OPINIÓN
Nuestra nueva pandemia: la depresión colectiva y la desesperanza
El domingo pasado, cuando Egan cruzó la meta levantando los brazos para celebrar su contundente triunfo y vestirse de rosa para siempre, muchos colombianos lloramos de emoción, sin embargo, creo que también lo hicimos para hacer catarsis por la depresión colectiva que nos está afectando durante las últimas semanas. Sin temor a equivocarme, se mezclaron las lágrimas de alegría con las del inmenso dolor que sentimos por lo que está pasando en nuestro país.
La verdad es que tenemos cansancio emocional porque sabemos que en el último mes hemos perdido mucho. Nos sentimos secuestrados y estamos quebrándonos en muchos aspectos, pero lo más preocupante es que no vemos claro el panorama y la esperanza de una mejor situación para todos, prácticamente ha desaparecido.
Cuando nos encerraron en marzo de 2020 por la pandemia, todos confiábamos en que en algún momento íbamos a salir y que tarde o temprano la humanidad iba a encontrar una solución, sin embargo, justo cuando empezábamos a recuperar la esperanza con la reducción de casos fatales y con el inicio de la vacunación, unos cuantos se han empeñado en destruir lo poco que nos quedó después de los nefastos aislamientos.
Es dantesco ver cómo salen a “protestar” los que se autoproclaman “indignados”, sin hacer un alto en el camino, reflexionar y considerar a las más de diez mil personas que han fallecido por covid en el último mes, muchas de ellas, fruto de las aglomeraciones que se convocan sin el más mínimo sentido de responsabilidad humana y social. Hemos perdido toda capacidad de asombro y se nos ha curtido el alma. ¡Eso es muy triste!
En otros países “civilizados” esas convocatorias serían un acto criminal, sin embargo, este es el país de todos los derechos, pero de muy pocas obligaciones. Es ilógico creer que puede ser más importante el derecho a la protesta, que el derecho a la vida; lamentablemente algunos “líderes” tienen trocados los principios y los valores.
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Ayer la Selección Colombia jugaba su partido contra la Selección inca y tengo que reconocer que solo fui consciente de ese evento al mediodía, cuando en el noticiero anunciaron la posible formación. Lo que antes era un espacio de “culto” para la inmensa mayoría de los colombianos al que le dedicábamos semanas a discutir resultados y sacar el técnico de fútbol que todos llevamos en el corazón, hoy es un evento más al que muy pocos le prestamos atención; sencillamente tenemos cosas más tristes en las cuales pensar.
Algunos decían -normalmente en broma- que, si la anarquía se tomaba Colombia, venderían todo, buscarían cómo sacar la plata y se irían del país a dónde puedan sentirse seguros. Eso que era una conversación “cliché” y muy banal, hoy ya no lo es. Muchos colombianos han emigrado en las últimas semanas y muchos otros están decididos a hacerlo en los próximos meses.
Hay desespero por vender lo que se pueda y ya está empezando a interesar poco el precio porque lo importante es “salvar” algo. Cuando la gente empieza a bajarse del barco, es porque cree que se va a hundir. Muchas cosas en la historia se han acabado por un rumor, pero acá no es una “percepción”, es una realidad: ¡nos devolvimos 20 años en progreso y desarrollo!
El expresidente Pastrana en una reciente entrevista afirmaba que los líderes políticos del paro tenían síndrome de Adán, porque creían que Colombia había nacido con ellos y antes del “paro” en este país no existía nada. Percepción pretensiosa y altamente equivocada.
Colombia, aunque la gente piense que era un país decadente, había avanzado -como muy pocos- en las últimas tres décadas. Es cierto que todavía nos faltaba mucho camino y que tenemos tareas pendientes, tales como erradicar la corrupción y nuestra lamentable cultura “traqueta” en virtud de la cual todo se puede “solucionar” con plata, no obstante, el desarrollo social y económico sigue siendo evidente y admirable.
Nuestras cifras de saneamiento básico, atención a la primera infancia, desarrollo urbano, escolaridad, infraestructura pública, cobertura en salud y mejora del ingreso per cápita están ahí, son ciertas y todavía nos hacen sentir orgullosos. Todo eso, en las últimas semanas, pareciera que no existe y que tenemos que recurrir a un “mesías progresista” para volver a “construir” lo que ya habíamos construido.
Lo que muchos quieren es precisamente eso: sembrar la desesperanza, el caos y quitarnos el sosiego. No lo podemos permitir y mucho menos tenemos que salir huyendo porque eso es lo que quieren algunos. Debemos recordar que el que divide, normalmente vence.
Pues bien, este es un llamado a la esperanza. No podemos dejarnos derrotar por el pesimismo y mucho menos tomar acciones reactivas frente a lo que está pasando. Tenemos que seguir confiando en que esta es una buena patria y un buen lugar para ver crecer a nuestros hijos.
Los que creemos en la libertad y el orden debemos unirnos y empezar a reconstruir a Colombia; solo así podremos evitar una debacle mayor. Se ha perdido mucho, pero si nos dejamos embargar por la tristeza y la depresión colectiva, lo perderemos todo. Es el momento de reaccionar y ponernos la camiseta por Colombia.
Camilo Cuervo Díaz
@ccuervodiaz