OPINIÓN

La deuda social con los docentes

El incremento salarial que decretó el gobierno nacional es una excelente noticia para los docentes y para la educación del país. Sin embargo, todavía son muchos los retos para que esta profesión tenga reconocimiento

Julián de Zubiría Samper*
1 de febrero de 2016
| Foto: Archivo Semana.

En Colombia hay dos sistemas laborales para los docentes públicos: uno para los que ingresaron antes del 2002 y otro para los que lo hicieron a partir de dicho año. De esta manera, un docente oficial que haya ingresado al magisterio antes del año 2002 estaría culminando su vida laboral con un salario que no superará en ningún caso los $2.700.000.

Para quienes ingresaron después del año 2002 la situación es similar, aunque mejora si poseen un título de maestría, y mucho más si tienen un doctorado. Así, un docente con maestría cobra un sueldo cercano a los $1.600.000. Estos salarios no pueden ser los que ganan los docentes en un país que pretende ser el más educado de América Latina en el año 2025.

En consecuencia, el incremento salarial adicional anunciado por la Ministra de Educación y el Presidente Juan Manuel Santos para los 330.000 docentes públicos a partir de este mismo mes es una excelente noticia. El aumento decretado es superior en tan sólo cuatro puntos al de los demás empleados oficiales, pero hay que reconocer el esfuerzo que hay que hacer para realizar un incremento especial para una población tan amplia, amén del que habrá que hacer para cumplir con los nuevos incrementos proyectados para los años 2017 a 2019. En total, la nivelación salarial acordada para este periodo fue de doce puntos porcentuales en términos reales. De ellos, ya se han entregado cuatro y quedan pendientes ocho.

Todos los países que alcanzan resultados muy altos en las pruebas internacionales pagan a sus maestros salarios muy superiores a los que reciben en Colombia. También la mayoría de países de América Latina que le están apostando a mejorar su educación, como Chile, Brasil, Ecuador o Perú, entre otros, están haciendo grandes esfuerzos para mejorar las condiciones laborales de sus docentes.

Recientemente, un profundo estudio de la Fundación Compartir concluyó que en Colombia los salarios de los docentes son un 18 % inferiores a los de los demás profesionales vinculados al Estado, con los mismos años de formación y experiencia. Por lo tanto, con el incremento acordado hasta el año 2019, los salarios de los docentes se acercarían a los que gana el resto de los profesionales públicos.

FECODE y el Ministerio desaprovecharon el año pasado una oportunidad de oro para mejorar los sistemas de evaluación de los profesores públicos. En ese terreno, perdimos el año. Pese a ello, se espera que este incremento atraiga al magisterio a los jóvenes más talentosos y apasionados, porque la realidad es que los mejores egresados de la educación media no se sienten atraídos por la docencia.

Los docentes carecen del tiempo necesario para preparar sus clases, profundizar, leer, evaluar o impulsar el desarrollo integral de sus estudiantes. Hay que entender que la docencia es una profesión desgastante a nivel emocional, que requiere enorme paciencia, formación, compromiso, pasión y responsabilidad.

Un docente con pocos años de experiencia debe dedicar tres horas a la preparación de una sola hora de clase. Por lo tanto, ¿cuánto tiempo demanda preparar a conciencia 22 horas de clase a la semana en un solo colegio? ¿Cuánta formación, empatía y calidad humana requiere un docente para apasionar a sus estudiantes por medio del conocimiento y llevarlos a mayores niveles de autonomía, pensamiento y comprensión? ¿Cuánta pasión y compromiso requiere un docente para trabajar simultáneamente con cuarenta niños que quieren hablar al tiempo y para lograr mantener en ellos el interés, cualificar sus competencias comunicativas y formarlos como mejores ciudadanos?

En el mismo orden de ideas, sigue siendo necesario seguir mejorando la imagen pública de los educadores, reconocer el enorme esfuerzo y la dedicación con la que trabajan en condiciones por lo general muy precarias y estimular significativamente a los mejores de cada institución educativa, cada municipio y cada entidad territorial. Así mismo, es indispensable premiar social y económicamente a las instituciones que más están avanzando en la calidad de la educación que brindan.

Todos recordamos a ese profesor que cambió nuestro proyecto de vida. Ese docente que nos enseñó a pensar, a conocernos y a leer y escribir en profundidad. Ahora necesitamos que no sólo sea uno, sino que sean miles los maestros que recuerden sus estudiantes cuando les pregunten quien impactó su vidas positivamente.

Es el momento que la sociedad y el gobierno comprendan que la educación de un país llega hasta donde llegan sus educadores. Es por ello que tenemos que garantizar que la formación de los nuevos docentes efectivamente les permita alcanzar el desarrollo de las competencias que luego necesitamos que tenga cada uno de los estudiantes del país. No hay que olvidar que “nadie da de lo que no tiene”. Esta nueva tarea demandará mayores esfuerzos en ideas, creatividad, reflexión pedagógica e innovación.

*Fundador y director del Instituto Alberto Merani. El autor también es consultor de Naciones Unidas en educación para el país