y que defiende el ministro de Hacienda, Óscar Iván Zuluaga, ha sido calificado de perverso por el mercado.

El presidente de la Bolsa de Valores, Juan Pablo Córdoba, fue el primero en elevar su voz de protesta y le siguieron algunos inversionistas que afirman que la medida muestra un total desconocimiento por parte de las autoridades del gobierno de las verdaderas causas de la revaluación.

Quedan grandes dudas sobre cómo se toma este tipo de decisiones en el gobierno, porque no se ve armonía en el equipo. Al Ministerio de Comercio la medida le cae pésimamente porque ahuyenta la inversión que promueve. El viceministro de Industria, Sergio Diazgranados, señaló que "si no funciona es mejor desmontarla porque en lugar de corregir la revaluación, podríamos estar generando un problema mayor de acceso al capital por parte de las empresas".

En medio de esta turbulencia, reproches y recriminaciones van y vienen entre quienes tienen en sus manos las riendas de la economía. El ministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias, tres veces al día critica a la junta directiva del Banco de la República por no bajar las tasas de interés y lo acusa de querer acabar con el empleo y el agro. El presidente Uribe ejerce su propia presión. Le manda sus banderillas a la junta del Emisor y la invita a Palacio para pedirle que le dé una manito en esta difícil coyuntura. Los gremios de la producción le exigen al gobierno que tome cartas en el asunto y que subsidie los sectores más afectados por la revaluación, y los empresarios le ruegan al Banco que baje las tasas porque los tienen colgados.

El ex ministro de Hacienda, Juan Camilo Restrepo, dice que llegó la hora de que el gobierno deje de decir que está muy preocupado y haga algo para combatir la revaluación y ayude a contener la inflación. ¿Qué debe hacer? Sobre la respuesta hay total consenso entre los expertos: que el gobierno pare de gastar y que priorice los subsidios que entrega a diestra y siniestra. "En lugar de apoyar a las grandes empresas a que hagan importaciones de bienes de capital, cuando ya cuentan con un dólar barato, por qué mejor esos subsidios no se les dan a los sectores que reciben en la cara el golpetazo de la revaluación", dice Restrepo.

Ya no hay un escenario internacional favorable y por lo tanto la seguridad democrática se debe acompañar de un verdadero ajuste fiscal. "El gobierno todavía no cree firmemente en eso. Por el contrario, cree que parte del éxito es el gasto, y eso es parte del problema", dice el director de Fedesarrollo.

El gobierno está matriculado con el modelo de entregar a los inversionistas estímulos tributarios que el año pasado le costaron cinco billones de pesos y con la idea de crecer el programa de Familias en Acción de un millón y medio de hogares a dos millones y medio el próximo año. Son nobles propósitos, sobre todo el último, pero llegó la hora de recortar y priorizar antes de que sea demasiado tarde.

Mientras tanto, la deficiencia en la infraestructura vial del país es crítica. En los últimos años no ha habido una sola obra importante para mejorar la competitividad del país. El índice de carreteras pavimentadas está a la altura de los países africanos, la navegación fluvial es nula, los aeropuertos dan vergüenza, los puertos -sobre todo el de Buenaventura- se quedaron estrechos, el transporte ferroviario es inexistente y los grandes ejes viales están en veremos. Cuando llegue el TLC con Estados Unidos, si es que se consigue, se verá el poco avance en esta materia y muchos se darán golpes de pecho por no haber aprovechado los buenos tiempos para adecuar el país a la globalización, en vez de haber repartido la plata para hacer política en el 'Plan 2.500' de carreteras.

Para el decano de Economía de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria, el modelo que ha usado Uribe que ha sido exitoso se está agotando. "El gobierno tiene que reinventar el tema económico y renovarlo, y eso no se ve".

Uribe, que ha sido el rey de la popularidad en el difícil arte de hacer política en Colombia, se podría ver afectado por un tema que destruye presidentes: la economía. Sobre todo cuando el espinoso tema de la segunda reelección ha cogidó fuerza y cuya posible candidatura conspira claramente contra las medidas de austeridad que piden a gritos los expertos y la comunidad internacional. Lo que pase, a fin de cuentas, dependerá de las medidas que tomen el gobierno y el Banco de la República. Lo que no puede pasar -como suele ocurrir en la madrugada de una buena fiesta- es que en vez de irse cada uno para la casa y tomarse un buen remedio para el guayabo, todo termine en una riña callejera de las autoridades económicas. Y, ahí, lo que fue una noche memorable, termina en cuidados intensivos.