OPINIÓN

¿Qué no es necesario enseñar hoy día en la escuela?

Una buena parte de las cosas que se siguen enseñando resultan bastante impertinentes en la era de Google e Internet. Este artículo hace un análisis de las diversas áreas que se trabajan en la escuela desde esta perspectiva.

Julián De Zubiría Samper*
5 de junio de 2017
| Foto: Archivo Semana.

Cuando le preguntaron al padre de Fernando Gaviria -la nueva revelación del ciclismo mundial por su gran actuación en el último Giro de Italia- ¿qué había sido lo más difícil en la formación de su hijo?, respondió: "lo más duro fue luchar contra un sistema educativo tan inflexible como el colombiano". Tiene toda razón, pues muy seguramente la escuela es la institución social más detenida en el tiempo, la que más se resiste a cambiar y adaptarse a los tiempos que vivimos.

Es por eso que en estas notas responderemos a la pregunta: ¿qué podría dejar de enseñarse en la escuela sin que los niños y jóvenes tuvieran problema en su vida futura? Antes de responder, sería importante que usted como lector reflexionara sobre qué de lo que aprendió en la escuela, nunca volvió a necesitar en su vida. ¿Qué de ello fue claramente impertinente aprender? Es muy probable que la mayoría de contenidos que estudió, fueron olvidados con el paso del tiempo.

Las matemáticas que se requieren a lo largo de la vida se aprenden en la primaria. De resto, es prácticamente nulo lo que queda y se usa con frecuencia. El extremo de impertinencia llega al estar calculando derivadas e integrales que más del 99.9% de los mortales nunca en su vida volvemos a utilizar. Algunos pensarán que son indispensables en las universidades, pero la pregunta es si acaso son allí pertinentes. La matemática ha debido ser repensada por completo ante el invento de la calculadora. Aun así, los profes suelen prohibir su uso con el fin de poder seguir enseñando los mismos algoritmos que han enseñado a lo largo de su carrera docente. Así se prolongan las tradiciones: Enseñamos lo que nos enseñaron a nosotros, casi sin hacernos la pregunta de ¿para qué sirve en la vida? o ¿qué pasaría si no lo enseñáramos o no lo aprendiéramos? La última es la pregunta clave que hoy hay que hacerse.

Lo más grave es que lo esencial de la matemática no se aprende en la escuela actual. No se enseña a pensar matemáticamente, leer o interpretar problemas que involucren razonamiento numérico; pero, muy especialmente, ni se enseña ni se aprende a convertir lo real en un problema matemático: A modelar la realidad.

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Los profesores del área no se cansan de repetir que así no entendamos nada, la matemática es clave para desarrollar el pensamiento. Esa frase no puede ser más incoherente: Pensar es entender. Por tanto, nada que no entendamos puede desarrollar el pensamiento ¡Nada! También suelen responder a una profunda pregunta con relativa trivialidad: “Profe, ¿y esto para qué sirve?”, preguntan los estudiantes; a lo que suele ser habitual una respuesta bastante inocua: “Ah, usted cree que esto no sirve. Espérese para que vea cómo es de importante Cálculo 1 para “entender” Cálculo 2”. Pero el joven está haciendo una pregunta mucho más profunda: ¿Para qué sirve lo que estamos viendo en la vida? Como es obvio, esas respuestas desmotivan, en especial a los estudiantes más creativos y reflexivos.

Un aspecto fundamental de entender es que los profes buscan que sepamos cálculo, álgebra o trigonometría; pero estos aprendizajes parecen independientes de que comprendamos su significado o su sentido, lo cual es absurdo. A manera de ejemplo, trate de explicar qué es una derivada, un logaritmo o una integral. Si no puede hacerlo, no se preocupe, ya que un poco más del 99.9% de los mortales tampoco podemos a pesar de haber dedicado años enteros a resolver ejercicios con algoritmos similares. Dominar el algoritmo tiene muy poco que ver con entenderlo.

