Emprendimiento
Emprender: el salvavidas de muchos migrantes venezolanos. Estas son algunas de sus historias
Mientras miles de venezolanos reconstruyen sus vidas en Colombia, sus emprendimientos transforman la economía y dinamizan sectores clave en Bogotá.
Colombia, como el principal receptor de migrantes venezolanos en América Latina, ha sido testigo de los múltiples picos migratorios que ha atravesado el vecino país. Desde profesionales que buscaban estabilidad hasta familias enteras que dejaron todo atrás en busca de mejores condiciones, cada historia refleja los retos que implica empezar de nuevo.
En este contexto, en que la irregularidad migratoria, la sobreoferta de empleo y los choques culturales pueden dificultar la inserción laboral de los migrantes, el emprendimiento se ha convertido en una herramienta con la que no solo se generan ingresos, sino que se contribuye al desarrollo económico tanto local como nacional.
Como parte de esa primera ola migratoria, Luisa García llegó a Bogotá en 2007 acompañando a su esposo, quien trabajaba en la industria petrolera. En su natal Maturín, Luisa había consolidado una carrera bancaria, pero en Colombia tuvo que reinventarse. “Fue un cambio difícil. Llegué a una ciudad desconocida con un bebé de nueve meses y sin mi red de apoyo”, recuerda.
Aunque empezó vendiendo pequeños pasabocas desde casa, su pasión por la cocina se convirtió en El Toque Venezolano, un negocio que puede alcanzar a producir 1.500 hallacas, plato típico venezolano, en los meses más pesados del año: octubre, noviembre y diciembre.
“Al principio, cocinar era una forma de distraerme y generar un ingreso extra, pero tras mi divorcio, con mucho orgullo puedo decir que este negocio se convirtió en el sustento para mi hijo, que ahora tiene 17 años, y para mí”, comenta Luisa.
El Toque Venezolano, un negocio de más de diez años que opera a puerta cerrada y únicamente por pedidos, emplea a dos colombianas y está formalmente inscrito en la Cámara de Comercio.
“Aprecio profundamente a Bogotá. Cada plato que preparo es una conexión con mis raíces, pero también es gratificante saber que, a través de mi trabajo, estoy contribuyendo al lugar que ahora llamo mi hogar”, afirma con orgullo.
A diferencia de Luisa, quien llegó al país en un momento de mayores facilidades, las olas migratorias que siguieron estuvieron marcadas por la agudización de la crisis política, social y económica en Venezuela. Muchas personas dejaron su país no por elección, sino por necesidad.
Maureen conoció a su esposo, un colombiano que la apoyó en su camino hacia el emprendimiento. “Él tenía un pequeño negocio desde casa y fue mi inspiración para empezar. Al principio no sabía mucho, pero me fui formando poco a poco, tomando cursos y aprendiendo por mi cuenta”, explica.
Con el tiempo, y gracias al apoyo de capital semilla y formación técnica que ha conseguido en parte por contar con el Permiso por Protección Temporal (PPT), adaptó ese pequeño negocio a Bamboo Color, una empresa dedicada al diseño gráfico sostenible. “Es un trabajo que requiere dedicación, pero me encanta. Nunca imaginé llegar a tener algo así”.
Además de liderar su negocio, Maureen es madre de tres hijos, incluido uno nacido en Colombia. “Ser mamá y emprendedora no es fácil, pero uno se las ingenia. Me levanto temprano, organizo todo en casa y después me enfoco en el negocio. Todo depende de ser organizada”, comenta. A pesar de los desafíos, ha logrado consolidar una clientela fiel y uno de sus mayores objetivos es conectar más con la comunidad venezolana en Bogotá.
Por otro lado, Liliana Fernández y su esposo, ambos profesionales, representan otro caso de migración y resiliencia. Él, panadero de oficio, y ella, profesora en Venezuela, llegaron a Bogotá con el objetivo de reconstruir sus vidas y continuar desarrollándose. Con la experiencia emprendedora que adquirieron en su país natal, establecieron DG Artisan, una panadería que rescata sabores tradicionales venezolanos y genera empleo para otros migrantes.
“A pesar de ser profesional, no me veo volviendo a ejercer. Ahora mi prioridad es el negocio y he ido aprendiendo a administrarlo”, asegura Liliana.
Para ellos, el negocio no solo es un sustento, sino que quieren que sea un símbolo de arraigo cultural. Por eso, de mejorar la situación en Venezuela, no abandonarían el progreso logrado en Colombia, sino que buscarían replicarlo en su país de origen.
Cedrizuela Fest, una ventana para el emprendimiento venezolano en Bogotá
Con el propósito de construir comunidad y apoyar a los migrantes venezolanos en Bogotá, Alejandro Méndez, un venezolano con experiencia en locución y medios de comunicación, fundó Cedrizuela, una plataforma en línea que reúne a miles de venezolanos, entre ellos emprendedores como Luisa, Maureen y Liliana.
El Cedrizuela Fest, que se inició hace cinco años con el propósito de celebrar y visibilizar estos esfuerzos, se celebrará nuevamente en Bogotá, en el Colegio Pureza de María el 14 y 15 de diciembre. Con entrada gratuita y la posibilidad de donar juguetes o kits escolares, este espacio es una fecha esperada por toda la comunidad venezolana.
“Este evento no solo es una vitrina de talento, es un puente entre culturas y un reconocimiento al esfuerzo de nuestra comunidad”, destaca Méndez.
Según Jenny Patricia Amaya, doctora en Economía y Empresa de la Universidad Manuela Beltrán, la integración de la población venezolana en Bogotá no solo ha enriquecido el tejido social, sino también el económico. Actualmente, los migrantes representan el 4,8 % de la fuerza laboral de la ciudad, con 223.000 personas activas en el mercado laboral y 204.000 ocupadas, según cifras del Observatorio de Desarrollo Económico de Bogotá..
Amaya subraya que la regularización de estos emprendimientos es clave para fortalecer las finanzas locales y dinamizar sectores estratégicos, consolidando así el impacto positivo de la migración en la economía de Bogotá.