NACIÓN
Embarazo adolescente: el fracaso de la educación sexual
En Colombia, 6.500 niñas menores de 14 se quedan embarazadas cada año. Sin embargo, todavía hay sectores que debaten la pertinencia de brindar formación sexual en las escuelas.
Entró a la oficina de la orientadora con la cabeza agachada y las manos pegadas al cuerpo. Saludó como pidiendo perdón al mundo y se sentó. La entrevista se acabó más pronto de lo esperado: Diana*, de 16 años, comenzó a llorar. “Esta situación es demasiado dura”, dijo entre sollozos cuando le tocó hablar de su bebé de año y medio.
Ella es uno de los miles de casos de menores embarazadas que se reportan cada año en el país. Solo en Bogotá, la Secretaría Distrital de Educación (SED) contabilizó el año pasado 2.000 niñas en estado de gestación que asistían a instituciones de educación oficial. El Ministerio de Educación (MEN) estima que en el conjunto del territorio se producen 150.000 nacimientos anuales en madres entre los 15 y los 19 años y 6.500 nacimientos en niñas menores de 14.
“En mi casa no se habla de eso. Yo había escuchado que tener relaciones sexuales dolía, pero no sabía que así se hacían los bebés. Para mí era recocha y juego”, explica Diana sin dejar de llorar. La niña se enteró que esperaba un hijo tras realizarse una radiografía pélvica aquejada de dolores en la cadera. “Después busqué información en internet sobre los embarazos y el sexo porque nadie me hablaba de eso. Si hubiera sabido antes, no estaría en esta situación”.
El tema de las relaciones sexuales se maneja en muchos hogares como algo prohibitivo, señala Jenny Gaona, orientadora distrital. Este silencio informativo “imposibilita que los menores desarrollen una conciencia sobre los riesgos de mantener relaciones sexuales sin protección”, continúa. El colegio se convierte entonces en una de las pocas fuentes de información al respecto.
"Para prevenir hay que conocer"
Diego Carreño es orientador en un colegio distrital al sur de Bogotá. Ahí imparte talleres a niños de entre 14 y 17 años de estratos 1 y 2 a los que inculca nociones sobre educación sexual. “La sexualidad es una parte de la condición humana. Tiene que ver con el conocimiento de uno mismo y de los demás, y se debe hacer un uso responsable de ella. Va más allá de los embarazos, los genitales y las infecciones”, les dice a los 40 jóvenes reunidos en el aula, muchos de ellos con las manos levantadas para intervenir y hacer preguntas.
Una de las grandes críticas que hacen expertos como Carreño a la estrategia de educación sexual que impera en el país desde la Ley General de Educación de 1993 es exactamente esa: que se reduce a la planificación familiar, enfermedades de transmisión sexual y embarazo, pero no se contextualiza ninguno de esos conceptos a la realidad de los jóvenes ni se adecua el mensaje a las diferentes franjas de edad de los menores. Señalan también que se empieza a educar demasiado tarde en estas cuestiones: "estamos perdiendo un tiempo muy valioso para proteger a nuestros niños y empoderarles en el conocimiento de sus derechos humanos".
“El embarazo, por ejemplo, es mucho más complejo. Tiene que ver con la cultura y la situación familiar de los menores. No es una cuestión de ponerse el condón y ya, todo se soluciona. Lleva mucho más implícito, hay unos motivantes, y eso hay que contarlo, pero no se hace”, asegura una fuente de la SED que prefirió que su nombre se protegiese.
Historia de una educación sexual insuficiente
La Ley General de Educación incluyó hace 23 años la obligatoriedad de abordar la educación sexual “de acuerdo con las necesidades psíquicas, físicas y afectivas de los educandos según su edad”. Las falencias en su concepción hicieron necesaria una reformulación desde una perspectiva integral. Así es como en 2006 surgió el Programa de Educación para la Sexualidad y Construcción de Ciudadanía (Pescc) del gobierno y del Fondo de Población de Naciones Unidas (Unfpa).
En 2013 el presidente Juan Manuel Santos sancionó una ley que dio más cobertura al plan de derechos reproductivos: el Sistema Nacional de Convivencia Escolar y Formación para el Ejercicio de los Derechos Humanos, Sexuales y Reproductivos y la Prevención. Se concibió como una herramienta para combatir la violencia en las aulas, trazar una ruta para la prevención de embarazos y fortalecer la educación sexual.
Las aspiraciones del gobierno y de la ministra de Educación Gina Parody de incluir una educación sexual obligatoria, inclusiva y con enfoque de género (que no ideología) en los currículos se desvaneció casi de un día para otro a mediados de 2016.
La circulación de unas cartillas elaboradas supuestamente por el Ministerio de Educación y la posterior encuesta del Dane sobre comportamiento sexual (se realiza desde 2006 a menores de 13 años) dieron a los sectores más conservadores de la política y la opinión pública colombiana (como el ex procurador Alejandro Ordóñez y representantes de los credos católicos) la excusa perfecta para declararle la guerra a cualquier política, medida, decreto, iniciativa que incluyera los términos sexualidad y género.
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“El Ministerio utiliza unos manuales para adoctrinar a nuestros hijos en la ideología de género, un pretexto para instrumentalizar el cumplimento de unos deberes y disolver la familia, corromper la niñez y quitarles la pureza”, denunció Ordóñez.
Para alguien que conoce la realidad de los niños en Colombia y la desprotección a la que se les somete por no tener acceso a información sexual pertinente, las declaraciones del ex procurador son “peligrosas, erroneas e incurren en una demagogia partidista e intencionada”, comentó a Semana Educación una fuente de Medicina Legal que en 25 años ha atendido más de 10 mil casos de menores abusados sexualmente. Para él carecer de información sobre sexualidad “es un condicionante de las relaciones sexuales tempranas, el embarazo adolescente, el abuso infantil y la violencia sexual, no al revés”.
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La cara visible de un problema que no es aislado
Diana nunca acudió a una clase sobre sexualidad. Tampoco lo hace ahora, pero recibe asesoramiento en el colegio para sacar adelante sus estudios y conciliar su educación con la crianza de su hijo como madre soltera. El padre del pequeño murió a los 16 años en una balacera de pandillas en el sur de Bogotá antes de que el niño naciera.
La joven trata de seguir con su vida estudiantil y sus sueños mientras juega a ser adulta. “A veces no me queda tiempo, no hago las tareas por estar con el bebé cuando se enferma. Pero algún día quiero ser diseñadora de carros”.
Cuando habla sobre su futuro se le ilumina la cara: quiere ganar una beca para irse a estudiar a Alemania, la meca del sector automovilístico. Quizá consiga realizar su sueño, quizá no. Pero es el único momento de la entrevista en el que sonríe.
*Nombre ficticio para proteger a la menor.