Una educación integral para la sexualidad va mucho más allá de enseñar el funcionamiento biológico de los órganos genitales y las enfermedades de transmisión sexual. | Foto: Ben-Schonewille

EDUCACIÓN

Más que biología: cómo enseñar sexualidad en la escuela

Algunos docentes le han apostado a impartir esta cátedra con un enfoque novedoso y ajustado a la realidad colombiana. Pero esta sigue siendo la excepción y no la regla. ¿Por qué aún muchos colegios continúan enseñando esta asignatura de manera anticuada y poco efectiva?

10 de julio de 2019

¿Profe, tiene cauchitos?”, le dice un estudiante de bachillerato a Luis Miguel Bermúdez. Lo hace con naturalidad, como si le estuviera pidiendo condones a un amigo. Se nota que no es la primera vez. Bermúdez saca tres condones de un cajón y se los entrega. 

“Antes les dábamos solo uno, pensando en que alcanzara para todos. Pero no estábamos teniendo en cuenta que ellos tienen dinámicas distintas a las de un adulto. Ellos deben tener el preservativo a la mano, porque si se les presenta la oportunidad y no tienen, no van a salir corriendo a la farmacia por uno”, dice este profesor, quien admite necesitar unos 3.000 condones al año para repartir entre los alumnos.

Desde su oficina –una pequeña sala reservada para los maestros de Educación Sexual en el Gerardo Paredes, en Bogotá–, Bermúdez entrega preservativos y pruebas de embarazo donados por la fundación Oriéntame a los estudiantes que se los pidan. Sin hacer preguntas, sin juzgar. Solo anota su nombre en su bitácora. Así lleva una suerte de registro de cuántos de sus alumnos tienen una vida sexual activa, útil para mantenerse al tanto de ellos en el tema de salud reproductiva.

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Este “servicio”, como él lo llama, es solo una parte de su proyecto de educación sexual, por el que ganó casi todos los galardones con que sueña un docente en Colombia. Fue Gran Maestro del Premio Compartir 2017, y en 2018 formó parte de los diez finalistas en el Global Teacher Prize, la distinción más importante que puede recibir un profesor en el mundo. 

Para él, sin embargo, la mejor medida del éxito es eso que ve cada día en su oficina: que los estudiantes entran cada 15 minutos o menos a pedirle anticonceptivos, a buscar orientación sobre los problemas de su vida privada y a hablar de su sexualidad sin tapujos, sin importar si los escuchan sus compañeros de clase. 

Hace siete años Bermúdez implementó un currículo de educación sexual integral en el que habla sobre este tema con sus alumnos. Los pone a investigar sobre métodos anticonceptivos, a abrir un condón en clase, a que cuenten sus experiencias y dudas, y, sobre todo, a que identifiquen sus prejuicios culturales, se empoderen de su sexualidad y tomen decisiones basadas en sus derechos y en su proyecto de vida. De esta manera, logró erradicar los embarazos adolescentes en ese colegio, que solían ascender a más de 70 casos al año.

Su modelo pedagógico ha sido disruptor, pero no es necesariamente novedoso. Desde hace años el país viene hablando de educación sexual. La Ley General de Educación impuso en 1994 la obligatoriedad de enseñar una cátedra de educación sexual impartida de manera transversal en todas las asignaturas.

Sin embargo, pocos colegios han logrado hacer lo que hizo Bermúdez en el Gerardo Paredes. El embarazo adolescente ha caído constantemente desde 2012, pero las cifras siguen siendo altas. El año pasado, una de cada cinco madres gestantes en Colombia era menor de edad. 

Según la ‘Encuesta de comportamientos y factores de riesgo en niñas, niños y adolescentes escolarizados’, el 25,5 % de los menores de edad en Colombia había tenido relaciones sexuales. Aunque en estas preguntas siempre puede incidir la vergüenza social, tanto a admitir haber tenido relaciones como a aceptar lo contrario, eso significa que 17,3 % de las niñas activas sexualmente entre 10 y 19 años quedaron embarazadas y dieron a luz el año pasado.

