Costo de vida
¿Nos quedamos sin armas contra la inflación? Esto dicen los expertos
Con una canasta familiar cada vez más cara, muchos se preguntan si sirve seguir subiendo las tasas de interés. Temen que el remedio sea peor que la enfermedad. Economistas tienen otra visión.
Tras conocerse que en septiembre la inflación anual llegó a 11,44 por ciento, se prendieron las alarmas de quienes sienten que la estrategia usada hasta el momento para combatir el alza en el costo de vida no está dando los resultados esperados.
Desde luego, la alarma más sonora es la del presidente Gustavo Petro, quien en Twitter se preguntó si sirve subir las tasas de interés para contener la inflación y respondió con una negativa. Su argumento es que el ascenso de la tasa de interés interna “solo trasladará la recesión mundial a la economía colombiana”.
En efecto, desde que iniciaron los problemas de abastecimiento global y la subida de las materias primas (que empeoró con la guerra en Ucrania), la inflación empezó a aumentar en el mundo y aunque en Colombia se demoró, la carestía también llegó y, con ella, la decisión del Banco de la República de subir sus tasas de interés, que son las que guían a toda la economía y son el instrumento para combatir el aumento de precios.
En octubre del año pasado, cuando la inflación estaba en 4,51 por ciento (luego de alcanzar mínimos históricos de 1,61 por ciento durante la pandemia) el Banco de la República arrancó la senda de subida de sus tasas de interés, que llevaban un año en 1,75 por ciento. Doce meses después, dichas tasas están en 10 por ciento y la inflación en 11,44 por ciento. Algunos criticaron al Emisor por haberse demorado en el proceso de subir tasas y otros, como Petro, están convencidos de que esa estrategia no está dando resultados y que el remedio es peor que la enfermedad.
Detrás de la estrategia de subir las tasas de interés está la idea de encarecer el crédito y, con ello, reducir o frenar el consumo, no solo para que los precios no suban más (vale la pena recordar la máxima de a mayor demanda, mayores precios), sino para evitar un recalentamiento de la economía. Asimismo, se buscan modificar las expectativas de inflación, pues, como se sabe, la economía funciona en una especie de ‘profecía autocumplida’, dado que, si todos están convencidos de que algo va a pasar, se condicionan para que ese escenario sea realidad.
El problema ha estado en que la razón por la que todo está caro no es solo porque los colombianos estén consumiendo demasiado, sino mayoritariamente porque cada vez es más costoso producir o importar los bienes que se consumen en el país. En otras palabras, porque el problema no es de demanda, sino de oferta. Eso es lo que les da razones a quienes piensan como el Presidente y aseguran que subiendo el costo del crédito no bajará el precio de la carne, la yuca, ni de la luz. Por el contrario, el efecto va a ser una fuerte desaceleración de la economía, que hasta mediados de este año crecía al 10 por ciento y que, según las estimaciones del propio Emisor, en 2023 pasará a avanzar menos de 1 por ciento.
La mitad de la historia
Camilo Pérez, director de investigaciones económicas del Banco de Bogotá, dice que, en efecto, las tasas de interés no pueden hacer nada ante las restricciones de oferta. “Así suban a 100 por ciento no pueden hacer que baje el precio del petróleo, ni el de los alimentos, pero eso es solo la mitad de la historia, porque también es cierto que hay presiones por el lado de la demanda. El consumo de los hogares sigue fuerte y la pregunta es si uno quiere que ese consumo, que luce excesivo, se revierta de forma abrupta o si lo que quiere es suavizar los picos de consumo”, dice este experto y agrega que el peligro de que la gente siga consumiendo a un ritmo acelerado es que después no van a tener con qué seguir comprando y el impacto puede ser peor. El ideal es que la demanda se mantenga estable sin picos al alza, ni a la baja.
En la misma línea está Andrés Langebaek, director ejecutivo de Estudios Económicos del Grupo Bolívar, quien opina que subir las tasas sí sirve para contener la inflación y que incluso hay espacio para que suban más, pues lo que quiere el Banco de la República es que la política monetaria no sea ni contractiva ni expansiva para no generar problemas de demanda ni de oferta. “La tasa de intervención histórica promedio en el país ha sido de 2 por ciento real (descontando inflación) y hoy está en -1,44 por ciento. Por eso creo exageradas esas voces que dicen que no se pueden subir más las tasas”, asegura Langebaek y agrega que el problema de demanda que busca frenar el Emisor se evidencia en el crecimiento del crédito, que se mantiene alto y en indicadores como uno que mide su equipo de trabajo.
En el Grupo Bolívar calculan mensualmente un índice de confianza de los consumidores en el que les preguntan si consideran que este es un buen momento para adquirir una obligación financiera. En septiembre, el 23,9 por ciento de los encuestados respondió afirmativamente, un dato superior al promedio histórico del indicador, que se encuentra en 16,1 por ciento.
El economista y consultor Mauricio Cabrera califica de simplista la crítica a la subida de los intereses por no servir para “aumentar la cosecha de papa ni para bajar el costo del petróleo o del trigo importado”. Asegura que esa estrategia sí sirve, aún ante una inflación de oferta, pero también es claro que tiene un alto costo en materia de crecimiento y empleo.
“Es curioso que pese a la subida de las tasas de interés la cartera de consumo siga creciendo tanto y esto se explica porque la gente, cuando se va a endeudar, no mira la tasa de interés, sino la cuota, y la estrategia de los bancos ha sido aumentar el plazo para que la cuota siga siendo la misma”, explica Cabrera y asegura que no hay que debatir tanto sobre el instrumento, sino sobre sus implicaciones, porque claramente en este frente no hay “almuerzo gratis”.
La subida de las tasas de interés, sumada al difícil contexto externo, va a impactar la economía nacional, la cual sufrirá una fuerte desaceleración el año entrante. “En el fondo de esta discusión está una decisión política que debe tomar el país: si prefiere tener un poco más de inflación (no al 30 por ciento, sino estar más tiempo en 11 o 12 por ciento) o bajarla a 8 o 7 por ciento a costa de crear recesión. Ese es el dilema”, enfatiza Cabrera. En su concepto, pese a lo dañina que es la inflación, al final la gente aprende a defenderse de ella, pero si por la recesión se pierden empleos y se cierran empresas, es más complicado recuperarse.
El problema ante esta disyuntiva es que no hay muchas otras armas para combatir la inflación. Langebaek señala que se pueden bajar aranceles a la importación de materias primas y bienes de capital que no tengan tanta producción doméstica (que ya se ha hecho), pero su impacto es muy limitado. También se puede intentar evitar mayores devaluaciones, pues el dólar es uno de los causantes de la inflación. Eso se logra garantizando la sostenibilidad de las finanzas públicas. Cabrera añade que el Emisor podría recurrir a medidas heterodoxas como aumentar el encaje bancario, que es un porcentaje de los depósitos que reciben las entidades financieras y que deben guardar en el Banco de la República. Al incrementar esas reservas, tendrían menos dinero para prestar.
Al parecer, lo que queda por ahora es esperar a que las alzas en las tasas de interés hagan su efecto, sin que esto implique una recesión económica que se lleve muchas víctimas a su paso.