CRISIS UNIVERSIDADES PÚBLICAS

Carta al presidente de la república sobre el paro de los estudiantes universitarios

El pedagogo Julián de Zubiría le envía una carta pública a Duque en la que lo invita a reunirse con los líderes del paro estudiantil. A los estudiantes los convida a reconocer lo logrado y a disminuir sus pretensiones. El país necesita grandeza del gobierno y de los estudiantes.

13 de noviembre de 2018
"Los jóvenes tienen que mermar en sus peticiones, tienen que entender que ya se tomaron algunas medidas para fortalecer la educación pública y que el esfuerzo que se haga no sólo debe orientarse a la educación superior". | Foto: Guillermo Torres

Estimado presidente Iván Duque:

Tenga usted muy buenos días.

Estamos ad portas de un hecho de enorme gravedad para la vida de los jóvenes colombianos: 650.000 estudiantes están próximos a perder el semestre que actualmente adelantan en las 32 universidades públicas del país. Sería una lamentable frustración para ellos, para sus familias, para el desarrollo nacional y para cerca de 30.000 jóvenes que ya fueron seleccionados para ingresar en el año 2019, quienes también tendrían que aplazar sus sueños, porque sus cupos serían ocupados por los estudiantes favorecidos con el ingreso en este segundo semestre de 2018. La rectora de la Universidad Nacional anunció que hoy vencería el plazo para cancelar el semestre y, en la votación electrónica adelantada, ganaron quieres decidieron que el paro debería continuar. Algo así no lo habíamos vivido en Colombia en las últimas dos décadas.

Lo único que piden los estudiantes universitarios es que usted se reúna con ellos, que los escuche, que conozca de primera mano por qué llevan un mes largo marchando en las calles en defensa de la educación, la equidad y la democracia. No luchan por ellos, sino por las próximas generaciones y por ello están a la espera de que se cree una mesa que dé respuesta a cada una de sus peticiones.

A este país le ha faltado escuchar a los jóvenes, por ello nos hemos connaturalizado con la injusticia, la violencia, la muerte y la intolerancia. Por hablar tan poco con ellos, a los colombianos se nos endureció el corazón. Viviríamos en un mejor país, si escucháramos con más atención los sueños, las investigaciones y las reflexiones de la juventud.  Deberíamos estar de fiesta para celebrar que los jóvenes protesten y participen en el debate político, social y cultural. Es un síntoma de que la democracia se está ampliando. También necesitamos su esperanza y su optimismo para que contagien los corazones de los habitantes y comencemos a enfrentar la cultura del atajo que heredamos de las mafias y la guerra. La democracia y el desarrollo necesitan de la juventud.

En su nueva entrevista para la revista SEMANA, usted afirma que la prioridad de su gobierno será la equidad. ¿Podemos acaso hablar de ella cuando, si no hacemos nada especial, el 90  por ciento de los jóvenes de estrato 1 nunca conocerá una institución de educación superior, llámese SENA, Tecnológico o Universidad? Eso quiere decir que ellos necesariamente vivirán en las mismas condiciones de miseria en la que vivieron sus padres. La educación es el único mecanismo, a mediano plazo, que logra de manera sostenida la movilidad social de las personas, de las familias y de las sociedades. Usted y el país lo saben. Los jóvenes lo que están haciendo es recordárnoslo.

Para profundizar: “La gran bandera del gobierno es la equidad”

En campaña, usted nos dijo que era el candidato de los jóvenes. ¿Acaso puede ser cierto que uno de los presidentes más jóvenes en la historia de Colombia no se digne escuchar a estudiantes que protestan de manera pacífica, reflexiva y organizada?

Durante los 100 primeros días de gobierno usted ha hablado de diversos pactos por Colombia. Uno de ellos, posiblemente el más importante, el pacto por la educación ¿Quién va creer en un pacto por la educación que deja por fuera a los estudiantes que desde hace más de un mes llenan las calles de música, alegría, argumentos y dignidad?

En Colombia es muy común que los presidentes se reúnen frecuentemente con cantantes, deportistas, empresarios y rectores de universidades privadas, pero es histórico que lo hagan con rectores de universidades oficiales. Esa foto de un presidente con los rectores del Sistema de Universidades Estatales (SUE) nunca la habíamos visto en Colombia. De allí la trascendencia del acuerdo que usted firmó con ellos. Eso lo tiene que entender el país. Usted empezó con pie derecho cuando recibió a los rectores de las universidades oficiales en el Palacio de Nariño.

Llevábamos 25 años disminuyendo cada año los recursos para las universidades oficiales; la historia reconocerá lo que usted hizo. Todos quienes hemos estudiado el tema educativo sabemos que se hizo un esfuerzo importante y que podríamos iniciar un cambio en la política que se venía trazando desde el año 1992. Sin duda, llegaron algunos recursos nuevos y frescos para funcionamiento, aunque son relativamente pequeños los que se van a transferir para solventar la aguda crisis de la infraestructura de las universidades oficiales. Los jóvenes y los académicos estaremos muy pendientes de que no continúe la transferencia de recursos hacia las universidades privadas, mientras las públicas se caen a pedazos.

Pero usted estuvo mal asesorado y cometió un error que nos condujo al callejón aparentemente sin salida que estamos viviendo: no invitó a los estudiantes que estaban en paro a almorzar a Palacio. No los tuvo en cuenta. No los escuchó. La indiferencia también es una forma de violencia y genera rencor. Es más, ellos fueron claramente maltratados en una primera reunión con el viceministro en la que se dedicó a tomarles del pelo por espacio de nueve horas. Luego la ministra lo intentó, pero tampoco pudo concertar. ¿Entonces debemos condenar a 650.000 jóvenes a la pérdida del semestre por un error de asesoramiento? ¿Dónde quedan sus discursos sobre la unidad y la conciliación?

