OPINIÓN
Yo no fui, fue pepé…
Trabajar en torno a lo que nos une exigiendo de cada uno y de los que nos rodean una actitud encaminada hacia mejorar lo fundamental puede ser difícil, pero es la única salida real.
Muchas veces, sin saberlo, las personas identificamos erradamente las causas de la insatisfacción. Las peleas entre novios tienen como causa frecuente el desencanto laboral de uno de los tórtolos, la introspección del adolescente puede ser generada por traumas infantiles y el berrinche del bebé es el resultado de un cólico no descubierto, mientras perezosamente aceptamos razones distintas sin hacer un esfuerzo.
La mente humana, por lo general, tiende a generar explicaciones a su insatisfacción que no pongan en riesgo la coherencia de su pensamiento, desviando de la realidad la razón de su malestar. La culpa termina frecuentemente localizada en terceros, asignando todos los males a los Estados Unidos, como un querido profesor de mi infancia, al gobierno, como muchos opositores de izquierda o de derecha, o a la santa iglesia, como muchos ateos o agnósticos.
Ese mecanismo de defensa natural tiende a evitar endilgarse, personalmente, y de vez en cuando, a las personas cercanas, la causa de los males que nos aquejan. Es una herramienta de resistencia al cambio que generaría aceptar la responsabilidad que tenemos en la desgracia propia. Si el culpable es el gobierno, los bancos, los vándalos, los empresarios, la Iglesia, la izquierda, el congreso, los gnomos, los sindicatos, Fonade o los chinos, podemos seguir adelante con nuestra rutina y evitar cuestionarnos a nosotros mismos.
Este fenómeno que ocurre a nivel personal también se observa a nivel colectivo. Históricamente los partidos de derecha han ignorado sus yerros sociales y le endilgan los males al castrochavismo, la izquierda les endilga sus males a los gobernantes fascistas paramilitares y al prelado, el pueblo a los políticos y los corruptos, los sindicatos a los empresarios explotadores y los empresarios a los sindicatos extorsionistas. Nada más dañino y errado que estas actitudes, no solo porque estereotipan y polarizan a los actores sociales, sino porque impiden dar un diagnóstico acertado que conduzca a la solución de las verdaderas causas de nuestro malestar.
Si hay una verdad a puño en la explicación del malestar humano es que la insatisfacción pasa primero por no cubrir las necesidades esenciales. El hambre, la sed, la falta de libertad, la enfermedad, la soledad, la violencia, el asalto a la dignidad, independientemente de su causa, generan malestar en la gente. De estos males, la gran mayoría, como mencionan con lenguaje lejano los políticos cada vez que hay una crisis, son solucionables con un acuerdo sobre lo fundamental, que, con la emergencia de las redes sociales, no puede limitarse a las directivas de los partidos políticos ni los representantes sociales, sino que tiene que profundizarse a la población.
Los principios de un acuerdo sobre lo fundamental son universales, sencillos, no tienen discusión. El primero es que, si queremos disminuir los males mencionados, tenemos que trabajar mancomunadamente para llegar a ese fin, enfocando nuestros esfuerzos en crear valor por medio del trabajo y distribuir acertadamente los beneficios logrados. En los países que logran bienestar para su población hay acuerdos tácitos en que lo público se respeta y no se destroza, en que el Estado redistribuye riqueza y en que cada para gozar de los beneficios hay que poner su grano de arena.
En Colombia y en América Latina estamos muy lejos de estas realidades. El Estado no redistribuye riqueza, muchos colombianos justifican que se destruyan los bienes públicos, y otros se aprovechan para vivir del desfalco a los demás, como los corruptos y los guerrilleros. Las causas de estos comportamientos no están en el castrochavismo ni en Estados Unidos, ni en los bancos, ni los empresarios, ni en los políticos ni los empleados públicos: están en cada uno de nosotros, que permitimos diariamente y, muchas veces, apoyamos este tipo de comportamientos de parte de nosotros mismos.
Algunos dirán que plantear que todos los colombianos halemos la carreta en la misma dirección es una utopía, sin embargo, se ha logrado en otras geografías del mundo. Los europeos dieron ejemplo al lograrlo en el renacimiento, en torno al respeto por el método científico y la emancipación cultural, los Estados Unidos en torno al sueño americano y los japoneses en torno al respeto por el honor logrado mediante el trabajo y la eficiencia.
El encontrar un nuevo camino en que nuestra gente viva mejor pasa por fijarnos unas reglas del juego y respetarlas desde el día a día. Exijamos de nuestras autoridades, pero no sin antes exigir un comportamiento ejemplar de nosotros mismos, exijamos de nuestro sistema judicial pero no sin antes evadir las consecuencias de romper la ley, exijamos repartición de la riqueza pero habiendo puesto nuestro grano de arena para crear bienestar en la sociedad.
El camino que hemos seguido como sociedad para combatir la insatisfacción desde ambos lados de la barricada, no nos lleva a ningún Pereira. Trabajar en torno a lo que nos une, a diferencia de las actitudes de cierto caricaturista, que hasta con la selección colombiana de fútbol quiere acabar, exigiendo de cada uno y de los que nos rodean una actitud encaminada hacia lo fundamental puede ser difícil, pero es la única salida real.