DANIEL NIÑO TARAZONA
El retorno de los halcones
Coincidencia o no, el intervencionismo americano vuelve a la agenda exterior confiado en que esta vez no habrá colapso interno.
Normalmente los analistas escribimos sobre las fórmulas populistas que no han funcionado en la historia económica. Fórmulas que se venden como exitosas, pero que no profundizan realmente en todos los costos, ni en los efectos secundarios. De esta manera, los promotores evitan que se pueda determinar si realmente conducen a un mejoramiento articulado de la sociedad.
Aunque el ejercicio debe desprenderse de cualquier interés ideológico, es cierto que suele escribirse de aquellas insostenibles y desenfocadas políticas que muchas veces quiere abanderar la izquierda.
Pero el asunto esta vez es el viraje de la administración Trump hacia los neoconservadores con sus representantes más radicales. Una visión que se caracteriza por promover una política exterior más agresiva, con la imposición de valores absolutos y con aval hacia la intransigencia bajo la creencia estadounidense de tener una autoridad moral superior.
Esto explica el creciente intervencionismo global de la política americana, el desapego hasta de los más tradicionales aliados, así como la escalada de acciones y políticas controversiales o de confrontación económica y geopolítica.
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En estos días el diario El País de España titulaba “EE.UU. amenaza a Europa con represalias si impulsa en solitario sus proyectos de defensa”, reseñando posibles represalias políticas y comerciales. Igualmente, dicho diario ha dado cuenta de cómo regresan a la Casa Blanca los halcones más enconados de 2008.
Aunque hasta los economistas de la administración Trump reconocen que la guerra comercial con China pasará factura al crecimiento americano y los más optimistas analistas creen que dicha disputa neutralizara los efectos positivos que quedaban por verse de la política fiscal expansiva, el Presidente cree que la confrontación comercial es una guerra fácil, rápida y segura.
Sostiene además que dicha disputa está de acuerdo en el interés financiero de los Estados Unidos.
Tras la andanada, China ha marcado la línea roja ante las nuevas demandas americanas, indicando que se trata ahora de los principios que rigen su política interior. No va a ceder en que su economía mantenga una amplia influencia estatal, así Estados Unidos lo perciba como distorsión de los mercados.
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Más allá de las disputas de propiedad intelectual o sobre la manipulación cambiaria; modificar las leyes chinas por dictamen americano parece imposible de someterse a la mesa de negociaciones. Pero el trasfondo menos ideológico y más pragmático es la disputa por quién ostenta el liderazgo mundial de la alta tecnología. Considerada prioridad estratégica por ambos países, la disputa alimenta la influencia de los halcones cuyas concepciones supremacistas coinciden con las visiones nacionalistas de la base electoral de Trump.
Las consecuencias iniciales por el aumento de los aranceles a 25% son un detrimento cercano a medio punto de crecimiento. Pero eso sería apenas la cuota inicial, pues esta segunda fase de la confrontación toma al crecimiento mundial muy debilitado tras el asalto del año pasado. Las consecuencias ya empiezan a verse. Los mercados financieros a través de sus fricciones no solo postrarán de nuevo la confianza sino que multiplicarán el daño económico de la disputa.
Algo que esta vez puede volverse una espiral más nociva. Siendo difícil de predecir una recesión, sin guerra comercial, las probabilidades han escalado para fines de 2019 y 2020.
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Sin embargo, lo más preocupante es que si en 2008 la deuda corporativa americana sumaba US$2,8 billones ahora llega a US$5,3 billones. Una cosa es pagarla gracias a las bajas tasas de interés y otra hacerlo en un muy negativo entorno económico o cuando tiene que refinanciarse un 35% en los próximos años.