OPINIÓN

En Bogotá ahora “carro-trabajamos”

En medio de la pandemia estaba totalmente claro que transportarse en bicicleta era una opción válida y deseable, en especial porque Bogotá se encontraba desocupada, la gente trabajaba desde sus casas y el aislamiento social era una necesidad imperiosa.

29 de octubre de 2021

Bajo ese escenario, era completamente lógico que parte de las vías se destinaran y se adecuaran para garantizar la seguridad de los ciclistas y evitar las aglomeraciones. No obstante, la realidad hoy es otra, pero la administración distrital no se ha dado cuenta e insiste, sin ningún sustento técnico, en someternos a malgastar parte de nuestras vidas en un trancón.

En Bogotá, inexplicablemente todavía se mantienen carriles exclusivos para bicicletas en vías arterias, muchos de ellos redundantes con ciclorrutas cercanas e incluso en vías que están siendo intervenidas, tal como sucede con la Autopista Norte o la Avenida 68. A veces parece una pesadilla irónica ver carriles totalmente desocupados mientras en el carril contiguo miles de bogotanos, en medio del trancón, lo único que ven moverse es el implacable reloj que los impacienta y enfurece.

Se estima que cerca del 80 % de los trabajadores bogotanos, al menos parcialmente, ha regresado a la presencialidad y esa gente claramente prefiere transportarse en buses o vehículos, básicamente porque hacerlo en bicicleta puede ser engorroso, climáticamente incómodo y –por qué no aceptarlo– bastante peligroso.

Ahora bien, a pesar de que soy un biciusuario y amo las bicicletas, soy consciente de que el bien común implica que mis “gustos” o “preferencias” deban ceder al interés general. Sin embargo, en este caso, parece no importar que cientos de personas se aglutinen durante horas en un bus, siempre que unos pocos tengan vías completamente despejadas para transportarse en bicicleta.

La gente se monta en un bus por necesidad, no por gusto, y esas personas tienen igual derecho que los demás a llegar prontamente a su destino y a no desperdiciar su vida en un vehículo.

De otra parte, se asume con una facilidad pasmosa que el que posee o se transporta en un carro particular debe ser “castigado” sistemáticamente, por ser supuesto culpable de todos los males y de la pésima movilidad de la ciudad, pero se nos olvida que esas personas pagan impuestos por su carro y lo usan entre otras razones, porque las opciones de transporte público en Bogotá, a pesar de los grandes avances de las últimas décadas, no son suficientes, se han vuelto inseguras y no logran motivar a las personas a usarlas.

La aspiración loable de mejorar nuestros niveles de contaminación ambiental mediante el uso de la bicicleta desaparece en unos pocos minutos ante el consumo ineficiente de combustibles que se evidencia en un trancón. Lo cierto, así no se quiera reconocer, es que la ciudad al regresar a la presencialidad también regresó a sus índices de contaminación, es decir, esos carriles de bicicletas no ayudaron y no ayudarán a disminuir la polución que nos aquejaba antes de la pandemia.

Mantener, como lo pretende la Alcaldía, los carriles exclusivos de bicicletas es insostenible, pero esta administración se muestra sorda ante el clamor de sus ciudadanos por mejorar la movilidad. El capricho político está por encima de las necesidades de la gente, es populista y nunca terminará bien. Contrario a lo que se piensa, ese tipo de medidas son más los “votos” que quitan que los que ponen.

Paradójicamente, la lógica seudoecológica, ambientalista y de salud pública de nuestros gobernantes locales raya en lo satírico. Nos encerraron durante meses y nos enviaron a trabajar desde nuestras casas presuntamente para cuidarnos, pero ahora pretenden ponernos a trabajar, hacinados, desesperados y enardecidos desde un vehículo. La calidad de vida que se recuperó, en parte con el teletrabajo, se está perdiendo en las horas interminables que tenemos que despilfarrar para retornar a la presencialidad. Absurdo, simplemente absurdo.

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