CEREBRO

3 estrategias para ayudar al cerebro a aprender

Barbara Oakley, una de las investigadoras que más ha estudiado la relación entre el cerebro y el aprendizaje, brinda algunas estrategias para generar hábitos que hagan más simple la tarea de aprender.

5 de mayo de 2016
| Foto: Pixabay

Barbara Oakley es todo lo contrario a la imagen que se tiene de un intelectual: distante, altivo, arrogante. Y no porque no sea una eminencia en su ámbito, que lo es: profesora de Ingeniería en la prestigiosa Universidad estadounidense de Oakland y una de las investigadoras en  neurociencia más brillantes del mundo, como la calificó recientemente The Wall Street Journal. Barbara rompe con todas esas ideas preconcebidas.  

Al entrar en la sala donde se sucederá la reunión, lo hace acompañada de una sonrisa que le monopoliza toda la cara. Lo mira todo con una curiosidad que pocos adultos conservan, y se maravilla de la vista a los cerros  que se aprecia desde los grandes ventanales. “Que afortunada debes sentirte de vivir aquí”, me dice.

Está en Bogotá de paso para dar una charla sobre la relación entre el cerebro y el aprendizaje, de lo que es especialista. Es autora del curso ‘Aprendiendo a aprender’, el de mayor éxito de la plataforma Coursera, con más de un millón de visualizaciones. 

Pero, ¿cómo se aprende a aprender? Semana Educación habló con ella para conocer algunas técnicas y estrategias que ayudan a las personas a desarrollar hábitos de aprendizaje.   

No hay una única forma de resolver un problema

Si se tiene acceso a las nociones básicas de cómo funciona el cerebro, el aprendizaje se agiliza y la frustración disminuye.  

Las personas tenemos dos modos de pensamiento: el enfocado y el difuso. La mayoría estamos más familiarizamos con el primero: es cuando nos concentramos intencionalmente en algo específico que intentamos aprender o entender. Este representa un patrón de pensamiento recordado, al que estamos acostumbrados. También es menos flexible porque se basa en preconcepciones en las que ya se ha profundizado y que, por otro lado, son necesarias.

El modo difuso, por el otro lado, es un estilo más relajado de pensamiento. Esta modalidad es muy eficaz a la hora de enfrentarse a un problema nuevo, con el que no se está familiarizado porque permite que las conexiones neuronales recorran nuevos caminos de pensamiento desconocidos.  

Estar en un modo limita el acceso al otro. Es decir, no se puede estar en ambos al mismo tiempo de acuerdo a los neurocientíficos.

La recomendación es que, cuando uno está estancado en un problema que no puede resolver por el modo de pensamiento habitual, el enfocado, se permita acudir al modo difuso, más creativo y menos estricto.

¿Cómo? Dejando la tarea en la que estamos atascados y emprender otra actividad que nos relaje y permita que el modo difuso empiece a funcionar.  Posteriormente podremos volver al modo enfocado con la solución adquirida por medio del modo difuso.

La frustración no nos hace estúpidos

Muchas personas que tratan de aprender algo que les resulta complicado acaban frustradas. Su lógica entonces es acudir a frases tales como “no soy bueno en esto” o “nunca lo voy a resolver” o “soy estúpido”, y abandonar la tarea.

Es imprescindible entender que tener dificultades en el aprendizaje es algo humano y que cada persona aprende a su propio ritmo.

También que el cerebro puede jugar con nuestras percepciones y creencias. Por ejemplo, hay personas que tienen mala memoria y se castigan por ello. Se ven incapaces de aprender. Sin embargo, lo que no entienden es que esa falta de memoria puede ser positiva si cambian su forma de verlo. ¿Por qué? Porque les hace aprender más pausado y acaban por asimilar más los conceptos e interiorizarlos.

Procrastinar, uno de los grandes obstáculos del aprendizaje

Procrastinar o la acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse sucede porque uno piensa en algo que no quiere hacer y eso activa los centros del dolor del cerebro. Instintivamente la persona deja de hacer la tarea que le está generando “dolor” y enfoca sus pensamientos hacia algo que no le genere esa emoción.

El problema es que tener esta reacción una y otra vez convierte la procrastinación en un hábito que dificulta cada vez más el aprendizaje.

¿Cómo se puede corregir? Poniendo en práctica la técnica del pomodoro que el  italiano Francesco Cirillo inventó a finales de 1980. Se trata de un mecanismo para mejorar la administración del tiempo. Con ella se obliga al cerebro a trabajar, aun cuando no quiere.

La idea es no pensar en la tarea que nos genera dolor, ya sea aprender un nuevo idioma, solucionar un problema de matemáticas, simplemente hacerlo, de forma automática, por 25 minutos seguidos (que hay que cronometrar). Se ha comprobado que, una vez la persona enfoca su cerebro de forma intensiva en una labor por este tiempo,  los centros del dolor se desactivan.

Cuando el reloj o cronómetro suene, alertando de que el tiempo ya ha pasado, la persona debe premiarse por el esfuerzo realizado, así reeduzca a su cerebro para que relacione el aprendizaje con algo positivo. Es un truco cognitivo que funciona.