CRÓNICA
El hombre que recorre Latinoamérica en busca de la mejor escuela
Bruno Iriarte emprendió una travesía desde México hasta Argentina a bordo de una vieja camioneta Volkswagen para conocer las mejores experiencias en educación del continente. Esta es su historia.
Como si se tratara de un viaje mochilero, casi al estilo del Che Guevara, Bruno Iriarte decidió salir al ruedo por las carreteras del continente, de pueblo en pueblo, a bordo de una vieja camioneta Volkswagen. Lo que motivó a este aventurero a emprender este viaje era el sueño de conocer métodos alternativos de educación en el continente latinoamericano.
Llamó a su proyecto la Kombi Cholulteca para homenajear al vehículo que lo transporta. La kombi, como comúnmente se llama en Argentina a estas vans Volkswagen tipo hippie fue rescatada de una chatarrería. Ahora es azul celeste y blanca, con el característico dibujo del sol de la bandera gaucha en el costado. “Muchos sueñan con armar una kombi y viajar. Es un lindo y largo reto, plagado de inesperadas y desafiantes dificultades”, asegura Bruno.
Bruno es argentino, entusiasta, amable y paciente. Mueve las manos de un lado a otro para enfatizar lo que dice. No se le ve cansado a pesar de los 4.000 kilómetros que lleva recorridos desde México a Bogotá y no parece agoviado por los otros 4.000 que todavía le faltan hasta alcanzar su páis de origen. Antes de iniciar esta travesía, se desempeñaba como docente en Argentina y llegó México con la misión de seguir enseñando. Sin embargo, mientras trabajaba en diferentes escuelas se dio cuenta de que algo le faltaba a él y a los estudiantes con los que tenía contacto. Renunció a su trabajo y comenzó de manera independiente a investigar sobre metodologías de educación innovadoras.
Este contacto con los diversos formatos de aprendizaje en el mundo lo condujo a tomar la determinación de lanzarse a la aventura y conocer más sobre las escuelas del continente que enseñan de manera alternativa y representan una revolución frente a los sistemas tradicionales.
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- En realidad, solo quería volver a casa desde México, dice entre risas.
Para el joven de 32 años, América Latina, a pesar de ser un continente tan grande y vasto, tiene muchas similitudes en sus tradiciones educativas. Ha pasado por los pueblos más pintorescos de Nicaragua, la isla Antigua y Barbuda, Costa Rica y Panamá. “Comencé en la frontera con Estados Unidos en junio de 2016 y he ido a colegios controlados por diferentes gobiernos, ministerios, de todo; pero la gente está haciendo cosas muy distintas en educación por su cuenta y de manera independiente, sin ningún apoyo”, cuenta.
A Bruno no le aterra quedarse varado. Tampoco le preocupa trasitar por una u otra ruta. Lo más importante, asegura, es aprender. “No sé a dónde me llevará este viaje, pero mi intención al terminarlo es hacer un libro y un documental contando este recorrido y lo que hemos aprendido”, cuenta. A medida que recorre las carreteras, su libro y documental también avanzan: tal y como va marcando el mapa de su viaje, también lo hace en las páginas de su diario.
A lo largo de su viaje, se ha topado con diferentes comunidades rurales aisladas y centros urbanos que desafían las convenciones y educan a los más pequeños de acuerdo con su contexto. Unos cantan rap, otros pintan graffiti y otros siembran huertas.
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Asegura que no hay una sola manera de enseñar. Para él, los modelos educativos públicos están a punto de caducar y deben transformarse. “En 200 años la sociedad ha cambiado, pero la educación sigue siendo la misma que en el siglo XIX. Creo que estamos en una especie de crisis”.
Cuando pasó por Guanajuato, en México, encontró una escuelita que no tenía horarios ni materias fijas, los estudiantes aprendían por medio de su curiosidad. “Un día, los menores querían hacer una tarabita, pero no sabían cómo hacerla. A partir de esa propuesta, a los niños se les enseñó cómo calcular la distancia entre los árboles y los metros de soga que requería armarla”, cuenta. Resulta entonces que las materias tradicionales, como las Matemáticas, están aplicadas a una experiencia directa a partir de juegos que obliga a los niños y adolescentes a hacer cálculos, en vez de aprender complejas fórmulas en el tablero de clases.
En Guatemala, en la población de Jocotenango, cantó hip hop y bailó freestyle mientras los niños aprendían Matemáticas. “Los maestros no eran grandes catedráticos, se criaron al pulso del barrio”, relata. Se trataba de una escuela de educación popular donde se aprende a partir del arte urbano y la relación entre el alumno y el maestro se potencia al máximo.
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“Las escuelas que visitamos en América Latina tienen pedagogía libre experimental y los chicos desarrollan su propio aprendizaje", señala. Admite que en las instituciones alternativas no se imparten todos los contenidos que se ven en las tradicionales. Sin embargo, se pregunta si realmente es necesario para el desarrollo de un niño acceder a un conocimiento tan exhaustivo que quizá nunca vaya a poner en práctica. "La sociedad avanza mucho más rápido que la escuela, por eso es necesario que se reconozcan y se valoren los proyectos alternativos para introducir una transformación en las aulas".
No obstante, este argentino, oriundo de Salta,y graduado en Relaciones Internacionales de la Universidad Católica Argentina piensa que la educación alternativa no siempre es una opción, sobretodo para la gente con menos recursos. En algunos estados si los hijos no acuden a escuelas reconocidas por el estado, luego no pueden acceder a la universidad.
Por cada país que va pasando, dibuja su bandera en la kombi. En Colombia llegó ya con un conocimiento previo de lo que se estaba haciendo en materia de educación alternativa. Pero el tema de la paz y el contexto era lo que más le llamaba la atención. Alcanzó primero Cartagena, proveniente de Manzanillo, Panamá. Se demoró 14 días por problemas de aduanas. “El puerto de Cartagena tiene el nivel más alto de burocracia que hayamos conocido. Nos pidieron papeles por cada movimiento que hicimos en la zona del mismo, y nos cobraron cada movimiento a un precio irrisorio, siempre amparados en el monopolio producto de la ausencia de carreteras entre Panamá y Colombia o de algún otro medio de transporte”, relató en un post de su página de Facebook.
Luego estuvo en Medellín y ahora se quedará unos días en Bogotá. Los días lluviosos no han sido impedimento para que se reuna con diferentes actores de la educación en el país. Ha estado en colegios de la sabana, con representantes del gobierno y mientras tanto, la kombi reposa en casa de unos amigos, cuenta.
Dice que prefiere dejarla parqueada porque moverse en la capital en carro es casi imposible. De hecho, aprendió a moverse en Transmilenio. Se ríe, pero reitera que ni a él y ni a su kombi les gustan las destartaladas calles de la capital.
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Los paisajes que han pasado por su retina han sido innumerables, muchos indescriptibles. Su próximo destino es Ecuador, pero ha intentado prolongar su estadía en Colombia lo máximo posible. Dice que la hospitalidad local ha sido una grata sorpresa. Sin embargo, su verdadera casa es la que tiene ruedas y en la que canta a viva voz ‘Capullito de alelí‘ de Caetano Veloso: la Kombi Cholulteca. Esa con la que todavía le falta recorrer 4.000 kilómetros y con la que busca iniciar el debate sobre la pertinencia de la educación para los jóvenes del mañana.