NUEVA ECONOMÍA
La economía colaborativa, a pasos agigantados
Uber, Airbnb y Bitcoin son tres claros ejemplos de la amenaza que representan los negocios digitales para los tradicionales.
Un fantasma recorre el mundo entero. Se trata de la llamada economía colaborativa que, según estimaciones, moverá 235.000 millones de dólares en el año 2025. La idea de ese fantasma, que se define como un sistema económico en el que se comparten e intercambian bienes y servicios, a través de plataformas digitales, es bien simple.
Si usted necesita con urgencia un plomero, ¿por qué no utilizar el teléfono móvil para ubicar a uno que esté cerca -gracias a los servicios de geolocalización- y contratarlo directa y rápidamente, sin tener que esperar a que la empresa de seguros envíe a alguien, que cobrará más caro y llegará en dos días? Para el plomero es una oportunidad de ofrecer su servicio de manera independiente, sin dejarle a una compañía intermediaria la mitad del honorario, tan solo ofertando en una red social.
Pues bien, hay más de un ejemplo como este en el que interactúan directamente las personas sin la mediación de las empresas que tradicionalmente monopolizan tales negocios. Por ejemplo, la red para ofrecer alimentación a otras personas llamada Vizeat, que funciona como el Uber de la gastronomía y ya cuenta con casi 100.000 usuarios en el mundo que prefieren degustar los platos de la cocina de una familia en lugar de ir a un restaurante.
Hay otra muy popular en Colombia, en donde la gente compra bienes –usados o nuevos– directamente a otras personas, en lugar de ir al Éxito o a Falabella. Se llama OLX y publica 800.000 nuevos avisos cada mes, generados por más de 400.000 personas. La venta de bienes usados es uno de los motores más reconocidos de la economía colaborativa. Un estudio del Centro Nacional de Consultoría, realizado a finales de 2015, encontró que los colombianos vendieron en el último año 2.353 millones de pesos en bienes usados y que el 13 por ciento lo hizo con algún producto de segunda mano.
El caso más conocido de este nuevo fenómeno empresarial es Uber, que nació con la idea original de que cualquier ciudadano pueda transportar a otro en su automóvil. Su éxito fue tal, que rápido provocó la airada respuesta de los conductores de taxis en muchos países del mundo, con los bogotanos encabezando el ranking internacional de violencia contra la economía colaborativa.
Uber no pretende ser un servicio de lujo más, registrado en una Cámara de Comercio y formalizado como los tradicionales taxis blancos que han existido por años en el sector turístico. En eso, dicen los expertos, se equivoca el Ministerio de Transporte, que lo ha obligado a funcionar de esa manera en Colombia.
La idea detrás de Uber, Lyft, BlaBlaCar y tantos otros sistemas de transporte basados en el consumo colaborativo es que los ciudadanos que poseen un vehículo, el cual pasa ocioso una buena parte del día, puedan ofrecerlo a otras personas, a precios menores que los taxis y con los beneficios adicionales del buen trato y el aprovechamiento máximo del recurso.
Desde los años setenta se promovía en Europa la idea de que entre vecinos se arreglaran para ir juntos al trabajo en un solo auto, con el objeto de reducir el consumo de gasolina y mitigar la congestión de tránsito. En ese movimiento puede hallarse el vestigio más antiguo de la actual economía colaborativa. Pero solo hasta la aparición de las plataformas tecnológicas de hoy –internet, GPS y las redes sociales– se hizo posible la masificación y la operación práctica de estos hábitos urbanos, heredados del trueque de los tiempos prehistóricos.
Parece que no se equivocó la revista Time cuando incluyó el consumo colaborativo entre las diez ideas que cambiarán al mundo, en una edición de finales de 2011. Un año antes había aparecido el libro What’s Mine is Yours: The Rise of Collaborative Consumption (Lo que es mío es tuyo: el auge del consumo colaborativo), de Rachel Botsman, el cual es considerado como el hito teórico más importante de este movimiento. “La economía colaborativa es un modelo construido sobre redes descentralizadas de personas conectadas, quienes crean, distribuyen y consumen valor pasando por alto las instituciones centralizadas tradicionales”, dice la autora. Dos años más tarde, The Economist le dio la bendición oficial ante sus lectores con un especial sobre el tema, y a partir de allí la economía colaborativa entró en el radar de la opinión pública.
El fenómeno Airbnb
En octubre de 2007, a Brian Chesky y Joe Gebbia, dos emprendedores de San Francisco, les notificaron de un abrupto incremento del 25 por ciento en el canon de alquiler de su apartamento, y para cubrir el sobrecosto se les ocurrió alojar en él a algunas personas que llegarían el fin de semana siguiente para una convención en la ciudad.
Allí nació Airbnb (Airbed & Breakfast), la plataforma que hoy ofrece casi 2 millones de lugares para alojarse en 34.000 ciudades de 190 países. Cada noche, 140.000 viajeros en todo el mundo se hospedan en casas registradas en este servicio. Es el emprendimiento de economía colaborativa que mayores estragos ha causado en los negocios tradicionales.
Una cuarta parte de los casi 50.000 asistentes al reciente congreso mundial de telefonía móvil, celebrado en Barcelona, en febrero, utilizaron Airbnb en lugar de los hoteles de la ciudad. En Barcelona, 9.000 personas se embolsillaron 115 millones de euros durante el año pasado, alquilando sus habitaciones mediante Airbnb, y en Madrid 3.200 anfitriones recibieron 16 millones de euros, según estudio revelado por la misma compañía hace pocos días.