El sondeo encontró que el 38,7 % de los niños y adolescentes había tenido relaciones sexuales sin hacer uso de ningún método anticonceptivo durante el último año de la medición, que fue 2016. A pesar de estas cifras, la mayoría de estudiantes dice conocer algún método de anticoncepción y haber recibido alguna clase o taller de educación sexual. Si los jóvenes tienen la información pero igualmente quedan embarazados, la pregunta es qué estamos haciendo mal. 

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Más allá de los genitales

Para los expertos, ese desfase sucede por una comprensión demasiado simplista de lo que significa la educación sexual. En la gran mayoría de colegios se aborda desde la biología: a partir de cómo funciona el aparato y el proceso reproductivo, y desde la prevención de embarazos y enfermedades de transmisión sexual.

Pero la sexualidad va mucho más allá de la parte reproductiva. Según un documento del Fondo de Población de las Naciones Unidas, “la educación para la sexualidad debe incluir la atención a los derechos humanos, el derecho a la autodeterminación, la igualdad entre los géneros y la aceptación de la diversidad”. Eso incluye el polémico enfoque de género, que consiste en abordar las construcciones sociales y culturales sobre lo que supone la masculinidad y la feminidad.

Investigaciones internacionales avaladas por la Unesco encontraron que este tipo de formación, y no la biologicista, sí tiene un fuerte impacto en la disminución de embarazos tempranos, enfermedades de transmisión sexual y en la violencia sexual.

Eso fue, justamente, lo que encontró el profe Bermúdez. “Descubrimos que si trabajamos las violencias de género, todo lo demás se resuelve por añadidura”. En la indagación sociológica de su tesis, Bermúdez encontró que las familias de la localidad donde se ubica el colegio siguen un círculo vicioso cultural. El único proyecto de vida válido para la mujer es ser madre.

Además, “como sus progenitores fueron padres adolescentes y las responsabilidades los superan, ponen en marcha unos procesos de adultizar lo más pronto posible a sus hijos. Hay una presión grande por que salgan rápido del colegio para que los varones trabajen y, si es mujer, que ayude en responsabilidades del hogar como cuidar a los hermanos o atender al papá”, explica Bermúdez. Eso genera más violencias porque choca con el mundo del adolescente, quien muchas veces prefiere independizarse. ¿Cómo? teniendo un hijo a temprana edad.

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Por otro lado, “a los niños se les incentiva a tener novia y relaciones sexuales pronto como prueba de su heterosexualidad”. Y a las niñas se les esconde todo tipo de información sobre la sexualidad puesto que ellas “no pueden empezar su vida sexual hasta el matrimonio”. Esa combinación de desconocimiento y presión social empuja a los jóvenes a tener relaciones irresponsablemente, sugiere Bermúdez.

Al atacar estas situaciones, consiguió reducir los embarazos tempranos; ayudó a los estudiantes a identificar los estereotipos de roles de género que traían de sus casas y a rechazar las violencias intrafamiliares. Gracias a una alianza con el Sena y las industrias de la zona, también enlazó la escuela con un proyecto de vida que revierta el círculo vicioso de su comunidad. No fue entregando condones nada más.

Poco interés, pocos resultados

En la academia hay consenso sobre la importancia de este enfoque integral para abordar la sexualidad. De hecho, el Ministerio de Educación (MEN) formuló el Programa de Educación Sexual y Construcción de Ciudadanía (Pescc) en 2008, con lineamientos claros de los componentes que debería comprender esta cátedra y que incluye esta perspectiva holística. Ocho años antes de las cartillas de educación sexual de Gina Parody, el MEN ya tenía directrices que promueven la enseñanza del enfoque de género.

Pero el Pescc poco se aplica en los colegios que tienen autonomía curricular para estructurar esta cátedra a su antojo. Una investigación de la Universidad de los Andes encontró que cinco años después de su creación, solo 17 % de las escuelas oficiales lo había implementado. Y en los últimos años esa cifra ha ido decreciendo. 

