NACIÓN
¿Cómo aprendieron los ‘sayayines’ del Bronx a ser tan crueles?
Los hallazgos macabros en el Bronx y las prácticas de descuartizamiento en Buenaventura tienen antecedentes estructurales de la sociedad colombiana que no se han resuelto.
Los jóvenes, que se formaban para engrosar las filas de los paramilitares, eran instruidos para convertirse en patrulleros capaces de empuñar con destreza el fusil, y sin límites morales que les impidiera perpetrar masacres. La educación los preparaba para cometer atrocidades, sin sentimientos de culpa. Así lo afirmó el sociólogo David Antonio Navarro, magíster en Estudios Culturales de la Universidad Nacional de Colombia, en su investigación sobre los centros de entrenamiento paramilitar dispersos en Caquetá, Cauca, Valle, Antioquia, Putumayo, Meta, Cesar, Cundinamarca, Córdoba y Boyacá.
En los entrenamientos, que duraban hasta tres meses, la práctica más importante era “el ritual del descuartizamiento”, según le afirmó David Antonio Navarro a Semana Educación en una entrevista. Los comandantes les enseñaban a los reclutas cómo causar el máximo sufrimiento posible al asesinar a sus víctimas. En un espacio abierto, muchas veces en una marranera, los reclutas hacían un círculo, como espectadores. Mientras tanto, el comandante llevaba al centro del escenario a la víctima, que podía ser un guerrillero capturado o un civil, y les enseñaba cómo matar, despacio y dolorosamente.
El lenguaje era una de las estrategias para que los reclutas perdieran la noción sobre la crueldad. Se asociaba a las víctimas con animales para deshumanizarlas. Al cuello le llamaban pescuezo, y al desmembramiento, deshuesar. Así también, cuando se entrenaban para matar, les llamaban a los cuerpos de las víctimas “cochino guerrillero”, “cáncer de Colombia”, y se concebían como una cura, que sanaría al país con asesinatos. Según David Antonio Navarro, el objetivo era que los reclutas interiorizaran “las expresiones negativas para justificar sus actos y para perder el sentimiento de culpa”.
La parte final del ritual de iniciación era la pérdida de la identidad: su nombre lo sustituían por un alias, y cambiaban la ropa por un atuendo camuflado, para despojarlos de su pasado. Después del entrenamiento, las autodefensas debían repetir lo aprendido en canchas y plazas públicas, o en cualquier espacio abierto que congregara a la comunidad, para que la muerte y el descuartizamiento fuera contemplado por todos para transmitir temor. De esta manera, los reclutas recibieron entrenamiento para controlar a las poblaciones con el terror, hasta que las autodefensas se desmovilizaron en el 2005.
Sin embargo, la entrega de armas fue solo un mecanismo político y simbólico, que no ha garantizado que los combatientes “hayan abandonado las interiorizaciones de violencia” aprendidas durante su instrucción en los campos de entrenamiento. Así, las atrocidades y los métodos de muerte aprendidos en los campos de instrucción se siguen reproduciendo. Según Navarro, algunos ejemplos de atrocidades similares se encontraron en
“El problema es que este sistema atroz que llevaron a cabo los paramilitares lo siguen reproduciendo las bandas criminales, para controlar territorios y ajustar cuentas. Y no se trata de prácticas aisladas, sino de acciones sistemáticas, pensadas, estructuradas, y administradas racionalmente por sus perpetradores”. Así lo sostuvo Navarro en la entrevista que le concedió a este medio.