Opinión
Expectativa del salario mínimo 2023 le está generando ruido a la inflación
Pareciera muy temprano para implorar prudencia; sin embargo, el primer mes del gobierno Petro ha sido errático, soberbio, desordenado, improvisado y no evidencia liderazgo real, ni en el presidente ni en sus ministros.
Está comenzando septiembre, pero ya el incremento del salario mínimo de 2023 está generando mucho ruido; incluso podría decirse que la inflación desbordada de las últimas semanas está siendo impactada, al menos tangencialmente, por las expectativas que están generando las organizaciones sindicales, las advertencias de los gremios económicos y las posturas erráticas de los funcionarios del nuevo gobierno que no han comprendido que la campaña electoral ya terminó y ahora les corresponde empezar a gobernar.
Todo comienza con el incremento del salario mínimo de este año. El expresidente Duque, con el propósito de pasar a la historia como el gobernante que más aumentó el salario mínimo en términos reales (incremento por encima de la inflación), pero también con la velada intención de inyectar dinero a la economía, mejorar las cifras sociales y evitar una debacle electoral y política que finalmente no se pudo contener, prácticamente duplicó, porcentualmente, el incremento del salario mínimo en relación con la variación que experimentó la inflación.
Si Petro sigue la misma lógica, es decir, dobla la inflación al incrementar el salario del próximo año, la cifra, a hoy, fácilmente superará el 24 %. Políticamente, no sería comprensible que un gobierno de izquierda, que dice representar y defender a los trabajadores, se deje superar, en un aspecto tan sensible, por su acérrimo opositor político.
Igualmente, si la inflación llega al 12 % -como empieza a avizorarse-, se incrementa el salario mínimo en 25 %, el dólar supera los 5.000 pesos, se aprueba la recesiva reforma tributaria de Petro y se desmontan los subsidios a los combustibles por la crisis del fondo de estabilización de precios, estamos ad portas de una tormenta inflacionaria perfecta.
Nunca será reiterativo advertir que la inflación es el peor enemigo de los pobres: si los precios suben, ellos dejan de comer. Controlar el incremento de precios no solo es un deber constitucional, sino una obligación ética. No obstante, pareciera que este gobierno está más interesado en gastar para mantener sus bases electorales con miras a las elecciones regionales del próximo año, que realmente en solucionar el problema más grave de los colombianos en la actualidad: la inflación.
Subir el salario mínimo no acaba con la pobreza. Probablemente generará una alegría cortoplacista en los trabajadores, pero en unos pocos meses, tal como sucedió este año, ese aparentemente incremento salarial, se lo habrá comido la inflación. El alza de precios es un espiral del cual es muy difícil salirse; cuando una sociedad se convence de la necesidad de subir los precios para compensar lo que están pagando por otros bienes y servicios, lo único que detiene la avalancha alcista, es una dolorosa y larga recesión, en la cual lo único que se reparte es hambre… ¡Literalmente, hambre!
Pareciera muy temprano para implorar prudencia, sin embargo, el primer mes del gobierno Petro ha sido errático, soberbio, desordenado, improvisado y no evidencia liderazgo real, ni en el presidente, ni en sus ministros. Ese coctel explosivo lleva a que algunos empecemos a levantar la mano desde ahora porque las consecuencias sociales de una crisis económica y social, en un gobierno que prometió lo divino y lo humano en campaña, podrían ser desastrosas para nuestro país.
Lo lógico, lo sensato, ante la actual crisis inflacionaria, sería mantener el salario mínimo actual, sin embargo, no es legalmente posible, ni políticamente viable. La verdad Petro no tiene cómo salir bien de la encrucijada en la que se metió por mezclar populismo y realismo económico. Por ahora, nos harían un gran favor si el Gobierno deja de generar la incertidumbre que está generando, fruto de la improvisación cargada de idealismo político.