GRAFITI

El arte de los 14.000 pesos

El arte urbano se mueve entre lo ilegal y lo socialmente aceptado, generando odios y afectos por igual. Es una de las expresiones artísticas más incomprendidas, pero su valor va mucho más allá.

21 de octubre de 2015
Por las calles de Bogotá es frecuente ver, usualmente, jóvenes con aerosol pintando las paredes de la capital. | Foto: Archivo Semana

“El grafiti es un acto vandálico. Pero es preferible coger un aerosol a coger un arma”. El que habla es Camilo Gordillo, uno de los muralistas más prolíficos de Bogotá. Su nombre  engalana la capital, siempre en lugares estratégicos. Porque de eso se trata esta expresión artística: causar el mayor impacto desde la pared más vistosa, la más alta, la más céntrica.

Gordillo lleva desde los 12 años poniendo su impronta en las calles bajo el seudónimo de Cerok. Lo hizo en un primer momento como grafitero. Hoy con 28 como muralista. Dos conceptos que no son equivalentes. No por lo menos para los artistas veteranos del arte urbano. “A mí ahora me pagan por hacer murales, ya no hago grafiti. El grafiti es marginal, autodidacta y se aprende en la calle. Nadie te da permiso. Un mural en cambio, alguien te paga por hacerlo y te cede el espacio”, indica Andrés.

Él es uno de los fundadores del colectivo Toxicómano. Pide con insistencia que no se difundan datos sobre su vida privada. Solo que tiene 36 años, se crió en un barrio de estrato tres y oprimió su primer aerosol hace casi dos décadas. También que trabajó de cualquier cosa, “mensajero, mesero y cambiador de aceites”, para pagarse sus primeros latas y rayar la ciudad. Estas cuestan de promedio unos 14.000 pesos.

“No quería trabajar de corbata de ocho a seis, que era lo que te ofrecían por un sueldo miserable. No podías entrar a la universidad pública porque no saliste de un colegio bueno y no pasaste el examen. Tampoco pagar una universidad privada porque es demasiado cara”, asegura. El grafiti se convirtió en la forma de catalizar toda esa frustración y rabia. Hoy en día es uno de los artistas más reconocidos del movimiento.

 ‘Los feos somos muchos más’, reza uno de sus murales ubicado en el edificio Lara de Bogotá, en plena carrera 13 con 13. Una crítica a la política de los falsos positivos durante el gobierno de Álvaro Uribe. El muralismo renuncia a la desobediencia que caracteriza al grafiti pero comparte con este un objetivo claro: llegarle a la gente, la movilización social y crear conciencia ciudadana. “Un video de YouTube exitoso tiene un promedio de 3 millones de visitas. Un mural en una esquina de una ciudad, bien ubicado, tiene 3 millones en solo un día. Es demasiado poder”, asegura.

La política institucional en el país con respecto al llamado Street Art ha cambiado sustancialmente en los últimos 20 años. Se habla de impulsar el denominado ‘grafiti responsable’, lo que, según Andrés, rompe con la esencia originaria de este movimiento: ser irresponsable. 

Tanto él como Cerok abogan por la dimensión ilegal del grafiti, porque “antes de que la guitarra te suene bien, tienes que desafinar”, explica Toxicómano. Pero no descartan su capacidad de generar cambios positivos en las personas.  “Tal vez ese niño que le está pintando la puerta de la casa más adelante pueda tener otras oportunidades. Rayar la casa no es tan malo como estar atracando”, alega Cerok.

Gordillo es uno de los muralistas de ‘Mil colores para mi pueblo’, un proyecto que emplea el arte urbano como herramienta pedagógica para reconstruir pueblos afectados en el territorio por el conflicto armado. Edwin Rodríguez impulsa esta iniciativa. Tuvo que desplazarse cuando era pequeño de su Vegalarga natal, en el Huila, por las continuas tomas guerrilleras del Frente 25 de las Farc. Volvió diez años después para encontrarse con un pueblo destruido. “Al ver el panorama decidí hacer de las paredes lienzos, y donde antes había balas, poner color”, indica.

En dos años han intervenido cerca de 1.050 hogares, beneficiando a un promedio de 5.000 personas. “Generamos una apropiación de las fachadas de las casas: son los propios habitantes los que hacen los murales, nosotros les capacitamos y acompañamos en el proceso. Construimos comunidad por medio del muralismo”.

Toxicómano habla de que el arte urbano no genera cambios estructurales. Es simplemente una gran oportunidad. “Son cápsulas de libertad. Pero es la gente quien tiene que decidir qué hacer con ellas”.

Este artículo hace parte de la décimo primera edición de la revista digital SEMANA Educación, que está disponible desde el domingo 13 de septiembre. Para descargar la publicación siga estos pasos o comuníquese al número 6468400 Ext:4301 o 4310.