costo de vida
De puertas para adentro: estos son los testimonios que reflejan lo que están pasando los hogares con los altos precios
La inflación no cede en el país. En marzo se ubicó en 13,34 por ciento, presionada por gastos en servicios y alimentos. Cada vez más familias hacen malabares para medio comer.
Son muchos los colombianos que salen despavoridos de supermercados, tiendas y sitios de expendio de alimentos. Una bolsa de detergente de 5 kilos vale hasta 63.000 pesos, y los empresarios en algunas regiones no pueden más con el valor de la energía. La gasolina subió 400 pesos en abril, incremento que toca a todo lo que forma parte del costo de vida.
Con ese panorama, la inflación anual en marzo fue de 13,34 por ciento, según el Dane, mientras que hace un año era de 8,53 por ciento. La cifra también subió en comparación con febrero, cuando fue de 13,28 por ciento.
Con antelación, el Banco de la República había apretado más sus tasas de interés, llevándolas al 13 por ciento, con la expectativa de que ya la tendencia alcista de la inflación hubiera llegado al techo para iniciar así el anhelado descenso que les dé un alivio a los hogares.
Aunque los alimentos ya no fueron los que más impactaron el bolsillo, todavía conservan altos precios (la inflación en este rubro fue de 21,8 por ciento y en igual mes del año pasado era de 25,3). Pero lo que más sorprendió en el tercer mes de este año fueron los incrementos de gastos en servicios de los hogares, como alojamiento, energía, gas, agua y combustibles (20,52 por ciento).
Lo más leído
Hablan los colombianos
En ese contexto, el ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, dijo que es hora de que los empresarios ayuden a moderar los precios de productos industriales y de servicios.
Esas circunstancias han puesto a todos, ricos y pobres, en el mismo escenario. La diferencia es que a unos los ingresos les dan para sobrellevar más holgadamente la carga, mientras que otros se están viendo a gatas, pues se pueden privar de todo menos de alimentarse.
En el hogar de Betty, una profesora de colegio rural en Córdoba, se gastan 40.000 pesos por persona al día “para medio comer”, dice. En su familia, integrada por cuatro personas, se necesitan mínimo 100.000 pesos diarios, y eso “quedándose en la casa”, agrega la mujer cabeza de hogar. Un huevo que costaba 300 pesos ahora se consigue en 800, y con los 1.500 pesos que hay que pagar por un plátano antes podía adquirir un manojo. Pero, en esa tierra donde se siembra a granel, el producto también se encareció.
Johana, enfermera, habitante de Medellín y madre de dos pequeños, no puede prescindir de la leche, pero se aterra cuando ve en los estantes del supermercado una paca de seis bolsas, de una marca reconocida, en 41.700 pesos. En ocasiones, se debe dirigir a la tienda de barrio para poder comprar el litro, que, pese a ser de una marca más popular, vale entre 5.000 o 6.000 pesos.
Dentro de los productos que más sorprenden a Juliana, perteneciente a un hogar de clase media en Bogotá integrado por tres personas, está el costo de los artículos de aseo, pues una bolsa de detergente, que valía entre 15.000 o 20.000 pesos, ahora cuesta 63.000 pesos.
En el caso de Julio Alejandro, un médico que tiene varios contratos de trabajo en la capital antioqueña y habitualmente le gusta preparar asados, dice que un kilo de carne sin mucha exigencia en el corte (punta de anca) le cuesta 87.000 pesos, por lo cual “ahora hay que utilizar más chorizo y salchicha, y menos carne”.
Nadie parece escapar de los tentáculos de la inflación. Andrés Mauricio, ingeniero mecánico y emprendedor en Bogotá, con solo dos integrantes en su familia también siente la presión. “El pollo ha subido mucho. Los precios de los cereales procesados y el vino aumentaron visiblemente. Todos los productos están mucho más caros que el año pasado”.
La situación que vive Dina Luz, con una familia de tres miembros, cuyo ingreso proviene del subsidio del Estado y del trabajo en el mototaxismo del jefe del hogar, también siente lo apretados que están los hogares colombianos. “Un kilo de queso cuesta 20.000 pesos, una pechuga, 22.000 y un banano, que antes se conseguía en 100 pesos o menos, ahora cuesta 500”.
Y no son solo los consumidores los que están contra las cuerdas. Martha es una tendera de Medellín y dice que ha notado el bajón en ventas y lo mal que la están pasando sus clientes. “Hay familias numerosas en las que solo trabajan dos personas y devengan un salario mínimo. Acá vienen y nos cuentan que el ingreso no les alcanza ni para comer”.
