Opinión
¿Imperfecto yo?
El asumir la responsabilidad de las acciones es un indicador enorme de madurez y de justicia con el universo que es loable.
La pregunta sería si las nuevas generaciones aguantan menos. Eso es lo que dicen los que tienen más años. Por mi profunda convicción frente a no juzgar ni poner etiquetas creo que la resistencia a la frustración puede estar relacionada al hecho mismo de existir como ser humano y no necesariamente al pertenecer a una generación en particular.
Si las nuevas generaciones han sido educadas bajo la lógica de que todo se soluciona fácil porque todo lo pueden y todos “les deben algo”, así van a actuar cuando lleguen a la vida adulta laboral. A los menores de 30 los hemos enseñado a que tienen más derechos que deberes.
He visto casos increíbles de jóvenes consagrados y comprometidos con su trabajo, pero debo decir que también he sobrevivido a los caprichosos que bajo la apariencia de víctimas arrogantes culpan de lo demás al mundo y creen que ellos son absolutos inocentes de todo lo que les pasa.
¿Cómo ser resiliente? Se habla mucho de la imperiosa necesidad de serlo en tiempos de cambio, pero a nadie le enseñan realmente a serlo. Está claro que hay que empezar por saber procesar que lo perfecto no existe, que las circunstancias no son controlables la mayoría de las veces y que las cosas no duran para siempre. ¿Qué tal una buena dosis de auto conocimiento para dejar de culpar a los demás? Todas las acciones tienen consecuencias sin importar la edad o la generación.
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No pensaría que la baja tolerancia a la frustración está solo amarrada a una u otra generación. Creo que está más pegada a las trampas del ego propio que no nos deja mostrar ni un poco de vulnerabilidad. Es como un llamado a seres todopoderosos de permanente éxito. Y al final ¿el éxito solo está asociado a las cosas materiales? ¿A lo increíble que eres en el trabajo, por ejemplo?
Si soltamos el control y partimos de la base de una empatía que entienda realmente a los demás, empezamos un buen camino a ser resilientes, ya que solo a través de dejar fluir se puede volver a tomar impulso para reconstruir lo que se ha ido temporalmente hacia abajo.
Cuando te preguntes ‘¿tú quién eres?’, piensa bien si tu respuesta está asociada de manera automática al cargo que desempeñas, a la actividad económica que realizas o a lo que estudiaste. ¿Es eso lo que te da tu identidad?
El tema de que la vida es justa o injusta es simplemente una forma de ver cómo se supone que todo lo bueno sí lo merecemos, pero lo malo lo merecen los demás. Jamás yo mismo. Entre otras cosas, juzgar algo como blanco o negro es solo una cuestión de perspectiva, porque las situaciones son eso, situaciones.
Yo diría, entonces, que la resiliencia (famoso termino desde los años de la reinvención) obliga a dos actos básicos del ser humano: entender que hay que seguir el camino con convicción y a no quedarse en el pasado, a pesar de lo doloroso que puede haber en esas experiencias que nos bloquean.
En nuestra tendencia de victimización se oye poco a que ante la dificultad se asuma su impacto. No es regular escuchar “es mi culpa” dentro de los ambientes corporativos… Ahora que lo pienso, tampoco en los familiares ni en los círculos de amigos.
La tendencia humana es a encontrar a los responsables de las cosas que salen mal fuera de si mismo. A encontrar que yo soy “inocente” y solo una víctima. En múltiples procesos de coaching en los que he trabajado he encontrado que la mayoría de las veces las personas quieren encontrarse inocentes de sus propias acciones y “metidas de pata”.
El asumir la responsabilidad de las acciones es un indicador enorme de madurez y de justicia con el universo que es loable. En las organizaciones matriciales la responsabilidad se diluye fácilmente porque hay demasiados actores en cada proceso y decisión. Pero digamos que lo decente es hacerse responsable de los propios actos.
Si quieres ser un buen líder (de esos que inspiran), encárgate de que todos tengan las expectativas claras y nunca te olvides que hay cosas con las que hay que convivir en un mundo imperfecto, donde estamos rodeados de seres imperfectos, donde en tu lista quizás debas ser el primero.