OPINIÓN
¿Por qué la obsesión con la emisión?
Lo bueno de la discusión sobre la emisión es que los economistas nos estamos poniendo de moda en las redes sociales.
Lo malo es que, como todo en las redes, los niveles de polarización entorpecen la posibilidad de un análisis más riguroso. El problema es el siguiente: entre las décadas de 1960 a 1990, la teoría y las políticas económicas en los países desarrollados analizaron que un aumento de la cantidad de dinero se traducía inevitablemente en un aumento de la inflación, y a nadie le gusta la inflación. La teoría pudo haber sido cierta en ese periodo, ¡pero dejó de serlo! (en muy buena medida) Lo grave con los dogmas es que primero dejan de ser ciertos en el mundo real (donde importa) que en las sectas.
Los bancos centrales del planeta establecieron este criterio como su norte, asumiendo que el dinero tiene un efecto sobre los precios, desligado del sistema económico. La desconexión de la política monetaria con el resto de la economía es escalofriante y no requiere de genios incomprendidos para su implementación. En América Latina la impuso el Fondo Monetario Internacional, a cambio de programas para controlar los déficits externos provocados por las crisis de la deuda y de las importaciones de tecnología que se pagan con materias primas. El condicionamiento es simple: mantengan la inflación en un rango, subiendo la tasa de interés si la inflación sube, y bajándola si la inflación se mantiene baja. Listo. No se deje confundir, siempre le van a decir que el tema es más complejo, pero en verdad no lo es.
Así las cosas, se volvió herejía sugerir que debía permitirse hacer una emisión de dinero. ¡Cómo se les ocurre! ¡Van a provocar inflación, el impuesto más dañino para los pobres! ¡Que alguien piense en los pobres! ¡A la hoguera los herejes!
Pero en la década de 1990 y -especialmente- después de la crisis financiera de 2007, las medidas de estímulo por la vía del relajamiento cuantitativo del dinero, es decir, emisión, bajaron la tasa de desempleo y no provocaron inflación, ni expectativas racionales de inflación. Incluso el mismo padre de la teoría, Milton Friedman, reconoció en 2003 que “el uso de la cantidad de dinero como meta no ha sido un éxito”. Frente a estos hechos, los seguidores de esta teoría se inventaron otro pretexto para seguir haciendo contracción monetaria: para el mundo desarrollado funciona, pero para países en desarrollo no. Tampoco es cierto.
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Eduardo Sarmiento, a quien echaron de Los Andes en la década de 1990 por no ser neoliberal, demostró que para Colombia ¡nunca! se cumplió el principio de inflación alta por desempleo bajo (La recesión mundial, Ed. Aurora, 2009). Antes de la apertura, los datos muestran una curva de Phillips errática (datos disponibles no confiables) y después de la apertura es horizontal. Significa que se parece a la de Estados Unidos, Japón y Europa, casi por las mismas razones: la globalización provocó que los precios se volvieran -en parte- un factor externo, en donde los salarios reales crecen por debajo de la productividad y por eso no crea expectativas inflacionarias. Para América Latina, ahora se necesita más dinero para pagar las importaciones y financiar el déficit de cuenta corriente. De hecho, una crítica que nadie ha mencionado y podría hacerse a la emisión, es que aumentaría este déficit porque habría más dinero para comprar mercancías extranjeras, si no se canalizan los recursos hacia la producción nacional.
De esta forma, las medidas de altas tasas de interés no es que tengan tanto un efecto negativo sobre la inflación sino sobre la actividad productiva y un efecto positivo sobre las ganancias del sector financiero desligado de la economía real. La inflación cede no por efectividad de la política monetaria, sino por desaceleración económica. Por el contrario, bajas tasas de interés no incentivan la inversión sino el consumo a crédito, principalmente de mercancías importadas.
No debería haber debate -ni polarización- en la necesidad de más recursos para la reactivación económica del país. La fuente de los mismos puede discutirse con más rigurosidad. Pensar que la inversión extranjera en el sector minero o los créditos privados para la infraestructura podrán por sí solos recuperar al país es ingenuo. El Banco de la República no puede seguir jugando el rol de espectador ignorando la función del dinero en la producción, solo porque el dogma así lo establece. Pareciera que los miembros del Banco de la República, seleccionados por el gobierno, no confían en prestarle dinero a quien los eligió. O peor, ni los codirectores ni los funcionarios del gobierno, tienen interés en la recuperación.