Opinión
Por qué fracasan los economistas en la política
Petro tiene el arrojo para prometer fantasías y el temple para hablar con toda convicción de cosas que no entiende.
En esta campaña presidencial fueron derrotados varios economistas bien preparados y con amplia experiencia en asuntos públicos. Mauricio Cárdenas, autor prestigioso y ministro en varias carteras y gobiernos durante más de diez años, no consiguió apoyo en su propio partido para iniciar campaña. Juan Carlos Echeverry, con una hoja de vida que incluye el Ministerio de Hacienda y la presidencia de Ecopetrol, renunció a la consulta del Equipo por Colombia al reconocer que no tenía mayor posibilidad. Alejandro Gaviria, en quien se cifraban muchas esperanzas por su desempeño como ministro de Salud, como pensador y como rector de la Universidad de los Andes, llegó más lejos, pero quedó de cuarto entre los cinco precandidatos de la consulta de la Coalición Centro Esperanza. La lista de economistas que recientemente han fracasado en la política incluye también a Óscar Iván Zuluaga, exministro de Hacienda y finalista en las elecciones contra Juan Manuel Santos en 2014, y a Enrique Peñalosa, dos veces alcalde de Bogotá.
¿Por qué fracasan en la política personas que le han dedicado su vida a estudiar la economía del país, es decir, a entender el funcionamiento de los individuos, las empresas y las instituciones en las actividades relacionadas con el uso de los recursos productivos, la provisión de bienes y servicios de todo tipo y el bienestar privado y social? Quizás es porque se necesitan otras cualidades para ser un buen líder, pero no es solo eso.
La razón principal es que el electorado no escoge a los presidentes por su experiencia o sus conocimientos, sino por qué tan bien reflejan las emociones y los ideales de los votantes. La formación de los economistas choca de frente contra esto. Para funcionar como economista, uno tiene que dejar de lado las emociones y atenerse en lo posible a los datos. Todo economista aprende (o, al menos, debería aprender) que casi todo lo que suena ideal es inviable en la realidad, y que no hay atajos para llegar a la tierra prometida. Los economistas se entrenan para tener sentido de prioridades y para reconocer las restricciones que impone la realidad. Lo que diferencia a los economistas de derecha, de centro o de izquierda es la importancia relativa que les dan a los objetivos de eficiencia, solidaridad o equidad, y no de qué color prefieren ver las realidades del país.
Pero, un momento, ¿acaso Gustavo Petro no es economista? Quizás cuenta con los títulos, pero ciertamente no tiene la disciplina mental que exige la profesión. En cambio, tiene la capacidad de sintonizar con muy buena parte del electorado, el arrojo para prometer fantasías y el temple para hablar con toda convicción de cosas que no entiende. Como lo ha dicho muy bien Moisés Wasserman, Petro es un coleccionista de ocurrencias, no de ideas. Mientras que las ocurrencias salen de la boca del estómago sin mayor elaboración, las ideas son el resultado de un proceso mental complejo, que sirve para poner a prueba su viabilidad y sus efectos.
Una de sus últimas ocurrencias apareció hace unos días en su cuenta de Twitter: “Propongo poner como materia de pensum en los dos últimos años de la secundaria, el desarrollo de programación para computadores. Tendríamos 500.000 desarrolladores de programación al final de cada año. Si 100.000 continuan (sic) la carrera, Colombia sería potencia mundial de Software”. ¿Qué posibilidades tiene semejante propuesta en un país donde dos de cada tres chicos a la edad de 15 años no tienen la capacidad de resolver los problemas más elementales de lógica, como deducir qué número sigue en una secuencia o qué puede concluirse de un conjunto de postulados sencillos? ¿Y en un país donde casi nadie de la clase media o de los pobres es capaz de escribir en forma clara y coherente en su propio idioma, y menos aún entender una frase en inglés? ¿Y donde los profesores no se distinguen por su formación técnica ni por su capacidad de actualizarse?
El rasgo más distintivo del populista es el “simplismo”, que consiste en proponer soluciones elementales para problemas complejos. La formación de un economista es exactamente lo contrario al simplismo. Por eso, los (buenos) economistas, al margen de sus demás cualidades y defectos, tienden a fracasar en la política.