En Lenguaje pasa algo similar. La mayor parte del tiempo escolar se desperdicia estudiando gramática, ortografía y una literatura descontextualizada. Sin embargo, pareciera que no nos damos cuenta de que la mitad de los jóvenes no puede inferir en las ideas que subyacen en una noticia deportiva de tan sólo un párrafo de extensión. Pese a esto, están leyendo la María, Romeo y Julieta o estudiando el pretérito pluscuamperfecto del subjuntivo: Hay un abismo entre lo que pueden entender los estudiantes y lo que están estudiando en clase ¿De qué sirve acercarse a un libro como “Romeo y Julieta” sin poder elaborar su sentido profundo? En muchos casos se genera un efecto contrario y más devastador: el odio a la lectura.

Los estudiantes ven sintaxis, gramática y morfología, pero carecen de comprensión lectora o de lectura contextual y crítica. García Márquez propuso una gran polémica cuando sugirió: “simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros”. A pesar de su idea, seguimos agobiando a los niños con la ortografía y el complejo estudio de las reglas de la lengua, aunque escriban y lean muy mal. Es otra área que hay que reformar por completo para que efectivamente se consoliden las competencias comunicativas de las cuales hoy carecen los niños y jóvenes del país.

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En Ciencias Naturales perdemos un tiempo muy extenso estudiando la tabla periódica, los símbolos químicos y los pesos atómicos; algo por completo impertinente en la era de Google e Internet. Es un tiempo totalmente desaprovechado en trivialidades, que a lo sumo nos sirve para responder exámenes del profesor de química y para resolver crucigramas. En anatomía perdemos la motivación y la energía estudiando listados de nombres interminables de huesos, arterias y músculos a los que hoy día tenemos a la mano con una sola tecla del computador o del celular.

En Ciencias Sociales no alcanza el tiempo para conocer la multiplicidad de nombres de accidentes geográficos de los diversos contextos regionales, nacionales e internacionales. Tampoco para intentar recordar presidentes, batallas o periodos históricos. Recuerdo ahora que cuando el Ministerio de Educación Nacional me solicitó la evaluación del programa de 4º de primaria hace ya 30 años, respondí que me parecía un excelente programa para una maestría en historia, pero por completo impertinente para niños que tienen dificultad para comprender lo relativos que son los conceptos en contextos diversos y que aún no logran ubicarse en una línea del tiempo histórico. Treinta años después, el problema es similar, aunque sin duda esta es un área en que la nueva Historia ha dado un pertinente cuestionamiento al generar preguntas relativas a los factores que generan las dinámicas sociales, económicas y políticas.

Es probable que muchos de ustedes piensen que lo anterior ha cambiado, que es excesiva la generalización que hago o que la escuela se está renovando. Aun así, me duele decepcionarlos. En matemáticas, por ejemplo, el 87% de los estudiantes colombianos de quince años se queda máximo en los dos primeros niveles evaluados por PISA y apenas el 13% llega a los niveles tres y cuatro de seis posibles. En lectura, como también indica PISA, y como he reiterado en otras ocasiones, tan sólo nueve de cada mil jóvenes alcanza la lectura crítica. ¿Será que sin ella se pueden estudiar las guerras del siglo XIX, las leyes físicas newtonianas o la naturaleza de los seres vivos?

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Sin ninguna duda, la educación requiere una revolución muchísimo más estructural de lo que piensan la mayoría de los ciudadanos. Por ahora, les queda a los estudiantes el consuelo de que permanecen los descansos y las vacaciones y de que existen docentes que sí se dedican a las cuestiones esenciales de la vida. Desafortunadamente, siguen siendo menos de los necesarios. Estos innovadores son los que nos ayudarán a transformar las escuelas.

*Director del Instituto Alberto Merani y consultor en educación de las Naciones Unidas. 
Twitter: @juliandezubiria

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