JULIÁN DE ZUBIRÍA SAMPER
El mundo, ¿está mejorando o empeorando?
El pedagogo Julián De Zubiría sintetiza los textos de dos grandes pensadores en el mundo: Steven Pinker y Johan Norberg. Ambos muestran los notables avances de la humanidad en el último siglo. La pregunta es qué lo hizo posible y qué nos queda pendiente.
Steven Pinker y Johan Norberg son dos de los más destacados investigadores en el mundo. Pinker es un reconocido psicólogo cognitivo canadiense, profesor de Harvard y especializado en la naturaleza del lenguaje; al tiempo que Norberg, quien vive en Suecia, es escritor, profesor y cineasta. En estas notas intentaré sintetizar el último libro de cada uno. Ambos, a su manera, abordan la pregunta que da origen al título de esta columna.
El avance de la humanidad en los dos últimos siglos es asombroso en la mayoría de terrenos. En 1820 el 90% de la población del mundo era analfabeta; hoy, tan solo el 10%. En 1820, el 90% de la población era pobre (vivía con menos de 2 dólares constantes al día). Según las cifras del Banco Mundial, hoy el 11% vive en pobreza extrema. Quien no lee está condenado a la pobreza y la marginalidad; queda forzado a aprehender por su propia experiencia y ve restringido su pensamiento y su comunicación. Es por ello que lo que pasó en la educación en los dos últimos siglos, podría ser uno de los cambios más grandes realizados hasta el momento en la historia humana.
Para leer: https://www.semana.com/educacion/articulo/los-analfabetas-de-ayer-de-hoy/404458-3
Así mismo, lo que sucedió con la producción era impensable dos siglos atrás. El clérigo Thomas Malthus se hizo muy famoso desde comienzos del siglo XIX cuando formuló su teoría según la cual, serían inevitables las hambrunas en la humanidad, ya que la población crecería a una tasa geométrica, mientras que la producción lo haría a una aritmética. Sucedió exactamente lo contrario: cada vez la población viene creciendo a un ritmo menor, en tanto la producción lo hace a uno cada vez más alto. El gigantesco crecimiento de la producción mundial fue posible gracias a la tecnología agrícola y los fertilizantes. Por eso la población que padece desnutrición ha bajado sensiblemente. En 1947 era del 50%; hoy es del 11%. Los países más ricos del mundo–dice Norberg-, tenían en 1820 un PIB per cápita similar al que tiene Mozambique en la actualidad.
Con la esperanza de vida pasa algo también asombroso. Aunque todos sabemos que ha aumentado, no somos conscientes en qué magnitud. La esperanza de vida era de 32 años en 1870; hoy es de 76. ¿Qué lo hizo posible? Esencialmente la disminución de la mortalidad infantil. En India, por ejemplo, en 1800 la mitad de los niños morían antes de cumplir 5 años. La situación en Suecia no era mejor, ya que moría el 38% de los niños, al tiempo que en Estados Unidos el 45% no llegaba a cumplir los 5 años de edad. El índice de mortalidad infantil en la actualidad, es una fracción de un punto porcentual ¿Por qué pudimos lograr una disminución tan significativa? Por los notables avances en la higiene, la salubridad, la medicina y la alimentación.
Sin embargo, el dato más sorprendente de todos los que nos traen estos investigadores se refiere a la violencia. Contrario a lo que podríamos pensar intuitivamente, al comparar los datos del siglo XIV con los actuales, la conclusión es que el número de homicidios por cada 100.000 habitantes es hoy en día, diez veces inferior. También han bajado de manera significativa los accidentes laborales, la pena de muerte, los accidentes de tránsito y los de aviación. La conclusión resulta asombrosa: el siglo XX ha sido el más pacífico en la historia humana, al tiempo que para ver el periodo más violento hay que remontarse a los cazadores y recolectores primitivos.
Si los avances son tan sensibles en paz, derechos, producción y educación, ¿por qué entonces tendemos a pensar que estamos retrocediendo? Esa es una pregunta propia de la psicología cognitiva. ¿Qué explica nuestras equivocadas representaciones mentales? Tres factores son esenciales a tener en cuenta.
Primero. Sufrimos de miopía histórica y tendemos a recordar principalmente lo más reciente. Si tratamos de rememorar hechos violentos, se nos vienen a la mente las últimas imágenes que hemos guardado. Esto pasa porque -como han demostrado varios psicólogos cognitivos-, vemos la realidad con nuestros lentes actuales. En un terreno más cotidiano: si nos piden elegir el mejor futbolista de todos los tiempos, lo más probable es que Messi gane la votación. Sería casi imposible que fueran elegidos Garrincha, Maradona o Pelé: la mayoría de los votantes ni siquiera los vio jugar.
