JUAN RICARDO ORTEGA
Bonos malditos
El juicio moral prevalece sobre cualquier argumento lógico, la verdad deja de ser parte del juicio.
El filósofo Thomas Kelly de la Universidad de Princeton utiliza una cita de John Mitchell que en mis palabras dice: “…Parecería casi increíble que tanta gente con educación similar, intelectualmente honesta, todos observando la misma incompleta evidencia y realidad, pueda llegar a conclusiones tan distintas y todos crean que tiene la absoluta razón”. A todos aquellos que sinceramente creemos en el conocimiento, la experiencia y la evidencia empírica como mecanismos para construir acuerdos que lleven a una sociedad por un mejor sendero nos debería inquietar que de forma tan frecuente, los desacuerdos sean tan radicales. Y que la curiosidad por aprender o entender el punto de vista del otro haya desaparecido.
Me inquieta y me desvela que personas que admiro y respeto emitan juicios con información incompleta, sin ni siquiera dudar, a pesar de los argumentos de sus pares, que, con la misma información, concluyen cosas diametralmente opuestas. Yo escribo esta columna después de haber llamado a tres doctorados en finanzas para verificar si me había vuelto ya estúpido por leer Twitter y Facebook (mi terapia contra la soledad); afortunadamente aún me queda algo de objetividad, aunque sé que esto es irrelevante al momento de un debate mediático: los bonos agua 2009 no pagaron tasas altas.
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Hasta hace dos semanas, yo creía que la valoración de un bono era algo sobre lo que se llegaba a rápidos y fáciles acuerdos: algo así como aseverar que 2+2 son 4. Los benditos –o más bien malditos– Bonos de Agua dejan las matemáticas a un lado a cambio de insultos y la efectiva manipulación de emociones. Las estadísticas siempre pierden cuando el debate se enmarca en el plano de la moralidad. Este caso es un buen ejemplo práctico sobre qué tan ciegos nos dejan las emociones cuando juzgamos algo o alguien que no nos gusta. La mente es tan emocional que deja a un lado toda la teoría financiera para ratificar prejuicios éticos y así permitirnos concluir, erradamente, que, como intuí, la tasa de los ‘malditos’ era criminal y la tasa de los TES UVR era la justa.
Por disciplina hagamos el ejercicio estadístico: los datos oficiales de enero 20 de 2010 evidencian que la tasa de corte de los TES UVR a 17 años fue del 4,5% (a 8 años 2,538%). Estas tasas serian el referente de cómo estaba el mercado cuando se colocaron los primeros $120.000 millones en Bonos de Agua en diciembre 15 de 2009. Interpolando de forma burda un TES UVR a 19 años, si existiese, habría pagado alrededor de 5%, cifra muy distinta al 3,2% de los opinadores.
2009 fue un año difícil, la crisis financiera estaba en pleno desarrollo, Cementos Argos captó $229.000 millones en aquel momento con bonos AA+, IPC a 15 años y cortó a 7,19%. Sin pretender decir que estos son bonos perfectamente comparables, sus clasificaciones de riesgo y plazo se aproximan a la de los Bonos de Agua que por $124.930 millones cortaron al 8% aquel diciembre. En Estados Unidos en 2009 los bonos municipales habrían pagado una tasa bruta 2,77% por encima de los bonos del Tesoro.
Si, en gracia de discusión, esa prima de riesgo municipal fuese similar en Colombia, la tasa de bonos municipales podría haber cortado alrededor de 7,77%. Al año siguiente los TES UVR 17 años se colocaron al 3,805%, indicando que la situación era algo mejor. Mejora que también se refleja en las colocaciones privadas como las de Banco de Bogotá, IPC más 5,45% a 10 años; la concesionaria occidente, IPC y a 10 años 6,18% y la Empresa de Energía del Pacífico a 20 años 6,08%. Tasas todas bastante por debajo del 8% de la segunda colocación de los bonos en cuestión.
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La valoración de bonos no es fácil, pero la intuición señala que aquella está determinada por su riesgo, tasa de interés, liquidez y plazo. Los Bonos Agua, como los hechos lo confirman, eran más riesgosos que los de la Nación o Argos. Esa es una de las diferencias principales con los TES y los bonos Argos. Los recursos legales, en caso de un incumplimiento de pago, no tienen cómo vincular a la Nación. Son bonos de un patrimonio autónomo con créditos a municipios riesgosos y una reserva de caja como únicos activos. El flujo del SGP era el colateral con la pignoración, pero nada, nada más.
Los bonos tampoco contaban con cláusula de aceleración de los TES que habrían evitado las arbitrariedades de 2014 que los enterró. El AAA de la Nación claramente no les aplicaba. La iliquidez de los Bonos era nula, lo que castigaba muy duro tener que venderlos antes de su vencimiento, como quedó demostrado cuando la quiebra de Proyectar Valores.
La desinformación está ganando el debate popular y la creación de consensos se va a volver imposible.
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