OPINIÓN
Tras la metida de pata
La historia reciente de Colombia, salvo el vergonzoso episodio de la tentativa de reforma a la justicia del expresidente Santos y su conejo al no del plebiscito por la paz, no registra un evento presidencial comparable a la ‘metida de patas’ del Gobierno Duque con la reforma tributaria que acaba de abortar. Se veía venir.
Quienes tuvimos oportunidad de escuchar la entrevista que la periodista Vicky Dávila le hizo al presidente hace unos días, teníamos la esperanza de que el desastre anunciado con la promulgación del proyecto de reforma pudiera detenerse. En esa entrevista el presidente hizo alusión a la grandeza, lo que hizo suponer que tal noción inspiraba sus acciones y motivaba el propósito auténtico de liderar al país hacia un destino altruista a pesar de que los antecedentes presagiaban borrasca. Había faltado grandeza cuando al iniciar su mandato, por cuenta de pequeñas rivalidades, desperdició la oportunidad de rodearse de compatriotas capaces de asumir carteras cuya complejidad exigía —además de capacidad— experiencia, veteranía, calle. Personas como Óscar Iván Zuluaga y Rafael Nieto Loaiza, por ejemplo, habrían dado otra luz al alba de su gestión. Ellos, junto al bagaje del inolvidable Carlos Holmes Trujillo, hubieran podido hacer la combinación perfecta entre madurez y la energía joven que predomina en el equipo de gobierno. También pudo faltar grandeza cuando percibimos los mal disimulados esfuerzos para distanciarse de su mentor, quizá en el afán de desvirtuar la versión de que era un títere. Un error histórico, pues el carácter honorable y respetuoso del expresidente Uribe, le habría impedido posar de jefe en la eventualidad de tenerlo como consejero. Lamentablemente el Presidente Duque actuó con suficiencia. Desaprovechó una oportunidad fabulosa.
Esa misma suficiencia nos condujo a esta última dificultad: proponer una reforma tributaria sin la búsqueda previa de consensos y con propuestas impertinentes que terminan eclipsando su generoso componente social, supone una total desconexión con el país nacional en un momento en que muchos colombianos mueren o sufren a causa de un virus que nos afecta a todos.
Para fortuna del país, el presidente Duque, aunque más tarde de lo que hubiera convenido, tomó la decisión de retirarla. Era lo pertinente. Y aunque hasta el momento no se anuncian responsabilidades políticas ante tamaña metida de patas, es un buen comienzo la promesa de consensuar con la sociedad civil una propuesta que ayude a conjurar la crisis económica y social que atravesamos y que se agrava a causa de una oposición destructora representada en neocomunistas disfrazados de demócratas que usan como pretexto la discrepancia para avivar la llama del saqueo y el vandalismo terrorista.
Este es el momento de la grandeza. Sabemos que se puede. Se pudo en temas como la transparencia, la modernización de procesos contractuales, el fortalecimiento presupuestal de la educación, el saneamiento fiscal del sector salud, el tratamiento a la población migrante y la transición energética; pero esos y otros logros servirán de poco, si por cuenta de esta inexplicable metida de patas, no se asumen responsabilidades políticas, no se hacen cambios sustanciales en la conformación del equipo que jugará lo que resta del partido y no se buscan consensos reales y significativos en escenarios relevantes. No vaya a ser que se aplique la de Santos cuando la mayoría le dijo NO a su plebiscito por la paz, que salió a buscar consensos con los del SÍ y terminó dejando el texto prácticamente igual.
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Si el presidente Duque está determinado a inspirarse en la grandeza, no correremos el riesgo de que su legado se reduzca a la elección de la fotocopia de Maduro como su sucesor.