GUILLERMO VALENCIA

OPINIÓN

Salario mínimo y productividad

La incidencia del factor de productividad en la puja por acordar un salario mínimo todos los años es crucial. Por lo pronto, el incremento de 2022 es uno de los más significativos que se ha dado por acuerdo de mesa de negociación, esperando que implique un aumento de la productividad en paralelo, pero con un costo fuerte para los empleadores del país, igual que fuertes efectos.

21 de diciembre de 2021

Año tras año, al finalizar el último trimestre, todos nos mantenemos expectantes por los encuentros oficiales que integran la mesa de negociación salarial. Allí, las discusiones siempre van y vienen entre gobierno, empresarios y representantes de los trabajadores para intentar determinar y consensuar un porcentaje que esté acorde a las perspectivas de todos los involucrados.

Como bien se determinó la semana pasada, el salario mínimo (sin contar el auxilio de transporte que no lo constituye) quedó en 1.000.000 de pesos gracias a un incremento estimado del 10,07 % aproximadamente, el más alto en términos reales que se ha visto, al menos, en lo corrido de este siglo.

Aparte de la inflación, hay una cifra importante que suele pasar desapercibida para el cálculo y la propuesta de estos incrementos: productividad. Para este año, la cifra se situó en 1,19 % luego de la caída que tuvo la misma variable variable en 2020, cuando se ubicó en -0,60 % y, junto con la inflación baja del año pasado, del 1,61 %, llevó a que el incremento se decretara unilateralmente por el Gobierno y se estableciera un aumento del 3,5 %.

No obstante, a pesar de que después de la época más crítica de la pandemia, que sea positiva no significa que sea buena. Colombia aún se mantiene rezagada, y hasta estancada, en materia de productividad. Según cifras de The Conference Board, una organización internacional de investigación económica, se afirma que en una hora de trabajo Colombia genera el 35 % de la producción promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde).

Y si nos comparamos solo con Estados Unidos, la comparación se vuelve un poco más pesimista, ya que cuatro colombianos producen lo mismo que un solo trabajador estadounidense. Nos estamos quedando muy atrás con eso de producir más y mejor con los mismos recursos.

Algunos estudios de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) han demostrado que los salarios mínimos no solo ayudan a reducir la dispersión salarial y a canalizar las ganancias de productividad hacia la fijación de salarios más altos, sino que pueden contribuir a lograr una mayor productividad del trabajo, tanto a nivel de la empresa como a nivel de la economía como tal.

Esto implica que, por un lado, las empresas pueden encontrarse con empleados mucho más motivados. No es raro ver que organizaciones con el pago de remuneraciones más altas, con respecto a otras de su mismo sector, atraen a los candidatos más experimentados y motivados. Son muchos los profesionales que buscan trabajos que retribuyan su conocimiento y experticia y, aunque hoy día existen criterios como el ambiente laboral o beneficios no salariales que se han formado como determinantes en la evaluación de una oferta laboral, para nadie es un secreto que el salario es crucial para aceptar o rechazar un cargo.

Por otro lado, un salario mínimo justo se relaciona con una menor rotación del personal ya que se estimula una reducción de la competencia salarial entre las empresas. Así, los empleados pueden continuar su ruta de aprendizaje en el trabajo y le dan una continuidad a su formación que les permitiría ser más productivos con el tiempo.

No obstante, cifras de la misma OIT han mostrado que el salario mínimo en nuestro país ha aumentado por debajo de la productividad, lo que implica que los trabajadores no estarían siendo remunerados de una manera justa. Si se compara, en otros países donde el salario mínimo aumenta lo justo, como en Canadá o Chile, no se han dado ciclos de hiperinflación ni de aumento del desempleo.

Una parte de la explicación de lo que sucede en Colombia está sustentada en la desconexión de la academia con la empresa. Son muchas las universidades que no están educando a los estudiantes en carreras y habilidades que las empresas demandan en la vida real. Esto se traduce en unos niveles muy altos de frustración para miles de estudiantes de nuestro país, ya que se vuelve altamente complicado ubicarse laboralmente en un cargo que brinde estabilidad y/o buena remuneración.

Ahora bien, no son muchos los estudiantes que sienten atracción por carreras que estén relacionadas con alguna ciencia exacta. Son varios los estudiantes que no tienen una buena motivación para las matemáticas o la física. Incluso, es posible hablar de la estadística, ya que es muy valorada y solicitada. Sin embargo, las carreras relacionadas con estas materias no tienen una alta demanda y, en ocasiones, ni siquiera un buen enfoque hacia su aplicación en el mundo empresarial.

Desde ya, ante tan reciente anuncio sobre el valor del salario mínimo para el próximo año, no para de abundar la incertidumbre sobre el efecto que puedan tener aspectos como la inflación, el alza en el precio del dólar, el incremento en los impuestos, etc. A pesar de los incrementos, los trabajadores siguen sintiendo que, en realidad, al analizar el panorama en su conjunto, cada vez se gana menos y se gasta más. Y cabría otro análisis del impacto de este aumento en el tema de generación de empleo formal, que esperaría desplegar prontamente.

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