Opinión
La economía de Damocles II
Se dice que la desindustrialización de la economía colombiana obedece a la apertura económica de los años noventa, dada la pérdida del peso de la industria en el producto interno bruto, en las exportaciones, en el empleo y por un menor número de empresas activas.
La mayoría de los indicadores sugieren eso, pero también tienen razón quienes cuestionan esos preceptos al decir que muchas actividades que antes se hacían internamente dentro de una empresa industrial pasaron a ser servicios especializados realizados por fuera de la empresa y eso explica el menor peso de la industria.
Pero “la mano invisible del mercado” sí dejó expuesto al país y a su industria al carecer de una estrategia de competitividad, que tardó más de 15 años en convertirse en un elemento relevante de la discusión de política pública y del diálogo empresarial. También ha hecho falta una coordinación desde el Estado para superar los factores del sesgo antiexportador. Por último, la exuberancia irracional de empresas y hogares al debe a comienzos de los noventa y la estrategia de política macroeconómica hicieron al país muy vulnerable. Con tasas de interés superiores al 30 por ciento anual y en medio de la crisis de países emergentes que desencadenó la crisis de Rusia de 1998, la economía colombiana tuvo la peor recesión de su historia.
Sin calidad para vender para el mercado externo y con una profunda crisis en el mercado interno, la industria se vio ahogada por el peso de los costos financieros y sin margen para competir a través de menores precios.
Luego empezó el nuevo siglo y China ingresó a la Organización Mundial del Comercio. Al igual que un siglo antes por el desarrollo y la conquista del oeste americano, el desarrollo y la urbanización de China dispararon la demanda de materias primas y, como ocurriera un siglo atrás, América Latina tuvo una época dorada.
Tendencias
Durante el “boom” hubo un proceso relevante de recuperación de la industria. En exportaciones, Venezuela y Ecuador jalonaron la demanda externa de productos industriales. A su vez, la misma bonanza local amplió el mercado interno. Trajo inversión, más empleo, disminución de la pobreza, crecimiento de la clase media, aumentos en los programas de transferencias públicas, baja y estable inflación y bajos costos financieros. Ello mejoró los ingresos, las utilidades y, en general, se fortalecieron los balances de las empresas industriales colombianas.
El punto negro fue la tasa de cambio, que para muchos generó una “enfermedad holandesa”. China entonces no solo era una bendición, sino que, a su vez, compitiendo con bajos costos laborales y productos muy económicos en su industrialización, era una maldición.
La industrialización china generó una relocalización empresarial en su territorio de empresas americanas. Ello produjo, a su vez, un desbalance comercial significativo para Estados Unidos y convirtió a China en pocos años en el principal acreedor del Tío Sam.
Esto coincidió con una exuberancia al debe de los hogares americanos, por lo que en 2008 tuvo lugar la gran crisis financiera mundial.
El rol del dólar como moneda reserva y la supremacía del mercado de capitales americano extendieron la crisis a una velocidad inédita en el mundo.
Fue una crisis económica de países desarrollados o economías industrializadas. La crisis de la industria global se dio por el impacto en la financiación del comercio, que es mayoritariamente de bienes industriales, y por el deterioro de la liquidez del sistema bancario. El sistema bancario amplificó el deterioro del empleo y causó una merma en el consumo en los países industriales, por lo que tuvieron que buscar cómo venderles sus productos a los países en desarrollo.
Para ello, el mundo desarrollado transitó su gran recesión con una recuperación del empleo a través de una política de bajos salarios y reducción en el peso de los costos laborales. Los bienes industriales, de esta manera, se abarataron y eso le pegó a la industria colombiana.
Persiste la falta de coordinación desde el Estado para superar los elementos que impiden la diversificación productiva, y hacen que la periferia ni siquiera pueda aprovechar bien el principal mercado interno ubicado en la mitad del país, que es Bogotá. Muchos industriales, sin importar el nivel de la tasa de cambio, han optado por volverse comerciantes y Bogotá es la ciudad donde en este siglo más crece el comercio y las importaciones.
Al país se le metió en la cabeza hace 50 años una tesis antieconómica. Hay que subir el salario siempre. Ese es el derrotero para mantener un creciente mercado interno en Bogotá, donde la informalidad es de apenas 36 por ciento frente al 58 por ciento del país.
En 2009, cuando empezaba la peor crisis mundial de la industria, el país terminaba el año con una tasa de cambio de 2.044 pesos con un salario mínimo de 490.960 pesos. Años después empezamos este 2023 con una tasa de cambio de 4.885 y un salario mínimo de 1.160.000. ¡Nos empobrecimos frente al mundo y no ganamos nada de competitividad!