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Nosotros hemos encontrado que muy pocos colegios siquiera dicen tener un proyecto de educación sexual. Y una cosa es que digan que lo tienen y otra, que lo tengan y funcione”, cuenta Miguel Puentes, gerente de Educa, la línea de Profamilia dedicada a la enseñanza de derechos sexuales que ofrece talleres educativos a cientos de instituciones educativas en el territorio nacional.

Por otro lado, “como la responsabilidad de enseñar la cátedra de Educación Sexual es de todos los profesores, termina siendo responsabilidad de nadie. Al final, la abordan con talleres esporádicos una vez cada tanto”, señala Carlos Arturo Silva, profesor de Educación Sexual y director del grupo de investigación Sin Embarazos Adolescentes. 

Como explica Silva, esa modalidad no solo tiene un enfoque excesivamente médico de promoción de la prevención, sino que desconoce el desarrollo propio de cada joven. No todos los adolescentes inician relaciones al mismo tiempo, ni les surgen las mismas dudas en el mismo momento. Cuando el estudiante tiene la necesidad de preguntar, ya el tallerista no está en la escuela ni hay un profesor capacitado para responder. 

Eso los lleva a informarse con fuentes poco fiables. Según el Dane, el 32,9 % de los estudiantes colombianos recurre a la mamá cuando le surge una duda de sexualidad, el 18,7 % habla con sus amigos y el 23,6 % prefiere buscar información en la red.

En ese sentido, para orientar y brindar información clara y veraz sobre salud sexual y reproductiva, la alcaldía de Bogotá cuenta con una plataforma digital conocida como Sexperto.co. Este año, aseguran que lograron una reducción histórica en nacimientos en adolescentes. Mientras que en 2015 nacieron 15.746 niños de madres que tenían entre 10 y 19 años de edad, en 2018 la cifra bajó a 10.949 casos.

“Son cerca de 5.000 nacimientos menos en jóvenes menores de 19 años. Queremos que desarrollen todo su potencial y sus proyectos de vida antes de tomar la decisión de ser madres, porque esto debe ser una elección responsable”, afirmó el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa. 

Profesores, el reto más grande

Enseñar a los alumnos sobre su sexualidad es la parte fácil; lo más complejo es educar a los adultos. Cuando Luis Miguel Bermúdez quedó nominado al Global Teacher Prize, adquirió de repente una notoriedad gigante. Los medios lo buscaban para hacerle entrevistas y sus colegas profesores querían entrar a sus clases a ver por qué era tan revolucionario. 

Ahí fue Troya. “Se escandalizaron cuando abordaba temas como la interrupción voluntaria del embarazo y el derecho a planificar. Querían sacarlos del currículo. Incluso dijeron que estaba promoviendo la homosexualidad, la promiscuidad y la muerte”, cuenta Bermúdez, quien asegura que algunas profesoras hasta sacaron espacio de su clase de Matemáticas para proyectar videos de abortos con fetos descuartizados.

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Él trata de entenderlos. El docente colombiano tiene una edad promedio de 47,4 años. Con toda seguridad, casi ninguno recibió clase de educación sexual integral. La mayoría aprendió con la cátedra de Comportamiento y Salud, creada en 1974, que promovía la abstinencia de la actividad sexual hasta el matrimonio y tenía un evidente sesgo religioso. 

El del Gerardo Paredes no es un caso aislado. “Hemos tenido profesores líderes que se apersonan de las estrategias de educación sexual. Pero luego comienzan a recibir bullying de sus pares. Y si el rector, que es el que lleva las riendas, no está convencido del tema, no va a funcionar”, agrega Puentes. 

Generalmente, las jornadas de sensibilización funcionan, pues cuando los maestros entienden la importancia de este tema son más receptivos. Pero todavía hay muchos prejuicios sociales. El escándalo de las cartillas de educación sexual de 2016 “solo ha empeorado las cosas”, asegura.

Al final, la educación sexual integral debe ser una tarea de toda la comunidad educativa. Los estudiantes tienen que recibirla, claro, pero también los padres y los profesores, para que dejen de reproducir los estereotipos de género en las clases y en los hogares.