Opinión
Mercado de trabajo: 2024 será un año de incertidumbre
Esa conclusión tiene mucho sentido en el contexto global, pero creo, sin lugar a duda, que la palabra que más se ajusta a la realidad colombiana es “incertidumbre”.
La semana antepasada, la Fundación del Español Urgente –FundéuRAE– y la Real Academia Española, anunciaron, con fundamento en las búsquedas que hacen las personas en internet, que la palabra “polarización” es la más representativa del año 2023. Esa conclusión tiene mucho sentido en el contexto global, pero creo, sin lugar a duda, que la palabra que más se ajusta a la realidad colombiana es “incertidumbre”.
Esa preocupación permanente, casi patológica, que padecen los colombianos se debe a muchos factores, pero es evidente que la principal fuente se encuentra en el manejo errático, fanático e ideologizado del actual gobierno. No existe un solo sector, actividad o región que no se haya visto afectada. En unos casos, los agobian los altos precios, en otros, la inacción gubernamental y a todos nos acecha la inseguridad rampante.
La economía todos los días lanza señales de alarma. No existe una sola cifra buena, todas, hasta las de empleo, empiezan a demostrar que estamos en una recesión económica que el Gobierno no quiere reconocer y mucho menos conjurar. El presidente Petro sigue buscando culpables donde no los hay y a pesar de bordear la mitad de su mandato, sigue empecinado en explicar su pésimo desempeño en conspiraciones ficticias y no repara en responsabilizar a los gobiernos anteriores de la debacle que él genera todos los días.
Es increíble que en los informes gubernamentales sobre la situación económica del país se le achaque toda la responsabilidad al Banco de la República, afirmando que la recesión inminente y el retroceso evidente en el crecimiento económico obedecen a que el Banco no ha querido bajar las tasas de interés. Eso equivale a echarle la culpa de no haber podido comprar el mercado a la tarjeta de crédito cuando el cupo de crédito aprobado se ha agotado; quizás algunos se crean ese cuento, pero la realidad es que no estamos produciendo lo que necesitamos por el miedo a lo que pueda pasar.
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Para bien o para mal, el Banco de la República este mes accedió a bajar la tasa de interés para reducirla 25 puntos; por ende, a ellos no se les puede seguir achacando la responsabilidad de la debacle que se avecina. Acabadas las excusas, ¿ahora a quién le van a echar la culpa?
En materia de empleo y de formalización laboral, la situación es francamente preocupante. La inversión privada prácticamente se estancó y el avance caótico de las reformas “sociales” en el Congreso tiene a todos expectantes. La determinación del salario mínimo que debía forjar tranquilidad ha generado todo lo contrario: las empresas no están dispuestas a contratar y lo prudente es esperar para determinar cómo se moverán los costos laborales si las reformas pasan.
Sectores completos, como la construcción, están trabajando a media marcha y muchas empresas ya han empezado a planear la suspensión de actividades para el próximo año ante una inminente crisis económica. Los proyectos de vivienda de interés social que tanto jalonaron la economía después de la pandemia, prácticamente se encuentran bloqueados. El consumo, en general, empieza a resentir los precios y muchos colombianos han comenzado a perder sus empleos.
Algunos sectores afines al Gobierno afirman que las cosas van por buen camino sustentado en que el desempleo ha disminuido; sin embargo, no advierten que esa es una variable económica que se tarda en reaccionar a la crisis. Además, tal como lo reconoce sin empacho el ministro de Hacienda, los empleos formales que se pierden se irán al rebusque, es decir, a la informalidad, porque la gente, pase lo que pase, tiene que seguir comiendo. Eso se traduce en una falsa percepción de óptima ocupación, pero me pregunto: ¿a qué precio?, ¿a costa de acabar con décadas de formalización?
Pues bien, la esperanza de que 2024 no sea un año nefasto en lo económico sí existe, se encuentra en la gestión de los gobiernos regionales recientemente elegidos. En ellos recae la responsabilidad de no permitir que en sus departamentos, ciudades y municipios se destruya el empleo de las micro, pequeñas y medianas empresas. Las políticas públicas locales a veces resultan ser el antídoto perfecto ante la incoherencia del mandato nacional.
Por ahora, lo único que podemos hacer es trabajar incansablemente y presionar al Gobierno nacional para que comprenda que las mal llamadas “reformas sociales” solo han generado incertidumbre, miedo y pobreza. Lo mejor que nos podría pasar es que ninguna de ellas se apruebe en el Congreso, se recupere la confianza inversionista y volvamos a producir, que es lo único que realmente genera empleo y disminuye la pobreza.