Para sobrellevar su propia ‘cruz’, manifiesta que en su tienda trata de manejar los precios con rebajas y ñapas, pero es una estrategia poco sostenible en el mediano y largo plazo. “Da tristeza ver que las personas vienen con una lista y terminan llevando solo la mitad, pero para uno como tendero la situación también es complicada”.
Energía que debilita
Entre los empresarios el panorama no es distinto. Ricardo Plata, quien tras haber sido presidente del Comité Intergremial del Atlántico es cercano al entorno empresarial del Caribe, se refirió al costo de la energía, uno de los que más ahorca al sector empresarial y termina cobrándose en el final de la cadena: el consumidor.
La costa norte es referente del efecto no solo de la inflación de la energía, sino de la competencia desleal, que sigue reinando y agobia a las micro, pequeñas y medianas empresas. En el caso de los negocios intensivos en el uso de la energía, como fábricas de hielo, de helado, hoteles (por el aire acondicionado) y similares, tienen una desventaja muy grande, pues la Creg (Comisión de Regulación de Energía y Gas), desde 2021, estableció que quienes pagan la luz deben asumir el costo de las llamadas pérdidas negras, es decir, la energía que se roban.
“En una empresa que utiliza muchos refrigeradores o aires acondicionados, la cuenta de la energía puede ser diez veces más alta que la del agua. Hay negocios informales del mismo sector que no pagan la luz. En consecuencia, los que sí pagan la factura terminan financiando a su propia competencia, que puede vender más barato porque no tiene gasto en energía. Es un sinsentido”, expresa el dirigente gremial.
Ricos, menos ricos
Todos los colombianos, sin excepción, están afectados por un fenómeno inflacionario persistente que no parece dar señales de estar cerca de diluirse. Esta semana, tras la divulgación de la prestigiosa lista Forbes, que muestra las mayores fortunas del mundo, se evidenció que los ricos colombianos también vieron reducir sus fortunas.
A nivel global, casi la mitad de los integrantes de la famosa lista tiene menos dinero. En el país, el multimillonario Luis Carlos Sarmiento Angulo pasó de una riqueza de 9.900 millones de dólares en 2022 a 6.400 millones este año.
Entretanto, para la gente de la base de la pirámide socioeconómica, la lucha es por mantenerse en ese 73,5 por ciento que dijo que aún podía consumir tres comidas al día, según la encuesta Pulso Social que realiza periódicamente el Dane. Hay otro 25,1 por ciento que solo come dos veces, y un 1,5 por ciento al que apenas le alcanza para una comida diaria.
El hecho de que la gasolina en abril haya subido 400 pesos, tendencia alcista que continuará hasta que se logre sanear el hueco que hay en el Fondo de Estabilización de los Precios de los Combustibles (FEPC), preocupa, pues ese producto les pega a todos los demás sectores, ya que casi ninguna actividad económica puede prescindir del transporte.
A ello se le suma la amenaza de un mayor aumento en este costo, teniendo en cuenta que el precio del petróleo podría impulsarse globalmente luego del anuncio de los países productores de crudo de cerrar la llave y producir menos.
De esa manera, la desaceleración de la economía en 2023 sigue siendo un fantasma que merodea en Colombia, pese a que el Banco de la República aumentó su pronóstico de crecimiento del PIB de 0,2 a 0,8 por ciento. El anuncio no da para celebrar, pues, “a pesar de esta mejora en el pronóstico, la actividad económica sigue mostrando una desaceleración importante frente a su dinamismo de 2022, como se deduce de la caída de importaciones, las menores iniciaciones de vivienda, la reducción de las ventas de vehículos, el debilitamiento de la producción real manufacturera y la reducción del crecimiento de la cartera crediticia, entre otros”, dijo el Emisor.
De hecho, externamente, el Banco Mundial señaló que, aun cuando la región de América Latina en conjunto ha sobrellevado “con relativo éxito” las múltiples crisis de los últimos años, el PIB del continente no irá más allá de 1,4 por ciento.
En el caso de Colombia, la proyección del organismo internacional es de 1,1 por ciento, lo que, sin embargo, en el entorno regional será insuficiente para reducir la pobreza, promover la inclusión y disminuir el riesgo de más tensiones sociales.
El vaticinio del Banco de la República es que la inflación, una de las variables que les resta velocidad a la producción y al consumo, impactando así el empleo, empezará a retroceder, pero el problema es que no se sabe con certeza cuándo ni en qué magnitud. Las alarmas siguen encendidas.