Segundo. Los medios masivos de comunicación no paran de hablar de violencia, caos, terrorismo y crisis. La salud y la paz, no suelen ser noticia. Por ello, los medios nos llevan a sobredimensionar la violencia y los problemas actuales. Es lo que han dado en llamar “amarillismo”, una estrategia truculenta que eleva los ratings en la divulgación de las noticias. Si adicionalmente tenemos en cuenta que hoy somos casi 7.300 millones de personas, es fácil que nos equivoquemos en la percepción.
Tercero. Las redes han cambiado nuestra percepción del mundo. Han impuesto un predominio de lo audiovisual, una obsesión por lo inmediato y han sobredimensionado lo superficial, en detrimento de lo profundo, lo reflexivo y lo estructurado. Nos volvieron fácil presa de la manipulación. El miedo, como sabían nuestros padres, conduce a la obediencia. Antes, ellos nos amenazaban con el coco. El resultado era claro: los niños obedecían. Hoy, los populistas de derecha en América Latina asustan al electorado con Venezuela. La estrategia les permite manipular al electorado y les está dando resultado, porque han venido tomando fuerza en Colombia, Argentina, Brasil y hasta en Estados Unidos. Pero los populistas de izquierda hacen algo análogo y tratan de mostrar un sistema capitalista en decadencia y a punto de colapsar. Por esta razón no pueden reconocer los notables avances que nos deja el siglo XX para la humanidad y, efectivamente, han tomado medidas que a mediano plazo han conducido a verdaderos desastres económicos y sociales como los sucedidos en Venezuela y Nicaragua.
¿Qué hizo posible estos avances tan destacados en el mundo a nivel de la vida, la paz, los derechos y la producción? Esencialmente tres cosas: la ciencia, la educación y la justicia.
La ciencia es la generadora de conocimiento. Sin ella sería imposible entender la revolución agrícola, la tecnológica, los avances en las comunicaciones, la salud, las vacunas, los antibióticos, la medicina, la planificación familiar y el control de enfermedades, entre otros.
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También los avances fueron posibles por los niveles educativos alcanzados por la población. Sin ellos, no hubieran mejorado la ciencia, la tecnología y la convivencia. Las luchas en el siglo XX en defensa de los derechos de las mujeres, los homosexuales o los negros, sólo fueron posibles, gracias a que una población cada vez más amplia adquiría mayor y mejor educación. La educación enseña a pensar, a superar prejuicios, defender derechos y cualificar la convivencia.
Por su parte, la justicia garantizó los derechos, limitó los homicidios, la pena de muerte y las torturas y salió en defensa de las poblaciones vulneradas y marginadas.
Quedan mil problemas por resolver en el mundo. Hoy los niños van a la escuela, pero todavía la mayoría de las cosas que se les enseñan, son impertinentes y descontextualizadas. Es cierto que ha avanzado la producción, pero los ritmos son muy desiguales en el mundo y todavía los problemas de hambre y desnutrición cubren una parte importante de la población, particularmente en el continente africano. No hay duda que el PIB per cápita se disparó en el mundo, pero los promedios siempre esconden la realidad, porque, aunque tenemos más productos, no los tenemos mejor distribuidos que antes. En muchas regiones la desigualdad es hoy mayor que ayer. Por lo tanto, hay más riqueza, pero esta cada vez está más concentrada. Miles de recursos siguen destinados a la industria de la guerra y se le quitan a la salud y la educación de los niños. Los miembros de las familias de todo el mundo hablan menos entre sí; los hijos tienen menos apoyo de sus madres y la soledad y la tristeza son enfermedades nuevas y crecientes para la humanidad; y aunque sean muy difíciles de cuantificar, lo más probable es que estén aumentando a ritmos preocupantes. Basta ver una reunión familiar frente al televisor o en la que cada uno está chateando en un lugar distante de la casa. Hablamos con los que están distantes, al tiempo que no vemos, ni sentimos, ni conversamos con quien está al lado nuestro ¡Vaya ironía de la historia!
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Para terminar, unas palabras de la escritora estadounidense Helen Keller, importante activista de los derechos de la mujer: “El optimismo es la fe que conduce al éxito. Nada puede hacerse sin esperanza y confianza.” Los avances alcanzados en el siglo XX nos ratifican el optimismo en la humanidad y el papel central de la ciencia y la educación en la humanización. Pero la corrupción, los elevados niveles de inequidad y la frecuente manipulación de una clase política hábil para llenar de miedo a la población y para destruir la confianza en los otros, nos deberían mostrar lo lejos que podríamos llegar si por fin asumimos el compromiso como sociedad de mejorar la calidad de la educación y fortalecer la ciencia y la justicia en nuestro país.
(*) Director del Instituto Alberto Merani y Consultor en educación (@juliandezubiria).