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DANIEL NIÑO TARAZONA
Steve Jobs y la productividad en Colombia
Tras la empresa más valiosa en la historia de EE.UU. estuvo la convicción que crear valor surgía de cambiar lo que se hacía así porque siempre se había hecho así.
La transición al capitalismo en Colombia, con sus defectos, supera los experimentos del Socialismo del Siglo XXI. Principalmente porque desde que se inició el proceso de desregulación y promoción de la globalización en el mundo, los regímenes de Cuba y Venezuela, al coartar la libertad de empresa, la diversidad política y la eficiencia económica, exponen resultados peores que hablan por sí solos. Cuba, por ejemplo, desde 1970 presenta una caída de 58% de su ingreso por habitante frente a Colombia, y Venezuela una disminución de 20% desde que en 1999 asumió allí la presidencia el chavismo. ¡Vaya resultado! Desde el mismo año en que Colombia tocó fondo con la peor recesión de su historia.
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Las ideas de política económica en términos de maximizar el bienestar fracasaron en un país como Cuba y también en Venezuela. Para la historia resulta muy significativo que Venezuela tras el más prolongado ciclo de altos precios del petróleo de su historia, que resultó en un “trillonario” ingreso de dólares, hoy presente un nivel de pobreza superior al que había 18 años atrás, antes de la llegada del absolutismo chavista al poder.
Pero lo más triste de cara al futuro es que en esos países habrán nacido, pero no florecido, personas visionarias y emprendedoras como Steve Jobs. Se me ocurren como ejemplo las historias de Ismael Cala y de Ricardo Hausmann. Ambos referentes en sus campos pero que para alcanzar la cúspide de su potencial tuvieron que migrar y crecer profesionalmente en Estados Unidos.
Pero creer que definitivamente vamos mucho mejor aquí sería un monumental error y nos invita a la reflexión. La Cuba castrista y autárquica de hoy se parece al esquema productivo y de remuneración del trabajo que prevaleció en Colombia bajo el concepto de la hacienda colonial. Esta tradicional estructura económica consideró muchas veces perversa la libre empresa y la libertad económica, antagonizó con el despegue cafetero y creyó durante años que el desarrollo urbano e industrial eran una amenaza. Ello no solo incidió en forma decisiva en el estallido de la Guerra de los Mil Días, sino que fue el epicentro en la violencia partidista que precedió y explotó con el asesinato de Gaitán. ¡Vaya paradoja de la vida!
Un Steve Jobs emergiendo en el capitalismo colombiano, que preserva tantas raíces históricas, tendría también dificultades para alcanzar el éxito. ¿Cómo podría enfrentarse con su ingenio y visión disruptiva a una sociedad tan poco favorable al cambio, a experimentar y dejar de hacer siempre lo mismo?
¿Cuestionando el poder económico y centralizador del Estado, por el cual los negocios tienen baja probabilidad de éxito si no están financiados, contratados, protegidos o subsidiados por el gobierno?
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Cuando Jobs en su discurso de Stanford en 2005 dijo que “la muerte es probablemente la mejor invención de la vida. Es el agente de cambio de la vida, borra lo viejo para dar paso a lo nuevo” hablaba de un mantra que en su vida creyó conveniente también en los negocios. Sin movilidad empresarial la evolución corporativa, económica y social que él pudo hacer realidad de muy joven al fundar Apple y superar tecnológicamente el letargo monopolístico de Xerox e IBM, no se habría dado.
Numerosos estudios muestran cómo el Estado colombiano tiende a proteger a las empresas perdedoras cuando enfrentan competencia, asignando subsidios empresariales que no incentivan un aumento de su productividad, sino que responden a las presiones electorales. Ese fue, por ejemplo, el caso de las muchas versiones del programa Agro Ingreso Seguro.
La baja mortalidad empresarial también explica por qué Colombia ha tendido a crear menos nuevas empresas que otros países, generando pocas mejoras de productividad derivadas del surgimiento de nuevos negocios. Conclusión: pocas nuevas empresas sustituyen a las improductivas, gracias al Estado.
Otra factura histórica que tendría que enfrentar Jobs en Colombia, y explica también la baja productividad, es la poca construcción de capacidad inter-empresarial producto de la aversión al disenso. Aquella metáfora de las piedras que chocan entre sí y cuya fricción las pule y les da el brillo del que tanto gustaba Jobs para describir su trabajo en equipo, es la mayor exaltación a construir valor y competitividad desde la diferencia, la controversia, las opiniones o las creencias diferentes al interior de un grupo de personas. Como hizo Jobs con poetas, músicos y artistas, él habría sumado la inteligencia, creatividad e innovación de un tipo como Jaime Garzón en lugar de considerar que era necesario su exterminio.
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