EDUCACIÓN

Dos defensas de la inutilidad de la literatura

¿Para qué sirve la literatura en las aulas? Dos libros de ensayo y dos protagonistas del medio educativo y literario colombiano dialogan en torno a esa pregunta. La importancia de los textos académicos será uno de los temas a tratar en la Cumbre Líderes por la Educación.

14 de agosto de 2018
Una especie de disección literaria, que, al igual que una disección anatómica, se detiene en los elementos y su función, pero pasa por alto aquello que los llena de vida.

En la pasada edición de la FilBo, la editorial colombiana Luna Libros presentó entre sus novedades Hacia una literatura sin adjetivos, de la argentina María Teresa Andruetto. Esta selección de conferencias, dictadas a lo largo de dos décadas, reúne emotivos textos alrededor de la experiencia de leer y escribir, reflexiones sobre los cánones literarios y, en especial, una defensa del valor de la literatura en sí misma, al margen de su “utilidad”.

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La ganadora del Premio Hans Christian Andersen ha dedicado buena parte de su trayectoria a la literatura infantil y juvenil (LIJ). No solo ha escrito libros que las editoriales publican bajo ese rótulo, sino que ha cuestionado repetidas ocasiones la existencia del rótulo mismo y la forma en que el mercado estudiantil condiciona la oferta, muchas veces en función de los planes de lectura y de lo que, a partir de los objetivos pedagógicos y de ciertas perspectivas morales, se entiende desde la escuela por literatura. “Las expresiones ‘literatura infantil’ y, más aún, ‘literatura juvenil’ están cargadas de intenciones y son portadoras de valores, y la cuestión de ‘los valores’ se ha convertido así en un pingüe recurso de venta de libros infantiles, no siempre de libros de calidad, orientados hacia la escuela”, escribe Andruetto.

Respecto a esa domesticación literaria, Yolanda Reyes, una de las más reconocidas escritoras y editoras colombianas de literatura para niños, afirma: “Estoy de acuerdo con Andruetto en que la presión del mercado -y no solo en la literatura para niños- puede incidir sobre lo que muchos autores y editoriales suponen que puede ‘funcionar’ o tener éxito. En el caso de la  literatura para niños y jóvenes, a todas esas presiones de las modas y de la publicidad se suman las expectativas de la escuela, y muchos libros intentan satisfacer demandas didácticas, como si la literatura pudiera estar al servicio de la moraleja, de la ideología o de la autoayuda. Hay una especie de ‘mercadeo pedagógico’ que pide temas específicos (tolerancia, ecología, anorexia…) y, por supuesto, no basta con abordar un ‘tema juvenil’ para hacer literatura”.

Reyes analiza el complejo rol que en esa dinámica tienen los mediadores. “Ese que decide, en la escuela, qué leerán sus alumnos puede tener intereses más del lado de lo didáctico o más del literario y, aunque hay excelentes mediadores (maestros, bibliotecarios, padres) que eligen con sensibilidad y conocimiento, hay otros que se quedan con lo que Andruetto llama ‘política o escolarmente correcto’. Y, como la decisión de un profesor se refleja en algo llamado ‘la prescripción escolar‘, ahí hay un riesgo de confundir la experiencia literaria con los libros de autoayuda. Hay autores y editores que escriben guiñándole el ojo a estos mediadores, y eso es peligroso. Por supuesto que hay algunos muy buenos, pero la presión del sistema es fuerte y tiene gran alcance”.

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Uno de esos mediadores, Santiago Vásquez, docente y coordinador de Español y Literatura en el Colegio Los Nogales, subraya la autonomía con la que cada entidad educativa, y en particular cada maestro, cuenta al momento de diseñar su plan de lectura. Vásquez asume la responsabilidad que para él como docente implica esa mediación. “En mi caso, hay dos propósitos que persigo al escoger los libros que vamos a leer: por un lado, desarrollar habilidades de comprensión de lectura, análisis e interpretación. Esto solo lo aplicamos para estudiantes desde séptimo grado, y en especial de noveno en adelante; antes de eso, buscamos que los niños se acerquen a la narrativa y a la poesía desde el goce y la curiosidad desprevenida. Sin embargo, mi propósito principal no es desarrollar habilidades para ‘leer mejor’. Yo soy literato y me interesa la literatura como cuestionamiento de lo que significa ser humano. Ese es el segundo propósito que orienta los libros que selecciono y el modo de acercarme a ellos en el aula: que los jóvenes se cuestionen sobre quiénes son. En ello no hay una utilidad práctica directa, pero sí un enriquecimiento. El goce junto a la reflexión”.

