Opinión
¿Se desinfla la transición energética?
Posiblemente, el principal papel del Estado era asegurarse de que iba a existir el suministro de energía eléctrica, casi en su totalidad verde, para suministrar electricidad al creciente parque automotor.
Como lo han reseñado diversos medios y organizaciones, todo parece indicar que la velocidad en que se debería llevar a cabo la transición energética en el mundo entero no se va a cumplir, especialmente en lo que se refiere al transporte.
Desde un inicio era obvio que la transición era un esfuerzo conjunto del Estado y el sector privado, en la que cada uno tenía un papel muy específico a jugar. Posiblemente, el principal papel del Estado era asegurarse de que iba a existir el suministro de energía eléctrica, casi en su totalidad verde, para suministrar electricidad al creciente parque automotor.
Existe un poderoso limitante a la demanda de vehículos eléctricos –indistintamente sean automóviles, camionetas, buses, camiones– la autonomía, y por ende la imperiosa necesidad de estaciones de recarga a lo largo y ancho de los países.
Mientras que el operador de un vehículo no tenga la certeza de poder recargarlo, no va a hacer la transición de un modelo convencional a uno eléctrico. Con la notable excepción de Noruega y Suecia, el compromiso de imponer una red de estaciones de recarga o no se cumplió, o se está cumpliendo a medias.
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En otros casos como el colombiano, el nivel de cumplimiento se acerca a cero. Y por paradójico que suene, quienes más deberían estar interesados en la generación de electricidad limpia (eólica y solar), y que haya una transición energética acelerada en el sector transporte, son los mismos ambientalistas.
Son estos ecofanáticos los que han estado poniendo todo tipo de cortapisas a los parques solares y las granjas eólicas, pero muy especialmente a las líneas de transmisión del fluido eléctrico a los grandes centros de consumo. El caso colombiano es patético: La Guajira es posiblemente la región de Colombia con mayor potencial de generación eléctrica limpia, tanto solar como de viento. Sin embargo, con excepción de Barranquilla, los grandes centros de consumo están es en el interior, especialmente en Bogotá. Si esa electricidad no les llega a las principales metrópolis, es absurdo tener los parques y granjas de generación limpia de electricidad. Sin que haya confianza de parte de los usuarios en que la recarga de sus vehículos es sencilla y ubicua, la transición energética es una quimera, un sueño de una noche de verano.
Capítulo aparte en los problemas de transición energética es la torpeza con que tanto el gobierno de Estados Unidos, como los grandes fabricantes de vehículos de este país, están enfrentando la transición a los eléctricos.
Ningún fabricante estadounidense, incluyendo Tesla, se dio cuenta de que la demanda de carros totalmente eléctricos por parte de los consumidores de mayor poder adquisitivo estaba relativamente saturada y que para poder colocar sus vehículos, necesariamente tenían que ofrecer descuentos sustanciales.
Estas automotrices no se percataron de que era imprescindible brindarle al consumidor vehículos de medio y bajo costo, precisamente la gama que con enorme visión estaban ofreciendo los fabricantes de vehículos chinos. Pero en vez de aceptar y enmendar su error, los fabricantes estadounidenses presionaron al gobierno de Biden para imponer tarifas confiscatorias a los autos chinos. El Gobierno de Estados Unidos, para este autor de manera torpe y cortoplacista, les dio contentillo a las automotrices locales, en contra de las preferencias de los consumidores.
En esta pausa de la transición, que puede durar por lo menos un lustro, los grandes ganadores van a ser aquellos fabricantes que les apostaron a los híbridos, y entre estas empresas, la gran ganadora es la Toyota.