En Colombia, la Asociación Hotelera y Turística de Colombia (Cotelco) anunció que promoverá un proyecto de ley para que los alojamientos de Airbnb en el país se sometan a las mismas regulaciones de los hoteles: facturación con IVA, RUT y registro hotelero, tal como solicitan las empresas de taxis en relación con Uber.
Las críticas
Como era de esperarse, promover la economía colaborativa se volvió también un negocio. Airbnb ha sido valorada en 25.000 millones de dólares y es una de las cinco startup más exitosas del momento. Uber está valorada en 50.000 millones de dólares y ya el gigante Google invirtió en ella 258 millones de dólares, al considerarla el futuro del transporte público en el mundo; en tanto que General Motors invirtió el año pasado 500 millones de dólares en Lyft, la competencia más fuerte de Uber.
Los puristas del consumo colaborativo rechazan a estas startup que se enriquecen con el intercambio directo entre las personas, y reclaman volver a los orígenes del concepto, es decir, el trueque de bienes y servicios, sin ánimo de lucro y sin una relación cliente-proveedor, como ocurre cuando se comparte un automóvil, o como es el caso de Couchsurfing, plataforma para permitir que un viajero pernocte en casa sin cobrarle, a cambio de poder recibir el mismo servicio cuando uno viaja, y que cuenta ya con más de 11 millones de usuarios en 200.000 destinos.
Pero las plataformas que propician este intercambio requieren inversiones tecnológicas considerables para garantizar el contacto entre las personas. Airbnb, por ejemplo, tiene más de 40 millones de usuarios, lo que implica servidores poderosos y el desarrollo de un algoritmo para ofrecer a quien busca el servicio que necesita en el lugar más conveniente.
OLX no cobra comisión a las personas que venden productos en su plataforma, sino que intenta lucrarse con publicidad contextual, tal como hace Google en su buscador de información en internet, en tanto que Uber y Airbnb cobran una comisión por cada servicio.
Prohibir los avances tecnológicos
En el siglo XIX, las empresas de coches tirados por caballos en Inglaterra presionaron al gobierno británico para que prohibiera la llegada de los vehículos de motor. Aquellas presiones lograron la famosa “Ley de la bandera roja”, con la cual se obligaba a la naciente industria automotriz a incluir un hombre que debía caminar a 60 metros por delante advirtiendo que se aproximaba una máquina autopropulsada, así como otras restricciones. “Hacer ilegal este tipo de negocios no detendrá el avance tecnológico”, sostiene Michael Gregoire, CEO de la multinacional CA Technologies, haciendo referencia al debate alrededor de la legalidad de Uber.
Los hoteles de Nueva York lograron el año pasado que un juez prohibiera el funcionamiento de la plataforma Airbnb, al demostrar que ha lesionado significativamente el negocio de los hoteles neoyorquinos. Y Yellow Cab, la mayor empresa de taxis de San Francisco, se declaró en bancarrota en diciembre último y señala a Uber –que nació en esa ciudad –como la responsable de su quiebra.
Las entidades financieras también se quejan. Hace un par de años los bancos centrales de varios países –y la Superintendencia Financiera en Colombia–emitieron circulares descalificando al bitcóin como medio de pago legítimo-. Bitcóin es una moneda virtual, utilizada por comunidades de internet, que permite transacciones directas entre personas sin mediación de los bancos y que se cotiza actualmente en 418 dólares por bitcóin.
Las críticas que los negocios tradicionales formulan contra las compañías de economía colaborativa es la misma: no pagan impuestos en cada país donde son utilizadas, no facturan IVA y no están sometidas a los controles. Pero olvidan que no se trata de empresas de igual naturaleza que las tradicionales. Airbnb no es una cadena de hoteles, ni Uber una empresa de transporte público, ni OLX un supermercado. Tampoco Bitcoin es un banco. Son solo plataformas tecnológicas del tipo red social mediante las cuales las personas hacen transacciones de forma directa utilizando la internet libre, lo que hace imposible someterlas a las regulaciones de la economía formal.
En Estados Unidos una persona que saldrá de viaje por varios días puede dejar su auto en manos de FlightCar, que lo arrendará a alguien que lo necesite. Cuando regrese recibirá de vuelta su carro, lavado y en el aeropuerto, con lo cual no tendrá que utilizar un taxi para llegar a casa. ¿Para qué comprar un taladro que utilizará por un par de horas durante el año? En España está Relendo, en donde alguien le alquilará lo que necesite. En Colombia, quien planea estudiar en otra ciudad y necesita habitación compartida, tiene la solución en Rumis. Y Fuímonos es tal vez la app más destacada en el país en el campo de automóvil compartido.
En TaskRabbit, Cronecction y Cronoshare cualquiera puede ofrecer tiempo de trabajo en alguna cosa que sepa hacer bien (por ejemplo, enseñar inglés o llevar de paseo a una mascota) y recibir a cambio algún servicio de otro miembro de la red.
Son miles de plataformas, algunas globales y otras locales, de economía colaborativa que ganan suscriptores a diario. En Europa tiene éxito Grownies para intercambiar la ropa que sus niños ya no necesitan; Book Mooch permite intercambiar libros usados en varios países, y hay plataformas para préstamos de dinero, para ayudar en las tareas escolares y para encontrar a alguien con motocicleta y que viva cerca, quien se encargará de hacer compras por usted y llevarlas hasta su casa, como hace Mercadoni, creada el año pasado en Bogotá.
El debate sobre la economía colaborativa continuará, mientras las más de 5.000 plataformas identificadas hasta ahora en este campo se expanden rápidamente. “La historia del progreso humano muestra que la resistencia a las nuevas tecnologías que generan crecimiento y eficiencia económica es invariablemente inútil”, sentencia Michael Gregoire.