OPINIÓN

Los 200 muertos que no le importan a nadie

Los recientes atentados de Bagdad reabren la polémica de por qué nos sentimos más identificados con unas muertes y no con otras. Estas son las teorías que existen al respecto.

Julia Alegre*
5 de julio de 2016
| Foto: Ahmad al-Rubaye / AFP

El martes pasado el mundo se paralizó por el atentado perpetrado por terroristas del ISIS en el principal aeropuerto de Estambul, Turquía, en el que murieron al menos 45 personas. Políticos de todo el planeta occidental se unieron bajo un discurso común: rechazo unánime y solidaridad con las víctimas.

Las redes sociales también se hicieron eco de la barbarie y se inundaron de mensajes y hashtags de apoyo. Turquía se convirtió en trending topic por unas horas aunque Facebook no dio la opción a los usuarios de endosarse la bandera del país en su perfil personal, como hizo con los atentados en Francia.

Video: Así fue la explosión en el aeropuerto de Estambul

Días después la historia se repitió en un restaurante español en el centro de Dacca, la capital de Bangladesh, que terminó con 22 personas asesinadas. El Estado Islámico asumió de nuevo el ataque.

La mayoría de muertos fueron extranjeros (nueve italianos, siete japoneses, un estadounidense y un indio), un hecho que recalcaron la mayoría de medios de comunicación que cubrieron la noticia.

Los titulares que hacían énfasis en la nacionalidad de las víctimas fueron reemplazados en los días posteriores por perfiles sobre la vida de estos extranjeros: a qué se dedicaban, si tenían pareja o familia, si jugaban al fútbol los fines de semana o si les gustaba la jardinería. Muchísimos datos con un objetivo claro: generar empatía con el público, una práctica por otro lado usual en el tratamiento informativo que hacen los medios de comunicación de masas.

El domingo le tocó a Irak ser el centro de la sinrazón yihadista. Pero llegados a ese punto, ni a los internautas, ni a Facebook, ni a nadie le interesó solidarizarse con el dolor de la población iaquí, ni rechazar el terror, como se hizo con los otros atentados de este grupo terroristra que sensabilizaron al mundo la semana anterior.

El #JeSuisBagdad se quedó reducido a una mera intentona de unos cuantos, por lo visto, desubicados, a pesar de que fueron más de 200 los muertos (aún no han cesado las tareas de contabilizar cadáveres), muchos de ellos niños. Hasta el momento no hay ningún extranjero entre las víctimas, por lo que se presupone que todos son árabes, musulmanes o iraquíes. Se trata del mayor ataque perpetrado por el ISIS en ese país que en poco menos de 20 años ha sufrido el flagelo de dictadores, de una guerra (intromisión de soberanía) que duró casi una década y del radicalismo religioso.

Pero, ¿por qué sucede esto? ¿Por qué nos parece lícito compadecerse de unos muertos y mostrar tantísima indiferencia hacia otros cometidos? Las teorías son varias.

La explicación de Ishaan Tharoor, del periódico británico Independent, es que nos hemos vuelto inmunes a la violencia cuando sucede en países que, como Irak, salen siempre referenciados en los medios bajo alusiones de guerra, muertes y atentados. En otras palabras, nos hemos vuelto insensible ante el dolor ajeno cuando es reiterativo. 

Para Ramón Lobo, uno de los periodistas de guerra más importantes en la actualidad, la reacción de la sociedad occidental ante los desastres y masacres que suceden en otras partes del mundo responde a intereses orquestados desde las altas instancias. Un ejercicio de propaganda del que los medios de comunicación son cómplices y cuya consecuencia directa es o bien, volver al resto de ciudadanos apáticos ante la muerte de quienes no consideran “suyos”, o bien conmoverlos para que en cambio sí sientan esa empatía.

“Olvidamos con frecuencia los muertos del otro, sean sirios, libaneses, iraquíes o yemeníes. Daesh (Estado Islámico) mata más musulmanes que occidentales, pero solo nos conmovemos por los nuestros”, escribió el periodista en una de sus últimas columnas para el periódico español El Diario.

Otra teoría es lo que se denomina la “jerarquía de la muerte”, y que el periodista Èric Lluent explicó tras los atentados de Paris de la siguiente manera: “una visión del mundo en la que sólo preocupan las muertes de ciudadanos occidentales”.

En esta teoría confluyen dos factores que suscitan que una persona se sienta más identificada con ciertos sucesos que con otros. En primer lugar, la proximidad geográfica: es humano sentirse identificado con la muerte de un vecino más que con la de un desconocido. Segundo, la calidad de la información o la capacidad de cobertura de los medios que, en su mayoría, sólo tienen alcance regional. Son las agencias de noticias las que proporcionan la información internacional generalista desde sus sedes en ciudades y países con ideología pro occidental, por lo que los datos que recopilan y con los que nos bombardean luego los medios están protagonizados por personajes y noticias de Occidente. Están sesgados en términos de localización. 

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Es inevitable sentirse consternado por la barbarie. De hecho, hay que dar gracias porque todavía haya algo que nos conmueva. El problema es que por medio de este fervor solidario que ponemos en práctica sólo en determinadas ocasiones, estamos reproduciendo un sistema mundial que avala la existencia de ciudadanos de primera  clase y ciudadanos de segunda clase.  

Un mundo en el que una persona blanca vale más que una negra; un cristiano, más que un musulmán; un occidental, más que un árabe o asiático; un europeo, más que un latinoamericano, y un #JeSuisParis, más que un #JeSuisBagdad.

*Periodista de Semana Educación. @JuliaAlegre1