Opinión
¿Será que nos dejaremos atrapar como chigüiros?
Los gobiernos populistas conocen a fondo el truco para atrapar incautos, sean de dos o cuatro patas.
No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta que, bajo esta administración, existe una marcada predilección por el estatismo y un sesgo casi absoluto contra el sector privado. La idolatría por el estatismo igualmente conlleva que casi la totalidad del poder se concentre en la cúpula presidencial. Hace un año, en su columna de El Espectador, Salomón Kalmanovitz afirmaba: “La definición de cesarismo es elocuente: forma de ejercer el poder político concentrado en una sola persona… Se trata de un sistema de gobierno centrado en la autoridad suprema de un jefe y en la fe de todos en su capacidad personal. Es el tribuno del pueblo hablándole desde el balcón de su palacio”.
¿Cómo atrapan los populistas a sus adeptos? Un ejemplo puede ser la forma de cazar chigüiros, roedores muy apetecidos en los Llanos Orientales. Estos animalitos se suelen alimentar de caña de azúcar y de maíz.
Y si bien hay muchas formas de cazarlos, una de ellas es esparcir a diario caña o maíz en una zona donde suelen ir, generalmente al borde de los grandes ríos de la región como el Meta, el Tomo y el Manacacías.
En predios pequeños, donde acostumbren a ir a comer y beber, se les deja comida y, poco a poco, solo un lado a la vez, se va cercando el lugar sin que los chigüiros se den cuenta que los están encerrando.
Cuando ya se tengan cercados los cuatro lados, se construye una puerta que permanece abierta y los chigüiros siguen buscando la caña o el maíz, sin darse cuenta de que están entrando es a un corral. En el momento en que haya un número importante de chigüiros en la madeja, se cierra el portón y se les lleva a todos al matadero.
Los gobiernos populistas conocen a fondo el truco de atrapar incautos, sean de dos o cuatro patas. La caña o el maíz gratuito está disfrazado de programas sociales y subsidios, recursos que a su vez son dineros que el Estado le quita al propio trabajador.
Con los recursos de los contribuyentes, el Estado financia, no sin haberse quedado con una buena tajada, además de cuestionables programas de bienestar, fiestas, ferias o festivales (…) En resumen, pan y circo. Este es el meollo del populismo, que, en esencia, no es una ideología, sino un método para alcanzar el poder y perpetuarse en él.
El populismo es una forma de gobierno en que hay un líder que asegura ser el único representante de la voluntad popular, y cuya voluntad está por encima instituciones como el Congreso, los entes de control y el sistema judicial.
Los gobiernos populistas están diseñados para generar millones de estómagos agradecidos con el gobernante que les da de comer.
El analista argentino Gerardo Bongiovanny retrataba con precisión en reciente ensayo a los populistas: “Porque si el populismo luce agradable durante la fase inicial, cuando todavía hay recursos para gastar o empresarios a quienes exprimir, es harto conocido que, cuando el dinero se acaba, el populismo muestra los dientes y la violencia de Estado emerge con todo furor. Tal sucede en tierras venezolanas(…). Argentina, que supo lograr inéditos niveles de desarrollo económico, social y cultural, perdió el rumbo gracias a recetas rancias, vinculadas con el dirigismo, el culto al líder mesiánico y la miopía económica. Década tras década, hemos ahogado al desarrollo en pos de seguir proyectos personalistas de corte populista”.