EDUCACIÓN

La explosiva mezcla de fe y elecciones

El pedagogo Julián De Zubiría analiza el papel de las iglesias en el fortalecimiento de la reconciliación y la fe. Además explica como la participación de estas en el juego electoral ha desdibujado por completo su función.

Julián De Zubiría*
22 de febrero de 2018
| Foto: Pixabay

El jueves 15 de febrero, María Jimena Duzán invitó a su programa de Semana en Vivo al padre Carlos Novoa, al pastor Jhon Milton Rodríguez, al profesor Francisco Barbosa y a mí. La pregunta que nos hizo es muy pertinente en el contexto actual: ¿Qué incidencia va a tener la religión en las próximas elecciones? Al país le hace falta la argumentación y contra argumentación respetuosa y democrática de ideas; y por ello, hay que agradecerle el valioso papel que está cumpliendo al impulsar el debate político y social. Trataré de sintetizar en estas líneas la posición que tengo al respecto y la cual intenté defender durante el programa de opinión.

El papel de la iglesia católica en América Latina fue esencial para la evangelización y dominación de los indígenas. Después de la Independencia y durante más de un siglo, la iglesia se asoció abiertamente con el partido conservador, hasta tal punto que Uribe Uribe tuvo que escribir su obra De cómo el liberalismo político no es pecado. En 1930 llegó a ser tan alta la afinidad política de monseñor Perdomo con el partido conservador, que cuando éste perdió las elecciones, lo llamaron monseñor “Perdimos”.

Más recientemente, las iglesias cristianas tuvieron una muy activa participación, cuando con un claro interés político convocaron marchas nacionales en contra de la distribución de unas cartillas de educación sexual y de la exigencia de la Corte Constitucional de modificar los manuales de convivencia para no discriminar a las personas homosexuales. El origen de dichas disposiciones había sido el suicidio del joven Sergio Urrego, quien, desesperado por la discriminación en su colegio, optó por quitarse la vida. Era gay. En las marchas del 10 de agosto del 2016, una de las pancartas más denigrantes y agresivas decía: “Prefiero un hijo muerto que marica”. 

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En un plano más amplio aún, desde los púlpitos, cientos de pastores cristianos se fueron lanza en ristre contra los acuerdos de paz y contra la posibilidad de resolver de manera dialogada y pacífica el conflicto más largo y cruento de América Latina durante el siglo XX. Todos conocemos lo que días después pasó: Sus votos incidieron de manera importante en los resultados del plebiscito.

A partir de esta exitosa campaña en contra de los acuerdos de paz, múltiples iglesias cristianas vieron la oportunidad de participar activamente en la mecánica electoral. Recientemente lanzaron el Movimiento Colombia Justa Libres y asumieron dos metas muy claras: Elegir un grueso número de representantes el próximo 11 de marzo y convertirse en una fuerza electoral que incida en los resultados de la segunda vuelta.

La religión ha estado presente en varias de las guerras más cruentas de la historia humana. En nuestro país, la iglesia tuvo un papel activo en la mayoría de las guerras civiles del siglo XIX y en el enfrentamiento entre liberales y conservadores de mediados del siglo pasado, conocido en la historia nacional como la época de “la violencia”. Posiblemente estemos ante la campaña electoral que en mayor medida ha utilizado la manipulación del electorado, la divulgación de noticias falsas, y en la que de manera más frecuente se ha recurrido a la calumnia, la mentira y la injuria. ¿A este juego es al que están ingresando los pastores cristianos?

Razón tenían los liberales de mediados del siglo XIX cuando les decían a quienes desde el púlpito invitaban a votar por los conservadores, que dichas prácticas envilecían el papel de la iglesia en la sociedad, la desvirtuaban y la separaban del fin para el cual había sido creada. No pueden desconocer que quien está invitando a votar, no sólo es el pastor, sino, y más esencialmente, el representante de Dios en la Tierra. De allí la enorme responsabilidad (o irresponsabilidad) que están asumiendo.

Mahatma Gandhi decía: “Cuando leo el Evangelio, me siento cristiano; pero cuando veo a los cristianos hacer la guerra, oprimir a los pueblos colonizados o enriquecerse, me doy cuenta de que ellos no viven según el Evangelio”. No le faltaba razón.

