En el ambiente quedó una sensación de castigo a los extremos políticos, al igual que a los partidos tradicionales que se quedaron sin las plazas más representativas y emblemáticas.

EDITORIAL

Las enseñanzas de las elecciones y la protesta social

Es necesario que los países le tomen el pulso a la sociedad permanentemente para descubrir y atender los orígenes del descontento y la desconfianza social.

30 de octubre de 2019

Los resultados electorales del 27 de octubre, cuando los colombianos eligieron a quienes tomarán las riendas de las alcaldías, gobernaciones, concejos y asambleas, han dejado varias lecciones. No solo por la decisión de los votantes y las tendencias que marcaron, sino también por el momento histórico que vive América Latina, cuando muchos países sufren fuertes protestas sociales.

Los triunfos de Claudia López en Bogotá, de Daniel Quintero en Medellín y de William Dau en Cartagena muestran un cambio en la línea de las administraciones actuales que ya están en su ocaso. Pero también representan un mensaje de votantes que buscan escenarios más independientes, incluyentes y conciliadores, lejos de la polarización en la que ha estado sumergido el país.

En el ambiente quedó una sensación de castigo a los extremos políticos, al igual que a los partidos tradicionales que se quedaron sin las plazas más representativas y emblemáticas.

Nada es realmente nuevo ni fortuito. Hace un año, los resultados de las elecciones al Congreso de la República ya mostraron más equilibrio en las fuerzas políticas y una mayor representatividad de los colombianos.

En muchas regiones persisten condenables prácticas electoreras como la compra de votos, la trashumancia y la coerción a los electores. Pero en ciudades y departamentos icónicos hubo clanes políticos tradicionales que resultaron derrotados, lo que muestra un deseo de cambio.

Ese verdadero estado de opinión en Colombia requiere propuestas que generen una mayor inclusión, atender las aspiraciones válidas de millones de colombianos que han salido de la pobreza, dar un mejor uso a los recursos y blindarlos de la corrupción, así como desarrollar un entorno en el que el Estado llegue hasta donde tenga que llegar. Pero también que el mercado opere en contextos de mayor equidad.

Precisamente este proceso electoral llegó en uno de los momentos más calientes para América Latina, con protestas en Chile, Ecuador, Bolivia, Brasil, Haití y México.

El caso más representativo ha sido el chileno, un país que se ha convertido en el ejemplo de la región, por su manejo económico, sus tasas de crecimiento continuo e, incluso, por un índice de desigualdad menor al de sus vecinos. Hoy está convertido en un hervidero de protestas, saqueos y desmanes. Todo comenzó con el aumento en el pasaje del metro de Santiago, pero este detonante evidenció un malestar general y una desigualdad que no cede.

Sin duda, América Latina a lo largo de este siglo ha vivido una verdadera revolución social, pues redujo la pobreza de 42% a cerca de 24%. Y aunque falta mucho por hacer y los esfuerzos en este sentido nunca serán suficientes, esto se reflejó en un aumento de ingresos, un mayor consumo y una mejor dinámica del crecimiento económico. Muchos de estos recursos resultaron de las bonanzas de los precios de los commodities. Pero esa ola no dura para siempre y el derrumbe de los precios de minerales y petróleo generan zozobra. Tanta, que hoy casi 40% de la población de la región está en situación de vulnerabilidad, es decir, que puede volver a caer en la pobreza.

La clase media, fortalecida en los últimos años, está en riesgo. Los gobiernos tendrán que buscar los mecanismos para cumplir las expectativas de esa población en salud y educación con mayor cobertura y calidad. Así como mejorar las posibilidades de acceder a empleos formales y de calidad, al tiempo que se alcanzan mecanismos de protección a la vejez.

El sector privado no es un invitado de piedra en este proceso, como están entendiendo a las malas los empresarios chilenos. Es necesario encontrar los caminos para que los dirigentes del sector privado participen y sean protagonistas del diseño y la ejecución de la estrategia que proteja a la población vulnerable.

Es necesario que los países le tomen el pulso a la sociedad permanentemente para descubrir y atender los orígenes del descontento y la desconfianza social.

Lo que han vivido algunos de nuestros vecinos demuestra que el crecimiento de la economía es importante, pero no suficiente para sanar las cicatrices de la desigualdad y la falta de oportunidades.