Para leer: Un buen acuerdo en el que faltaron los estudiantes

Con el paso del tiempo han comenzado a tomar fuerza las posiciones más violentas, entre los estudiantes y en el interior del gobierno. No es bueno para el país que eso suceda y mucho menos que usted las deje crecer. En la última marcha ya se hicieron sentir pequeños grupos de encapuchados desadaptados que amenazaron a los líderes estudiantiles y que lanzaron bombas incendiarias contra medios de comunicación. La inmensa mayoría de los estudiantes condena explícitamente estos actos. Sin duda, los estudiantes deben cerrar filas y expulsar de sus marchas a quienes lleven capuchas, porque las causas justas se defienden de frente, con la cara descubierta, con argumentos y a plena luz del día.  Pero los violentos ganarán la partida si su respuesta sigue siendo la indiferencia. Lo mismo sucede con quienes en el interior del gobierno piden mano fuerte, descargas eléctricas y cárcel para los promotores. Si sigue postergado el diálogo, es inevitable que estas voces tomen fuerza en el gobierno, el congreso y la movilización estudiantil.

En los dos sondeos de opinión que se han realizado en esta época, el 96 por ciento está a favor de la lucha de los estudiantes. Es comprensible: la población defiende el derecho a la educación, aunque es implacable para rechazar los actos de violencia. Eso lo sabemos todos y por ello hay sectores extremistas interesados en que no se inicien los diálogos, en difamar del movimiento estudiantil y en hacerlo presentar como terrorista. ¿Usted de qué lado de la historia está?

Estos jóvenes han dado muestras de enorme reflexión, paz y argumentación. Han programado cinco marchas y la gran mayoría de ellas ha tenido un comportamiento ejemplar. Ha habido brigadas para limpiar los letreros que algunos desadaptados pintan delante; ha habido cordones de estudiantes para proteger a la Policía; ha habido intercambio de abrazos y flores con la fuerza pública, porque la casi totalidad tiene claro que el problema no es la policía, sino una política pública que se ha ensañado contra la educación oficial en las últimas dos décadas.

Con los rectores dio usted un paso importante, pero quedaron puntos esenciales por tratar con quienes han organizado los paros y las marchas. Muchos jóvenes no tienen las condiciones para pagar las deudas con el Icetex. Todo indica que es más del 50 por ciento de quienes contrajeron deudas años atrás. El Estado no puede actuar como banquero usurero y obligar al pago a quien no tiene trabajo. Es un tema complejo y lento de resolver, pero en eso tienen toda la razón. También la tienen cuando solicitan un apoyo para la inversión en ciencia que se ha ido apagando en el país. En 2018, Colciencias recibió la mitad de los recursos con que contaba en 2012. Llegamos al fondo de la tabla entre los países que más recursos invierten en ciencia en América Latina. Es justa su lucha ya que, sin aumentar la inversión, no saldremos del subdesarrollo. Así mismo, hay que hacer un programa a mediano plazo que garantice el estudio de los sectores más pobres de la población. Como país, podríamos apostarle a ir garantizando muy gradualmente el derecho que, en una democracia, le asiste a la población de recibir educación de calidad. Un buen gobernante no respondería con gases lacrimógenos y detenciones a una población ávida de movilidad social y deseos de progreso. Como hacen los buenos padres: les daría educación de calidad y les pediría esfuerzo y dedicación.

Los jóvenes tienen que mermar en sus peticiones, tienen que entender que ya se tomaron algunas medidas para fortalecer la educación pública y que el esfuerzo que se haga no solo debe orientarse a la educación superior. Tenemos falencias críticas en la educación inicial. Estamos en pañales para crear un sistema que garantice que los niños de los hogares más pobres reciban educación inicial de calidad. También tenemos serias dificultades para garantizar que no se retire el 40 por ciento de los jóvenes sin culminar sus estudios de educación media.

Unos años atrás el país hizo un esfuerzo importante para garantizar que superáramos la violencia. Se crearon impuestos y se invirtieron importantes recursos para dotar de armamento, inteligencia y miembros a las Fuerzas Militares. La estrategia funcionó y la balanza comenzó a inclinarse a favor de las Fuerzas Militares y en contra del movimiento guerrillero. Hoy ha llegado el momento de una estrategia similar para darle el impulso que requiere la educación, en recursos, en innovación y en ideas. Usted puede pasar a la historia como el presidente que tomó esa decisión.

Para leer: ¿Por qué no es cierto que Colombia esté invirtiendo mucho en educación?

Esta semana, un periodista me preguntaba si la crisis en el sector de la educación podía interpretarse como una “papa caliente” que usted recibió. Le dije que no debería serlo. Por el contrario, que todo buen padre sabía que lo mejor que le puede dejar a sus hijos es buena educación y que si tuviéramos buenos gobernantes sabrían que deberían dejarles muy buena educación a sus ciudadanos. En consecuencia, creo que usted tiene una oportunidad de oro para impulsar el crecimiento y el desarrollo sostenido. Lo que hoy hagamos en ciencia y educación determinará qué pasará con el país unas décadas después. Lo que sí es bien claro es que un país que no escucha a su juventud, no puede llamarse una democracia.