PARO NACIONAL
“No sabemos si tendremos que cerrar definitivamente”
Tres pequeños empresarios revelan el drama que les ha supuesto la doble pandemia del coronavirus y las marchas.
Ferretería LN y Cía
“Nuestra empresa es del ramo de la importación, ensamblaje y venta de maquinaria para la construcción y el agro, y antes de la pandemia estábamos facturando un promedio de $ 1.800 millones a $ 2.000 millones”.
La voz es de Lorenzo Navarro de la Ferretería LN y Cía, quien cuenta con dolor que, entre abril y mayo del año pasado, tuvieron que cerrar los cuatro almacenes que tenían en el sector de Paloquemao, en Bogotá.
“Para junio y julio del mismo año comenzamos a facturar un poquito, apenas un 10 %, porque logramos vender por teléfono y despacharles a clientes conocidos. A pesar de la crisis, logramos sobrevivir sin despedir al personal”, dice.
Además, cuenta que desde agosto hasta final de año abrieron de forma intermitente y a duras penas llegaron a facturar un 30 %. El cambio de año empezó con esperanza: entre enero y marzo de 2021 lograron subir las ventas hasta el 50 %.
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Pero la felicidad les duró poco: “Volvimos a decaer desde que empezó el paro nacional, porque por la calle 13, donde tenemos los almacenes, solo podemos abrir a ratos”, asegura.
Hoy, la ferretería volvió al oscuro panorama de abril del año pasado, cuando su facturación se desplomó a cero. El problema es que ahora, cuando llevan un año arrastrando la crisis, no están seguro si podrán seguir trabajando o se verán obligados a cerrar definitivamente.
Neider Peluquería
“Monté la peluquería en 1996 en la carrera 4 con calle 19, muy cerca de donde murió Dylan Cruz, en Bogotá. Antes del coronavirus el negocio era próspero: tenía siete empleados y una clientela fidelizada. Anualmente, percibía unos $ 70 millones en ganancias”.
Neider Riveros cuenta con tristeza lo duro que ha sido este último año. Primero por cuenta de la pandemia, cuando tuvo que cerrar su peluquería y le tocó recurrir a sus ahorros para sobrevivir. La situación fue tal, que no recibió un peso hasta julio del 2020, cuando por fin logró un acuerdo con la dueña del local donde opera y pudo mantener su negocio.
“Hacia marzo de 2021 ya podía respirar, pues, aunque seguía teniendo poquito trabajo, al menos podía abrir el negocio regularmente. La cuestión es que todo se vino a pique cuando empezaron las protestas del paro, porque todas vienen hacia el centro. Me tocó volver a cerrar”, asegura.
No niega que en algunas ocasiones intenta abrir su peluquería por algunas horas o seguir atendiendo a puerta cerrada. El problema es que nunca sabe cuándo la marcha pacífica subirá de tono y se convertirá en una batalla campal, entre manifestantes y Policía.
“No he pensado en cerrar la peluquería y quiero mantenerme, pero con el pasar de los días esa posibilidad es cada vez más incierta”, concluye.
Transportadora Coounida
El miedo no deja a los transportadores moverse. Han sido amenazados una y otra vez por no apoyar el paro. Con sevicia les dicen que si arrancan motores, no responden. Cientos de camiones han sido apedreados, algunos pintados y otros tantos incinerados en las vías del país.
Entretanto, el desabastecimiento coge más fuerza. Coounida, empresa transportadora de carga que opera en el Valle, ha contado con algo de suerte: solo uno de los 60 carros que tienen ha sido vandalizado. Aunque otra decena están estancados en las carreteras.
“No hemos movido ni un grano”, relata Enrique Vacaflor, gerente de la compañía, cuando normalmente transportan 30.000 toneladas al mes. Para él, la razón de ser de Coounida son sus clientes y sus conductores.
La experiencia con los paros anteriores los llevó a tomar la decisión de proteger a los hombres que manejan los camiones. No obstante, el directivo alega que no hay garantías para transitar en el Valle.
Hasta el momento, no ha hecho recortes de personal, pero la falta de facturación que tienen desde el 27 de abril de este año los tiene contra las cuerdas. En total, han dejando de percibir unos $ 1.100 millones, al tiempo que las obligaciones no paran con el bloqueo.
Vacaflor siente impotencia con lo que sucede: “Estamos prácticamente secuestrados”, dice. “Así es imposible trabajar”.