A partir de esos criterios, Vásquez menciona algunas de las selecciones mejor acogidas entre sus estudiantes. “Hay un texto que lleva años funcionando muy bien con los alumnos de décimo y undécimo: La ciudad y los perros, de Vargas Llosa. Ese libro nos permite cumplir con ambos propósitos: la complejidad exige interpretación y análisis; mientras la narración interpela a los jóvenes sobre la identidad latinoamericana, la clase, el género, las concepciones de masculinidad y feminidad del siglo XX. Entre los colombianos, la lectura de novelas como Los ejércitos, de Evelio Rosero, y La luz difícil, de Tomás González, busca conectar a los estudiantes con preguntas sobre la existencia, la vida, la muerte y el contexto nacional. Este año tomamos la decisión de incluir ¡Que viva la música!, de Andrés Caicedo. Queremos salir del canon tradicional, ofrecer nuevos referentes; esa tradición urbana de Cali en el siglo XX habla muy de cerca a los estudiantes: música, fiesta, relaciones personales”.

En la misma línea de los argumentos de Andruetto, el italiano Nuccio Ordine dedica su manifiesto La utilidad de lo inútil a repasar las páginas de autores clásicos de la literatura y la filosofía, para hacer eco de sus voces defendiendo aquello que está lejos de reportar beneficios inmediatos –en contraposición al pragmatismo de los currículos de escuelas y universidades–. Su libro es a la vez una aguda relectura, una invitación a volver a visitar los clásicos y una reivindicación de la palabra, valiosa por sí misma. En el apartado “La desaparición programada de los clásicos”, Ordine apunta sus dardos hacia una práctica que ha alcanzado gran popularidad en los currículos de español y literatura: el uso de versiones resumidas, desglosadas y comentadas de grandes obras literarias.

“Los estudiantes pasan largos años en las aulas de un instituto o de un centro universitario sin leer nunca íntegros los grandes clásicos de la cultura occidental. Se nutren sobre todo de sinopsis, antologías, manuales, guías, resúmenes, instrumentos exegéticos y didácticos de todo tipo”, escribe Ordine.

Una especie de disección literaria, que, al igual que una disección anatómica, se detiene en los elementos y su función, pero pasa por alto aquello que los llena de vida. Yolanda Reyes está de acuerdo con Ordine en el valor esencial de leer los clásicos de primera mano: “Yo no creo que los clásicos deban ser adaptados. Al pasarlos por un cedazo, queda la idea o el argumento, pero se pierde esa forma particular de sentir y de pensar que el escritor dejó labrada en su lengua: su tiempo, su historia; la música de su voz, que es también la música de su época”. Al respecto, el profesor Vásquez afirma: “En Los Nogales leemos los clásicos completos: El Quijote, El Cid, El Lazarillo de Tormes… No usamos esos resúmenes. Sé que, desafortunadamente, eso no sucede en todas las instituciones. Como docente, mi función es lograr que esos clásicos lleguen a mis estudiantes. Llegar a estos textos requiere un proceso: si no hay una preparación y una formación lectora no es posible que los estudiantes desarrollen una conexión con estos libros”.

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Es un largo proceso de formación que difícilmente podría medirse en términos de costo y beneficio. Al margen de las complejas dinámicas del mercado editorial, al final de la cadena están los protagonistas, los niños, los lectores. El profesor Vásquez fue uno de esos niños: “En mi infancia, en Barrancabermeja, yo estudié en un colegio que no tenía las mismas características de este en el que trabajo ahora. El acercamiento no era el que más me gustaba ni me conectaba, mis clases de Literatura fueron con esos libros resumidos. Fue en los talleres de Relata donde accedí directamente a los libros, ahí nació mi pasión por la litera- tura”. Ahora, desde el lugar del mediador, busca transmitir a una nueva generación lo que él no encontró en el aula, pero que tuvo la fortuna de hallar en otros espacios. Lecturas que le permitieron descubrir por sí mismo que, en muchos escenarios, lo bueno es mejor que lo útil.

Este será uno de los temas a tratar en la Cumbre Líderes por la Educación 2018, el evento más esperado del sector. Se llevará a cabo en Bogotá el próximo 19 y 20 de septiembre.

El artículo hace parte de la edición 34 de la revista Semana Educación. Si quiere informarse sobre lo que pasa en educación en el país y en el exterior, suscríbase ya llamando a los teléfonos (1) 607 3010 en Bogotá o en la línea gratuita ?018000-911100.

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