Camilo Cuervo (Foto para columna)

Opinión

Licencia remunerada por muerte de mascotas: ¿todo corre por cuenta del empleador?

Como todo en la vida, los empresarios también tienen límites y no existe caucho, por más elástico que sea, que no se rompa.

24 de septiembre de 2021

Esta semana Carlos Chacón, representante a la Cámara del Partido Liberal, radicó un proyecto de ley que pretende obligar a los empleadores a conceder una licencia remunerada de dos días por la muerte de los animales de compañía. Si bien la propuesta puede tener aparentemente buenas intenciones y cientos de poderosos argumentos a su favor, lo único claro es que otra vez se acude al empleador para soportar las cargas sociales.

Nadie niega que los animales domésticos y en especial los que brindan apoyo psicológico a sus dueños, son seres muy importantes y su fallecimiento representa una verdadera contingencia familiar; pero no todo puede correr por cuenta del que genera empleo.

Durante el último año, quizá por la coyuntura social y política que atraviesa el país, nuestros honorables congresistas se han dedicado a proponer y aprobar una serie de normas que aparentemente buscan cumplir el fin social del Estado, pero que de fondo esconden velados intereses de proselitismo populista.

Casi a diario se radican proyectos que aparentan ser muy “inocentes” y “fáciles” de implementar, pero cuando llega la hora de aprobarlos los únicos que resultan obligados, son los que, además, deben pagar los salarios.

Es claro que lo “social” está de moda y se cree que todas las empresas, grandes y pequeñas, son “ricas” y tienen una “deuda” con el resto de la sociedad. Nadie sabe cómo o por qué, pero el imaginario social está convencido de que el empresario, además de ser el responsable de nuestras vidas, es el culpable de nuestras desgracias y debe pagar por ello.

Hemos pasado por todo y al empresariado le han cargado el guante siempre. En los últimos años, los obligaron a pagar las licencias de calamidad doméstica, a reconocer licencias de luto, a conceder días de la familia, a otorgar permisos de vacunación y, como si eso fuera poco, ahora vamos a tener que afrontar la reducción de la jornada de trabajo, de forma progresiva, pero con un impacto muy significativo.

Nos quejamos, casi a diario, de la falta de empleo, pero nos dedicamos sistemáticamente a ahogar a aquellos que lo generan. Acá no solo queremos matar la gallina de los huevos de oro, sino que además queremos hacer un sancocho con ella y pretendemos que esa “sopa” nos alcance para alimentar a todo el mundo eternamente.

No hay candidato presidencial que no se autoproclame como un defensor del emprendimiento y del pequeño empresario, pero no hacemos nada para ayudarlos. Les exigimos formalidad, pero cada vez que queremos arreglar un problema social, les ponemos una carga adicional.

En un país donde más de la mitad de la población no tiene un contrato formal de trabajo, no suena lógico seguir cargando a los formales para alejarnos, cada día más, del sueño de proteger a los trabajadores en asuntos verdaderamente importantes, tales como las pensiones, la salud y los riesgos laborales.

Cuando los empresarios extranjeros descubren todas las garantías que se contemplan en Colombia a favor de los trabajadores, se muestran sorprendidos, en especial, porque estamos lejos de mejorar y todos los días la situación empeora. La inversión externa, que tanto ha colaborado en el desarrollo del país, parece repugnarnos. A veces no comprendemos que competimos con otros países para ser “atractivos”, pero, por la vía de incrementar indiscriminadamente las garantías y los derechos, no lo estamos logrando.

La licencia por luto de mascotas, en casos muy concretos y especiales, podría manejarse bajo el concepto de calamidad doméstica que ya existe en los códigos y que ha sido ampliamente desarrollada por los jueces. Es claro que no es necesario inventarnos complejas “garantías”, por demás, costosas y confusas. Lastimosamente, para algunos congresistas, lo importante no es el impacto de la figura, sino qué tanto se mueva en los medios de comunicación, así la propuesta sea desatinada.

Como todo en la vida, los empresarios también tienen límites y no existe caucho, por más elástico que sea, que no se rompa. Por ceder a los intereses populistas de unos pocos, estamos acabando con nuestro mercado de trabajo. ¡No más, por favor, no más!