Sin embargo, también desde la iglesia católica, monseñor Luis Augusto Castro, Presidente de la Conferencia Episcopal en 2016, tuvo la valentía de reconocer que algo muy grave había pasado en el plebiscito del 2 de octubre de 2016. A su juicio, los promotores del NO, usaron el término de “ideología de género” con el propósito de inculcar miedo en los electores: “Los asustaron diciéndoles que esto afectaría a la familia y la gente se comió el cuento”.

Sin duda, el discurso de la “ideología de género” fue una de las estrategias más hábilmente montadas por quienes no querían la firma de los acuerdos con las FARC. Fue sencilla, pero muy efectiva: Asustaron al pueblo con dispositivos emocionales como el del “Castrochavismo” o el de la “Ideología de género”, para luego manipularlo. Quisieron que la gente “saliera a votar verraca”, como cínicamente reconoció el propio gerente de la campaña, días después. Produjeron temor entre los padres sembrando dudas sobre el efecto que tendría la “ideología de género” en sus hijos, para luego invitarlos a votar en contra de los acuerdos. Hicieron lo mismo que hacían los padres de las generaciones anteriores cuando asustaban a los niños con el coco, para que luego el niño les obedeciera.

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Lo he dicho muchas veces: Un país que no lee críticamente, no se gobierna por ideas, sino por emociones. Lo triste es que en Colombia han primado las emociones primarias como la ira, el odio y la sed de venganza. Y eso ha sido así, ya que la convivencia con la guerra y las mafias ha enfermado emocionalmente a la sociedad. Nos hemos acostumbrado a la muerte. Nos hemos insensibilizado.  Y muchos políticos le quieren seguir sacando partida a la enfermedad social que hemos vivido. Es incalculable la irresponsabilidad con la que ellos actúan, porque el odio que generan toma vida propia, y después ni ellos mismos lo podrán detener.

Las iglesias católicas y cristianas podrían cumplir un papel esencial en el actual momento si nos ayudaran a fortalecer la convivencia y la fe. Las iglesias nos podrían ayudar si mantienen el mensaje del evangelio y se deciden a trabajar en las comunidades para fortalecer el tejido social, la confianza, la comunicación y la estructura ética de la sociedad.

Ojalá no dejemos que primen los intereses electorales sobre los grandes y esenciales fines de la religión. La lógica electoral degrada a las iglesias de su esencial papel como formadoras y orientadoras de la sociedad. Por ello, respaldo plenamente el reciente comunicado de los obispos colombianos cuando dicen que “la Iglesia católica no tiene ni avala un partido político o un determinado candidato, pero sí invita a sus fieles y, en general, a todos los ciudadanos, a involucrase en la política con la participación en el debate democrático con seriedad y responsabilidad”. También hay que ver con muy buenos ojos su advertencia sobre los riesgos del populismo y de la polarización, e invitan a construir un país en el que quepamos todos.

Ojalá los pastores retornen a sus iglesias y los representantes de Dios no interfieran en las decisiones terrenales. Un país laico que defienda la libertad de cultos y unas escuelas laicas que garanticen el pleno desarrollo de la personalidad reflejan conquistas en las que no podemos retroceder.

El fundamentalismo y fanatismo con el que algunos fieles han vivido sus religiones, ha sido responsable de millones de muertos en la historia humana. Todavía peor cuando se mezcla con el poder del Estado, como lo hizo evidente en Irán ayatolá Jomeini años atrás, al mezclar la democracia con las leyes religiosas. Siempre terminarán gobernando quienes se autodenominan como designados por Dios. ¿Eso es lo que quieren los pastores cristianos para Colombia?

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Ojalá los ciudadanos en Colombia no permitamos esta mezcla que hoy amenaza la separación de poderes entre iglesias y Estado, la libertad de cultos, el Estado y la educación laica; es decir, algunas de las grandes conquistas de la humanidad.

*Director del Instituto Alberto Merani y consultor en educación de las Naciones Unidas. Twitter: @juliandezubiria