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Opinión

Atacar la inversión y el consumo es matar el empleo

La inflación no está cediendo por un control de precios que obedezca a un ajuste real de la economía y que sea una consecuencia necesaria del fortalecimiento eficiente de nuestro devaluado peso frente a otras monedas; esa sería la vía más saludable de controlar la inflación.

Camilo Cuervo Díaz
22 de marzo de 2024

Llevamos varios meses registrando cifras aparentemente positivas en materia de empleo, y la inflación, para fortuna de todos, ha empezado a ceder. El Gobierno nacional celebra esas cifras como si fueran un gran logro de su gestión económica, cuando la realidad es otra. Lo que parece muy bueno a primera vista, esconde cifras muy malas, que pueden llegar a ser preocupantes en el mediano y largo plazo.

La inflación no está cediendo por un control de precios que obedezca a un ajuste real de la economía que sea una consecuencia necesaria del fortalecimiento eficiente de nuestro devaluado peso frente a otras monedas; esa sería la vía más saludable de controlar la inflación. Los precios están cediendo porque los colombianos están dejando de comprar y el valor de las cosas tiende a ajustarse porque el que vende no puede dejar de vender. En otras palabras, la gente está retrayéndose en consumo e inversión y eso presiona los precios a la baja.

Cuando los precios bajan porque baja el consumo, se genera un ciclo recesivo muy peligroso, porque, en algún momento de la ecuación, el que vende dejará de producir y de vender. Cuando eso pasa, el primero que sufre es el empleo, en especial el empleo formal. La fórmula es muy sencilla y básica: a menor actividad económica, menor necesidad de mano de obra. ¡Así de fácil!

A todo lo anterior, debemos sumarle la incertidumbre que genera el actuar cada vez más errático del Gobierno nacional. Todos los días, se envían mensajes macroeconómicos que le generan ruido y nerviosismo a los mercados internos y externos. A veces, resulta increíble que alguien siga pensando en invertir en un país donde el primer mandatario constantemente despotrica del capital, de los empresarios, de la iniciativa privada y que predica, sin reparo y sin sonrojarse, que su principal objetivo político es la estatización y el control gubernamental y absoluto de la economía.

En las calles y en todos los niveles sociales, la ansiedad económica es palpable. Todas las inversiones, incluso las más trascendentales e inaplazables, como iniciar una carrera profesional, invertir en la compra de una vivienda o tener hijos, se están viendo eclipsadas por la inseguridad que genera el fanatismo y la ideologización de un gobierno que no se termina de definir a sí mismo y cuya impopularidad tranquiliza políticamente, pero radicaliza aún más las posiciones de aquellos que tienen las llaves de la inversión.

La construcción está prácticamente paralizada; la industria manufacturera ha decrecido a niveles históricamente bajos y el comercio en algunos sectores como el automotriz reportan cifras más bajas que las registradas en la pandemia. Solo algunos números son medianamente buenos, tal como sucede con aparente e inexplicable crecimiento en el sector agrario, pero el balance general es muy negativo. La economía se estancó y, si no fuera porque el Gobierno hábilmente cambió algunas metodologías de medición, hoy estaríamos formalmente en una recesión económica.

Es hora de preocuparse por el empleo, en especial por el empleo formal, porque las cifras, aun las oficiales, son realmente desalentadoras. El DANE informa una cosa, pero en los hogares colombianos la sensación es otra. Los trabajadores están empezando a perder su empleo y eso se está traduciendo en una sensible disminución del consumo.

Si algo nos dejó la pandemia fue resiliencia y una capacidad extraordinaria de adaptarnos. Eso está volviendo a pasar. Hoy el que se queda sin empleo está empezando a “autoemplearse”, que no es otra cosa que el “rebusque”, que se disfraza románticamente de “emprendimiento”. Esa capacidad de adaptación ante la adversidad está ocultando el desempleo, porque la metodología oficial, quizá convenientemente, solo registra como desempleado a aquel que no posee un ingreso y eso es poco técnico.

Desde la casa y sin empleo también se puede producir para sobrevivir, pero ese empleo y esos ingresos no generan verdadero desarrollo; solo sirven para vivir el día a día, pero no les permiten a las personas embarcarse en proyectos de largo plazo. El ciclo de pobreza en esa lógica de subsistencia puede ser catastrófico a largo plazo.

El gobierno del presidente Petro debería entender que su actitud y su discurso pendenciero, en especial con las personas que desean invertir y que tienen el dinero para gastarlo en consumo, no rinde frutos; por el contrario, genera pobreza y puede que, en ese escenario, el que reparte subsidios estatales se convierta en rey, pero esos subsidios también saldrán de los bolsillos de los que invierten y consumen, porque además ellos son también los que pagan impuestos.