OPINIÓN
Combustibles de transición: nuestro pasaporte al futuro
Es claro que se necesita en nuestro país un plan de transición entre la canasta actual y una futura conformada por fuentes de energía renovable.
En el mundo de hoy se ha vuelto una meta común la conversión de la canasta energética hacia energías renovables y, por eso, los países más poderosos del mundo han establecido políticas y planes concretos para eliminar su dependencia de los combustibles fósiles.
Es fácil estar de acuerdo con este planteamiento que busca reducir los niveles de contaminación del planeta y recuperarlo para las futuras generaciones, pero muchas veces el tema se trata a la ligera. No podemos perder de vista que esta no es una tarea fácil ni de corto plazo y que conlleva retos serios, dada la enorme dependencia que tiene el mundo de hoy de los combustibles fósiles, situación de la cual no escapa Colombia.
Así las cosas, es claro que se necesita en nuestro país un plan de transición entre la canasta actual y una futura conformada por fuentes de energía renovable. Dicho plan implicará reducir gradualmente nuestra dependencia del petróleo (del cual el país tiene cada vez menos reservas descubiertas) y sus derivados, y usar cada vez más energéticos menos contaminantes, que disminuyen el aporte de carbono y que, por lo tanto, impactan menos al medio ambiente.
Es lo que podemos llamar combustibles de transición, tales como los gases combustibles (gas natural y gas licuado del petróleo -GLP-). Pero haciendo conciencia de que esta no será una transición corta, porque abastecerse al 100 por ciento con energías renovables requiere tiempo, tecnología y dinero, el país debe plasmar este proceso en un plan gradual bien estructurado y con metas realistas.
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Dicho plan deberá valorar los recursos necesarios para su ejecución y tener en cuenta el impacto que cada decisión de cambio tendrá sobre los usuarios, para poderle dar el mejor manejo posible y lograr el entendimiento de sus bondades y en consecuencia el apoyo de la población a la que se busca beneficiar.
Esto se corrobora con los planes agresivos de cambio que vienen presentando países ricos y con grandes avances tecnológicos, quienes no ven una sustitución importante antes de por lo menos 20 años en sus esquemas energéticos. Es de suponer que, países como el nuestro, con menos recursos, tardarán mucho más tiempo en lograr esas metas y, mientras tanto, tendremos que seguir supliendo nuestras necesidades energéticas con combustibles fósiles que nos permitan reducir emisiones y lograr un paso gradual hacia las anheladas energías renovables.
En consecuencia, nuestra planeación energética no puede perder de vista la importancia que tiene asegurar el abastecimiento y la continuidad en el suministro de estos importantes combustibles de transición, en el futuro mediato. Es imprescindible la asequibilidad y accesibilidad de estos combustibles para que el país pueda planear de manera confiable su abastecimiento residencial, comercial e industrial.
Así se podrán satisfacer de manera eficiente las necesidades energéticas de la población en general y, de manera inclusiva, las de aquella franja de menor capacidad económica y ubicación geográfica de difícil acceso, que depende del suministro de un combustible amigable como es el GLP, capaz de llegar a los sitios más recónditos de nuestra complicada geografía.
Pero considero que dicha planeación debe ir más allá de solamente garantizar el abastecimiento y que el propósito ulterior debe ser lograr, la cada vez más lejana de obtener, autosuficiencia en el largo plazo. En efecto, cada vez es menor la posibilidad de incorporar nuevas reservas probadas de gas natural, dados los bajos niveles de actividad exploratoria que tiene el país desde el gobierno pasado.
Así mismo, la opción más importante en cuanto a potencial, y más cercana en el tiempo si se tiene éxito exploratorio, está fincada en los yacimientos no convencionales que son objeto de una férrea oposición, con poca fundamentación científica, que se da el lujo de oponerse a los proyectos de investigación que estructuró el gobierno y que, precisamente, buscan determinar cuál es la magnitud de los reales impactos ambientales del fracturamiento hidráulico. Es censurable esa oposición acérrima, diría que visceral, a lograr la autosuficiencia de un gas combustible limpio, como lo es el gas natural, que tantas bondades ambientales aportaría a la calidad del aire en nuestras ciudades.
De igual manera, con respecto al GLP, las proyecciones oficiales de Ecopetrol, en cuanto a lo que está dispuesto a ofrecer al mercado nacional de este servicio público, indican que desde el próximo semestre el país se verá abocado a importar este combustible limpio, a un costo mayor para los usuarios.
Ecopetrol tiene derecho a maximizar sus rentas, pero no debería hacerlo a rajatabla si ello implica que muchos usuarios deban pagar los precios del combustible importado. Un poco más de responsabilidad social empresarial y, con total certeza, no habría cambios notorios en los resultados económicos de la excelente empresa estatal con que contamos los colombianos.
En fin, la inclusión creciente de los gases combustibles en nuestro esquema energético nos permitirá avanzar en forma confiable hacia las energías renovables, haciendo la matriz cada vez más limpia, con un acercamiento gradual a las metas más ambiciosas, sin cambios abruptos que pueden causar afectaciones imprevistas sobre el abastecimiento de la energía indispensable para el desarrollo económico del país.
Los combustibles de transición son nuestro pasaporte a un futuro energético más limpio.